Capítulo 29: De mica en mica s'omple la pica

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(Bona tarda, ya he vuelto de mis vacaciones con muchas ganas de escribir. Que tingueu bon diumenge, se me cuidan)

Mientras escucho a María tararear en la ducha no puedo evitar sonreír. Está cantando más fuerte que nunca y me entra la risa cada vez que llega el estribillo. Un sentimiento de alegría inesperada impregna todo lo que hago. Cuando sale de la ducha, comenzamos un tipo de ritual sumamente delicado y compenetrado, donde cada una asume una tarea. María se dedica a tender su ropa mojada mientras yo ordeno la habitación. Este mecanismo silencioso que se ha puesto en marcha nos sienta bien. Nos entendemos con facilidad. María es cuidadosa y pregunta antes de tocar nada, la torpeza inicial da paso a la coordinación. En cuestión de minutos la música está sonando por toda la casa, en armonía; como nosotras. La rutina nos favorece y fantaseo con imaginar una vida así junto a ella, a diario. Vuelvo a la realidad cuando escucho sus pasos por el pasillo. En un gesto mecánico cojo mi vaso vacío de la mesita de noche para lavarlo. Nos miramos y una sonrisa se dibuja en mi rostro. Ella avanza, misteriosa. Y yo ya sé que está tramando algo. Cuando nos cruzamos desliza su mano atrapando mi cadera y obligándome a frenar en seco. El único espacio que nos separa es el que generan mis manos sosteniendo el vaso. Con su mano libre, María coge ese vaso.

—Ya lo lavo yo. —Dice inclinándose levemente. Su voz retumba en mi oído. Yo la dejo hacer, sin saber muy bien qué responder.

María se escabulle y me quedo plantada en mitad del pasillo, todavía asimilando lo que acaba de ocurrir. Pura provocación. Lo último que veo es su sonrisa triunfadora al girarse y verme totalmente congelada en el sitio.



—¿Qué te apetecería hacer ahora mismo? —Le pregunto a María mientras mira distraída por la ventana.

—Vaya pregunta. Lo sabes de sobra. —Contesta relajada sin mirarme.

—No te voy a dar ningún beso. —Añado, cruzándome de brazos. María gira en redondo abriendo los ojos como platos.

—¿Qué? Yo no he dicho eso, no quería decir eso. —Se sonroja de los pies a la cabeza. No puedo evitar reírme y alzar mis cejas. Cuando María se da cuenta de que estoy bromeando, se gira de nuevo para seguir mirando por la ventana. —Te odio. —Sentencia.

—Bailar. —Digo, mientras me coloco a su altura.

—¿Qué? —Me mira María.

—Que bailar es lo que te apetecería hacer ahora mismo. —Le devuelvo la mirada. Sonríe mostrando sus dientes cuando escucha mi respuesta. Parece que he acertado. —Mira. Fíjate, en el balcón de enfrente. El señor mayor regando las plantas. —Le digo señalando con el dedo.

—Sí, llevo un rato mirándolo. —Asiente María.

—Cuando llegué, ya estaba aquí. No sé quién es pero podría reconocerlo en cualquier parte del mundo. A menudo coincidimos por las mañanas. Él regando y yo leyendo. Nos miramos pero no nos decimos nada. —Añado.

—Os hacéis compañía el uno al otro. —Dice María sonriendo.

—Algún día descubriré cómo se llama. —Contesto.

—Y le ayudarás a regar sus plantas.—Añade María.

—Y le ayudaré a regar sus plantas. —Repito. Las dos reímos un momento. —Bueno, ¿Qué? —Digo, mientras me quedo mirando fijamente a María.

—¿Qué pasa? —Pregunta.

—¿Vamos a bailar o no vamos a bailar? —Sonrío.

—La verdad es que hace una mañana ideal para ir a bailar. —Me corresponde con una sonrisa tierna.

El booty hypnotic del que me enamoréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora