Capítulo XVIII El engaño

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Karen~

—Con esto ya no necesito nada más —le digo a Candy cuando juntas presenciamos mi vestido de novia—. ¿Es normal sentir que vas a explotar a causa de la alegría que sientes?

—Totalmente —responde Candy con una sonrisa—. Así me siento yo desde que me case con Terry, y espérate  que esa felicidad se extiende aún más cuando los hijos llegan.

—Dudo que pueda sentir más alegría y dicha de la que ahora siento —aseguro quitándome el vestido con la ayuda de mi amiga.

—Ya no le tenemos que hacer más arreglos, solo en caso de que en estos días que faltan para la boda, engordes o adelgaces más de lo que ya estás —indica Candy viendo mi cuerpo—. Insisto que has dejado de comer por eso estas tan delgada.

—Tienes razón, creo que son los nervios que no me dejan comer y casi nada se me apetece en estos días —concuerdo con Candy al decir que he adelgazado un par de libras en estos días.

Luego de guardar el vestido en su apartamento, nos vamos al mío y verificamos los últimos detalles para el banquete de la boda.

—Son menos de veinte personas las que asistirán a la boda, creo que no es necesario pedir tanta comida —le sugiero a Candy al oír todo lo que ella piensa pedir para comer.

—Es que a Terry y a mí nos encanta comer —dice sonriendo—. Y te aseguro que cuando los nervios de la boda pasen, tú comerás como nunca en tu vida.

Ambas nos reímos por su comentario tan gracioso e incluso hace que me imagine a mí misma comiendo sin parar el día de mi boda.

Suena el teléfono de mi casa y me obligo a parar la risa.

—Es Albert —le aseguro a Candy teniendo en cuenta que cuando él no duerme conmigo, me llama todas las mañanas para ver como estoy—. Seguramente quiere saber como amanecí. Bueno —digo contestando el teléfono.

—Solo quería agradecerte por mantener entretenido a mi esposo —contestan al otro lado de la línea—. Ahora ya no es necesario ya que desde anoche y para siempre seré yo la que lo mantendré ocupado.

—¿Quién diablos habla? —pregunto furiosa. No estoy para bromas y menos a está hora de la mañana.

—¿No me recuerdas, querida? —cuestiona—. Soy Tamara Hill, o más bien debería de decir, Tamara Andley.

—¿Qué? —pregunto aún más furiosa cuando la mustia de Tamara se presenta como “Tamara Andley”

—Lo que escuchas, Karen Kleiss. Al final he sido yo quien se ha casado con William. Ha sido a mí a la que llevo al altar e hizo ser la señora Andley ante la ley —dice y la furia se convierte en ira, si pudiera ya la hubiera estrangulado por decir tantas tonterías—. Es a mí a quien ha traído a vivir a su casa, y la que será la madre de sus futuros hijos.

—¡Deja de mentir! —grito ya sin poder aguantar mi enojo—. ¡Eso es lo que tú, deseas. Pero entiende que eso no sucederá, porque Albert…!

—¿Te propuso matrimonio a ti? —pregunta con una voz tan burlona—. ¿O a la que te ama es a ti? Por Dios, linda. ¡Abre los ojos! Te dijo eso porque solo quería divertirse contigo, solo quería disfrutar de tus encantos y de tu cuerpo.

—No, no es cierto —digo negando rotundamente todo lo que he oído de los labios de esa mujer.

—¿Karen qué sucede? —pregunta Candy a mi lado. La volteo a ver y su expresión es llena de confusión al presenciar esta llamada.

—¡Albert se va a casar conmigo! —exclamo agarrando el teléfono con mucha fuerza.

—¿Lo dices por el anillo que te dio? —cuestiona—. ¿Ese de un diamante y dos rubíes?

Entre el amor y el deber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora