Capítulo VIII Nuestro secreto

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Albert~

—Si la señora Emilia se entera nos matará —dice George con algo de miedo.
En todos estos años me he percatado que mi fiel George, le tiene respeto admiración y miedo a mi querida tía Elroy.

—Ella no tiene porque enterarse. Por supuesto si tú no se lo dices claro está —digo bajando las escaleras y dirigiéndome a la cocina.

—Ya sabes que no le puedo mentir a ella —responde. Claro, mi tía siempre ha tenido ese efecto en él, me pregunto: ¿por qué será?

—Está bien, está bien. Tendrás el día de hoy libre —ordeno decidido. No quiero que mi tía me eche a perder la sorpresa que tengo para Karen—. Y no es una sugerencia, George. Es una orden y más te vale obedecer.

Entro a la cocina y localizo la canasta que desde ayer había arreglado con la comida no perecedera y los utensilios de cocina que voy a necesitar. Me dirijo hacia el estante donde están los licores, lo abro y decido cual será la mejor botella para está ocasión.

—¿y qué se supone que voy a ser? —pregunta preocupado George.

—Lo que tú quieras —respondo mientras me pongo a pensar si llevo sidra o vino tinto-. Ve al parque, cómprate ropa, escucha misa o no sé. Haz lo que quieras, pero no te quedes cerca de mi tía Elroy por favor.

Me decido por la botella de vino tinto, así que la colocó en la canasta y me dirijo hacia afuera de la mansión.

 Son las seis de la mañana y la hora en la que cité a Karen es a las diez. Una de las razones por las que salgo de mi casa a está hora es por la sencilla razón que si mi tía me descubre haría todo lo necesario para que yo no pudiera acudir a mi cita y yo no estoy dispuesto a correr ese riesgo.
Llegó hasta mi auto con George pisándome los talones. Dejo la canasta en la parte trasera y luego me dirijo hasta el volante. Meto la llave, piso el acelerador y salgo de la mansión rumbo a un lugar para desayunar. 

—¿Sabes que hoy tu tía, invito a comer a Tamara Hill y su familia? —pregunta George.

—Sí, lo sé —afirmo—, es precisamente por eso que hoy no pondré un pie en esa casa hasta muy tarde.

Los propósitos de mi tía son los mismos desde hace un mes; comprometerme con Tamara Hill y unir a las dos familias más prestigiosas de Estados Unidos, lastima que no sean los míos.

 Junto a George vamos a comer, ambos en un silencio bastante incomodo para mí, aunque sé  la razón por la cual ninguna palabra sale de su boca, y esa razón es el temor desmesurado que le tiene a mi tía.

—¿Por qué le temes tanto a mi tía Emilia? —le pregunto a George y este casi tira el café que ha estado bebiendo—. No te atrevas a contestarme que no le temes. Porque sé que es cierto. Ahora quiero saber las razones.

—Es una señora muy intimidante —responde George. Me percato del movimiento nervioso de sus manos.

Me digo a mí mismo que ahí hay algo malo, y que tengo que descubrir, pero será en otro momento que torturé nuevamente a George.

 —Sí, George. Tienes toda la razón, mi tía es una persona bastante intimidad —digo afirmando algo que ya sabemos—. Pero no te preocupes, que luego de esto, tú irás a hacer tu equipaje.

George se queda con una cara perpleja y sin entender nada de lo que digo.
Le explico con detalles como vamos a preparar la sorpresa para Karen, y luego debe irse a Chicago para no tener que mentirle o intentar mentirle a la "al espantapájaros apocalíptico".

—Ya sabes, te vas a chicago, y te quedas en la cabaña hasta que yo llegué. ¿Entendido? —cuestiono un solo error y se va al demonio mi sorpresa.

 —Sí, entendido —responde.

Entre el amor y el deber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora