Capítulo 2: Huyendo de lo inevitable

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Adopto un perfil bajo durante la clase en la que participa María. Normalmente ocupo las primeras filas, pero esta vez me coloco justo en el fondo, al lado de la puerta. Durante el calentamiento estoy notablemente nerviosa, mi amigo me lanza profundas miradas de preocupación desde las primeras filas. A medida que avanza la clase comienzo a relajarme y concentrarme en lo que estoy haciendo, quizás sea posible sobrevivir todos los viernes a esto, me digo a mi misma. La tranquilidad se rompe cuando María acude a las últimas filas para ver cómo estamos realizando la coreografía. No paro de repetirme que tan solo tengo que pasar desapercibida y nada más. Concentro toda mi energía en devolverme la mirada en la pared acristalada, que refleja mi rostro serio y atento. Marco internamente el compás mientras me deslizo sin dejar de observarme en todo momento. De repente, noto un brazo que envuelve mi cadera que me desconcentra haciéndome tambalear. Sigo el recorrido de ese brazo que me sostiene y corrige mi postura y me encuentro con el rostro de María. "Necesitas enderezar tu espalda, por lo demás; ya lo tienes." No consigo responder nada, solo asiento y ruego a los dioses que retire su brazo cuanto antes. María parece captar mi incomodidad y se retira unos pasos, devolviéndome el aliento que me ha robado. Siento como su mirada me analiza mientras ajusto mi coleta. Cuando está a punto de preguntarme algo, la profesora da por finalizada la clase. Me escabullo entre la multitud con facilidad.

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Es curioso lo rápido que pasa el tiempo cuando estás evitando deliberadamente un momento concreto. Es jueves por la tarde y todos mis compañeros de danza están inquietos por la clase de mañana con María. Yo estoy aterrorizada ideando mil escapatorias posibles para rehuirla. Soy consciente de que en el momento en el cual descubra mi nombre, lo sabrá todo. De hecho, sospecho que el pasado viernes estuvo ya a punto de descubrirlo. Quizás le sueno de algo, igual que ella a mí; hasta que descubrí la verdad gracias a la mención que ella misma hizo del campamento. Durante un momento sopeso la opción de no acudir a clase mañana, pero enseguida aparto la idea: ¿Desde cuando alguien ha entorpecido mi carrera profesional?

Llego minutos antes de empezar la clase para evitar cualquier conversación que se pueda crear en los ratos previos. Para mi alivio, María todavía no ha llegado. Comenzamos a estirar y a los minutos llega la profesora. Mientras elige la música y se quita la sudadera anuncia que María hoy no podrá venir. Mi amigo y yo intercambiamos una mirada cómplice al instante. Toda esta carga que sentía se desvanece y sonrío a la nada enseñando los dientes.

Cuando más tarde finaliza la clase, me dirijo hacia los vestuarios y mis ojos se encuentran con mi rostro a través del espejo. Debería sentirme contenta y aliviada pero en lugar de eso, siento cierta melancolía. Llevo toda esta semana preparándome para este inminente encuentro y finalmente no ha aparecido. Diría que estoy incluso decepcionada. Con todas estas contradicciones me pierdo en los vestuarios entre el olor a sudor y los vapores de las duchas.

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Que María no acudiera el pasado viernes hace que baje la guardia, que me confíe. Y sucede justo cuando estoy dejando mi bolsa en el vestuario. Se acerca por detrás y escucho su voz saludándome. Deduzco que es a mi ya que las únicas chicas que hay con nosotras están bastante alejadas. Me giro lentamente y cabeceo a modo de respuesta acompañándolo con una sonrisa cortés.

Cruza los brazos mientras añade con media sonrisa "No se porque me da la sensación de que no te caigo bien." Sé que lo dice a modo de broma, para cortar la tensión y que yo añada a toda prisa "No! Como puedes decir eso, perdona estoy un poco cansada, me encantan tus clases..." Pero en su lugar me limito a contestarle con un escueto "No vengo aquí a hacer amigos" mientras salgo del vestuario. Su cara es un poema y a mi me invade una energía en mi interior que me reconforta, siento que estoy haciendo un poco de justicia.

Me coloco al fondo de la sala y empiezo a estirar. Al minuto sale ella de los vestuarios, todavía con el ceño fruncido y pasando de largo sin mirarme. De hecho, no lo hace durante toda la clase, cosa que agradezco. Supongo que ahora que he dejado claros los límites me puedo volver a centrar en lo que de verdad importa: bailar, bailar y bailar.

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Esta dinámica se establece entre nosotras: ella no me dirige la palabra y yo tampoco. Ni siquiera nos miramos. La clase de los viernes se acaba convirtiendo también en la clase de los martes, cosa que en principio me aterrorizaría pero ahora me causa indiferencia. Al parecer, María nos va a ayudar a preparar el número de fin de curso que la academia de baile realiza en un importante evento y ella se encarga de toda la coreografía. Ese mismo martes comenzamos a organizar las posiciones durante la coreografía después de que María nos explique su idea. Estoy distraída mirando mis uñas cuando me señala con el dedo mientras añade que seré una de las protagonistas de la coreografía, por lo que tendré el doble de trabajo y visualmente estaré siempre delante. Mi sorpresa es gigantesca y debe ser evidente también para ella, porque cuando finaliza la clase se acerca a mí y me susurra "El hecho de que te caiga mal no va a impedir que seas una de las protagonistas. Objetivamente hablando eres de las mejores aquí y ante todo soy una profesional así que espero que de aquí en adelante encontremos el modo de trabajar juntas. Y agradecería que no me miraras siempre con esas caras de asco. Hasta luego." Lo dice en cuestión de segundos y cuando reacciono ya ha desaparecido por la puerta. Sus palabras me sacuden de arriba a abajo, mi pecho se agita con fuerza.

Parece que esto va a ser más complicado de lo que pensaba.

El booty hypnotic del que me enamoréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora