Capítulo XXV Un regalo divino

155 27 6
                                    


Karen~

—¡Dios! ¡Ya no puedo! —le digo el doctor que esta en la orilla de la cama atendiendo el parto.

Estaba en plena obra de teatro cuando se rompió la fuente y el líquido amniótico empezó a salir. Clara señal de que mi bebé ya quiere nacer.

Eleanor,  Richard y Callum me trajeron desde el teatro y también se tomaron la molestia de traer a un doctor para que me atendiera.

—Solo un poco más —me dice el doctor—, un esfuerzo más y juró que esto terminará.

Asiento como puedo, aunque sé que él no me puede ver. Mi corazón late con fuerza al presentir que otra contracción está llegando y que el momento de sentir un dolor realmente espantoso llega.

Pujo al mismo tiempo que grito por el dolor tan intenso que siento. Y puedo jurar qud esto se siente como si me a  quebrar en dos. No lo logro, pero vuelve otra contracción y entonces lo hago con más fuerza, hasta levanto un poco la espalda.

Entonces siento como algo sale de mi cuerpo, algo que se retuerce, algo que está lleno de sangre y llora. Una lágrima sale de mi ojo al ver que ese “algo" no es un objeto. Es mi hijo que acaba de nacer, es el bebé de Albert y mío que ha nacido. Es el hijo que hemos creado entre los dos.

Ya no hay más dolor y si lo hay no soy capaz de sentirlo. Ahora mismo lo único que siento es una emoción por el gran paso que acabo de dar; soy mamá.

—¡Felicidades! —dice el doctor que me ha atendido—. ¡Lo ha hecho genial, y se ha convertido en madre de una niña!

¡Una niña, tengo una hija!

El doctor me da a mi bebé envuelta en una cobijita blanca, yo la recibo gustosa y la acuno en mis brazos. Más lágrimas empiezan a salir de mis ojos. Unas son de emoción por saber que ya tengo por quién luchar, que a pesar de todo ya nunca más volveré a sentirme sola. Y otras lágrimas son porque el amor de mi vida no está a mi lado para ver a nuestra hija, para ver el fruto de nuestro amor.

Acerco mis labios hacía su cabecita y le doy un beso a mi bebé. De alguna u otra manera, siempre tendré conmigo una parte del hombre que amaré por toda la vida y eso es suficiente para ser feliz.

—Lo ha hecho muy bien señora —dice el doctor—, el padre de la niña estará muy feliz y orgulloso de usted.

—Mi hija no tiene padre —protesto un tanto enojada por el comentario que a hecho.

Por primera vez veo al doctor que me atendió. Es joven, cabello negro y ojos grises. El doctor es guapo, eso no lo puedo negar.

—Lo siento, doctor…

—Clark. Emerson Clark —se presenta.

—Lo siento doctor, Clark. Es obvio que mi hija si tiene padre, no es obra del espíritu santo —me disculpo—, es solo que él y yo... estamos separados.

—Perdóneme a mí por mi indiscreción —dice el doctor disculpándose.

—No, discúlpeme usted a mí —pido sosteniendo más fuerte a mi bebé que está callada, pero abre su pequeña boca en busca de comida—. Le debo las gracias por ayudar a nacer a mi hija. 

—Solo hice mi trabajo, y para serle sincera señora, estos son los momentos que más disfruto de mi carrera, el ver a la vida nacer tan de cerca es algo que disfruto mucho —dice con mucha pasión. Supongo que para un médico eso es lo más bonito que puede experimentar—. Bueno, mañana vendré nuevamente a verlas, por ahora descanse y recupere fuerzas. Voy con sus padres a darles las indicaciones sobre como cuidarla a ambas.

—Gracias nuevamente —digo algo confusa. ¿Qué le hace pensar al doctor que Ellie y Richard son mis padres? Aunque quizás ellos así me hayan presentado.

Entre el amor y el deber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora