Capítulo dos: Una completa locura

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Odiaba que nombraran a mi padre. Lo odiaba con todas mis fuerzas. Hasta los once años, mi padre era la persona que más quería e iba al hospital cada vez que podía para verlo trabajar y admirar el trabajo de los demás, pero desde que mató a mi madre, se volvió la persona que más aborrezco. Si no hubiera bebido aquellas dos copas de champán, mi madre todavía seguiría cepillándome el pelo y preparándome tarta de queso cuando estaba triste, no quería ver a nadie y mi padre seguiría siendo mi persona favorita. Pero ese accidente, esas dos copas de champán, ese descontrol en la carretera, había matado a mi madre y todo era por su culpa.

—¡Gala!

—Señorita...

—Oye... —Gavi posó su mano en mi brazo y casi le doy un puñetazo.

—Perdón —le dije cuando volví a la realidad.

—Señorita, necesito que venga con nosotros al hospital para que le explique al médico lo que hizo.

—El hospital pide sangre O positiva y el banco de sangre solo tiene unos pocos libros —dijo el otro paramédico.

—Ha perdido mucha sangre y necesita sangre para cualquier hemorragia.

—Yo tengo ese tipo de sangre —dijo Gavi y lo miré.

—¿Diabetes?

—No.

—¿Ha tenido relaciones sexuales en los últimos tres meses?

—No.

—Lo dudo en un hombre como tú —dije por lo bajito y me miró de reojo.

—¿Enfermedad de transmisión sexual?

—No.

—Terminen los minutos de partido y alcáncenos en el hospital. El equipo de enfermería le hará un análisis de emergencia. No coma ni beba nada más.

—Bien —dijo y levantaron la camilla, saliendo junto a ella con apuramiento.

—Salgo tras la ambulancia —me dijo mi tía y asentí.

Cogí la mochila y corrí tras los paramédicos y al lado de Piqué.

Subieron al niño a la ambulancia y nos subimos nosotros dos. La ambulancia salió del Santiago Bernabéu y, en mitad del camino, se le paró el corazón al niño.

—Reanimación —dije.

—Atrás —dijo el chico —. Carga a doscientos, fuera.

Nada.

—Carga a trescientos, fuera —dijo y le dio la descarga.

—Volvió —dije mirando a la pantalla.

Después de unos largos minutos, llegamos al hospital. Bajaron la camilla y luego bajamos nosotros, corriendo tras ellos hasta el quirófano tres. Le expliqué al médico lo que le había hecho junto a los paramédicos y desapareció tras la puerta que ponía:

Solo personal autorizado.

Me senté en el suelo y abracé mis piernas mientras ocultaba mis ojos, ya que las luces del hospital me daban dolor de cabeza y ver la cara de mi acompañante, aún más.

Mi tía llegó un cuarto de hora después y luego llegó Gavi. Le sacaron la sangre y la analizaron. Al ver que decía la verdad y que estaba sano, comenzó a donarle sangre al niño o a otra persona que lo necesitara.

—¿Te dan miedo las agujas? —le pregunté cuando lo vi cerrando los ojos para no ver como la sangre circulaba por la vía hasta caer en la bolsita.

—No.

–Sí.

—No.

—Oye, vine a pedirte perdón por el casi puñetazo que por poco te pego y por mi comentario tan fuera de lugar.

—Ya ni me acuerdo de eso.

—Se te va a quedar la aguja dentro —le dije para molestarlo.

Su cara se volvió pálida y me lleve la mano a la boca para no reírme a todo pulmón.

—Es broma, rulitos —le dije y me mordí el labio, satisfecha.

—Disculpas aceptadas.

—Gracias —le dije y me di la vuelta.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Ya has hecho una. Dispara.

—¿Por qué te paralizaste cuando nombraron a tu padre?

¿Y a ti que coño te importa?

—Es personal.

—Va —dijo y la chica le quitó la vía.

—Mueve el brazo y come algo —le dijo la enfermera y lo ayudé a pararse.

—Para ser deportista, estás muy débil.

—Me acaban de sacar medio litro de sangre.

—¿Cómo te sientes, exagerado?

—Como si un vampiro me hubiese mordido y chupado mi valiosa sangre.

—No, bueno, usted sí que es bien dramático —le dije y caminé junto a él en busca de algo de comer para que el cuerpo pudiera renovar la sangre.

Mi móvil sonó y abrí el WhatsApp al ver que era mi mejor amiga.

Carla
Mientras tú te haces la heroína de futbolista, yo estoy disfrutando con tu novio de la noche que te perdiste en la suite presidencial. ¡Es una bestia en la cama, cosa que tú no! Siempre serás eso, una amargada. Nadie te va a querer y mucho más si sigues siendo una estúpida insípida, sin gracia. Eres tan básica, que da asco. Y ya vamos ocho veces y eres una estúpida porque ni siquiera te has dado cuenta.

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Las lágrimas brotaron por mis mejillas.

—¿Estás bien?

«Nadie te va a querer».

«Sigues siendo una estúpida insípida sin gracia».

«Básica».

«Ni siquiera te has dado cuenta».

—De maravilla —dije y se me quebró la voz.

Con los ojos llenos de lágrimas, estampé mis labios contra los de Gavi y lo agarré de la nuca mientras me seguía fundiendo con él en un beso tierno, pero a la vez brusco. Sus manos viajaron hasta mi cintura con cuidado y con algo de nerviosismo y mis dedos se enredaron un poco en sus rulitos a la misma vez que me seguí fundiendo con él, con brusquedad, con pasión, con locura y con las lágrimas brotando por mis mejillas. Sabía tan bien. Sabía a rosas secas con un toque a humedad y un ligero sabor a fresa. Sabía tan bien que el corazón comenzó a palpitar dentro de mi pecho como un completo loco. Sentí que me daba un infarto con el contacto de su lengua en mis labios cuando abandonó mi boca. Lo miré después de besarlo y nos volvimos a besar, fundiéndonos nuevamente en un beso y entregándonos como si nos conociéramos de toda una vida.

Flash, flash, flash.

¡¡¡Mierda!!!

¡Socorro!

Amor de contrato #1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora