Capítulo VI Sobrino y ahijado

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Albert~

7 meses después

—Si la señora Emilia te descubre observando esa fotografía, es capaz de quemarla —advierte George, luego de haberme pillado por decima vez en este día, observando la fotografía de Karen.

Han pasado 7 largos meses en los cuales he sentido el deseo de escribirle una carta a la actriz. Aún no logro entender, ¿por qué no lo hago? ¿Dónde quedo el espíritu libre? ¿Dónde quedo mi verdadero yo?
Sí, claro llego mi tía Elroy y encerró a ese Albert en una caja dónde nunca nadie lo podrá sacar. O eso es lo que ella desea.

—¿Ya llego el informe? —le pregunto a George ignorando por completo su reproche.

Parezco un loco, pero desde que Terry, Candy y Karen se marcharon, he puesto a hombres de mi total confianza que los sigan y los vigilen a todos lados, en especial a la actriz.

Cada semana espero un informe sobre lo que hacen los rebeldes y un informe aún más detallado sobre la actriz que me ha robado mi estabilidad.

George se para de su escritorio, toma un folder y me lo da.

Yo lo tomo y empiezo a leer rápido sobre lo que han hecho los rebeldes; ir a cenar, caminar, dar autógrafos y más rutinas de parejas recién casadas.
Luego leo con mas minuciosidad la parte de Karen. En los informes anteriores eran casi todos iguales. La actriz da función, sale a hablar con sus fans a darles autógrafos o recibir los regalos que le llevan, sale a comer con Terry y Candy, y luego a dormir.
Casi no habla con nadie, y para mi alivio tampoco sale con nadie.

—Esos muchachos ya llevan recorriendo casi todo Estados Unidos —comenta, George—, ¿dónde se encuentra ahora?

—En Virginia —indico luego de leer en el informe que ese es el lugar donde se encuentran—, más específicamente en Jamestown.

—Estoy seguro que estar viajando por siete meses seguidos ha de ser muy difícil para la señorita Candy —dice George mientras se sienta nuevamente en su silla y revisa más papeles—. Perdón, quiero decir la señora Candy.

—Uno por amor es capaz de dejar lo que sea con tal de seguir al verdadero amor —aseguro y vuelvo a ver la fotografía de Karen que me ha acompañado desde hace meses.

—¿Y tú lo harías? —cuestiona George sin dejar de ver los papeles—. Es decir, ¿tú lo harías por la señorita Kleiss?

—¿Qué dices? —le pregunto dejando de ver la fotografía—. ¿A qué es lo que te refieres?

—Sabes a lo que me refiero, Albert —indica George muy serio—. En todos estos años, jamás te he visto tan emocionado por una mujer y tampoco con ese brillo en los ojos que tienes cada vez que observas la fotografía de la señorita. Y eso solo indica una cosa, que te has enamorado de ella.

—Está bien, no te niego que desde que la vi en aquel afiche, me interesó, su belleza física me fascino —confieso recostándome sobre la silla—, luego, hablar con ella, escuchar su perspectiva sobre la vida, me cautivo más aún. Sabrá Dios que tendrá esa castaña, pero cada vez que pienso en ella sonrió y me emociono.

—Estas al borde del enamoramiento, muchacho —asegura George dejando los papeles en el escritorio y mirándome—, y eso es bueno, pensé que tu vida llegaría a ser muy monótona. Pero ahora aquí la pregunta es; ¿estarías dispuesto a enfrentar a tu tía para defender tu amor?

—¿Ah? ¿A mi tía? ¿Qué tiene que ver mi tía en esto? —cuestiono.

—A tu tía, le interesa que te cases con una mujer de sociedad, a la altura de los Andley —explica George. Por supuesto, no había pensando en ese detalle—, y lamentablemente la señorita Kleiss no está en ese nivel. Y para cerrar con broche de oro, Karen es una artista, Emilia odia a las artistas liberales como lo es ella.

Entre el amor y el deber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora