Capítulo 28: La mañana de después

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(Estos próximos días estaré de viaje por lo que no actualizaré hasta dentro de unas semanas. Se me cuidan)

La sopa se ha quedado fría y la radio ha seguido sonando toda la noche.

Soy la primera en desvelarme. La luz de las farolas se cuela entre los huecos de la persiana, por lo que todavía no ha amanecido. Me despierto porque siento un hambre voraz y de golpe recuerdo que ayer no cené. Entre la oscuridad consigo intuir la silueta de María. Está durmiendo de espaldas a mí. Está desnuda, exactamente igual que yo. Antes de levantarme, le tapo con las sábanas. Su pelo todavía huele a lluvia.

Cuando llego a la cocina, apago la radio y guardo la sopa en la nevera. Aprovecho para ducharme. Cuando amanece, estoy en el comedor mientras María sigue durmiendo en mi cama. Desde la silla donde estoy sentada, veo mi habitación y parte de la cama. Mi mente no para de transportarme a todas las cosas que hemos hecho María y yo hace unas horas en esa cama. No tengo ni idea de qué hacer.

Poco a poco, la ciudad se despierta. Comienzan a escucharse los primeros coches, conversaciones. Persianas que suben para abrir sus negocios. Risas de niños de camino al colegio. Seguida por esa inercia, preparo el desayuno. Sé como le gusta el café a María pero no sé si quiere que se lo prepare. Me veo superada delante de dos tazas de café, todavía vacías. No sé si incluirla o no. A veces no hay nada más íntimo que te preparen el desayuno. No sé qué espera María de mí. Quizás tal y como se despierte se marche. Quizás no. Quizás quiera que le prepare el desayuno. Yo desayuno con calma, bebiendo el café en pequeños sorbos y masticando con paciencia las tostadas.





Cuando ya son cerca de las nueve y sin saber muy bien qué hacer, preparo otra taza de café. La preparo tal y como le gusta a María. Armándome de valor voy hasta mi habitación. Pensaba que lo más complicado ya había pasado, pero esto es infinitamente peor. La habitación sigue en la penumbra y María en la misma posición. Dejo la taza en la mesilla de noche esperando a que el ruido la despierte. Permanezco como medio minuto de pie frente a ella. No se mueve. Levanto la persiana unos centímetros y la luz se cuela en la habitación lo suficiente para iluminarla y despertar a cualquier ser humano. Pero sigue sin inmutarse. El sueño profundo de María está consiguiendo desquiciarme. Totalmente rendida, me meto en la cama y enciendo la lámpara de noche para leer un rato, confiando en que esta luz sí la despierte. Nada.

Sin poder concentrarme en el libro, comienzo a hacer ruidos deliberadamente. Muevo los pies de un lado a otro y me pongo a toser. No surge ningún efecto. Dejo el libro en la mesilla y me estiro de lado. Observo la figura de María y me doy cuenta de que en algún momento, ha vuelto a destaparse, por lo que debe tener calor. Sus hombros se mueven ligeramente con cada respiración y todo su pelo cubre parte de la almohada. En un gesto improvisado, recojo los mechones para juntarlos. Seguida por la misma inercia dejo caer mi dedo corazón sobre su hombro y resigo su silueta hasta llegar a las caderas. Desprende un ligero olor salado mezclado con sudor y su piel está brillante y suave. Con cada respiración puedo notar los huesos de su espalda. Me fijo en sus pecas y las acaricio con cuidado. Tiene una peca diminuta en el lóbulo de la oreja que consigue sacarme una sonrisa. Esta vez dejo caer toda mi mano sobre su hombro, mientras me voy fijando en todos sus detalles. El collar enredado en su cuello, los pliegues de su cadera o esa cana diminuta que sólo puedes ver si miras con atención. Cuando intento colocarle el pelo detrás de su oreja, me encuentro con dos grandes ojos que me observan. Sintiéndome como un niño al que acaban de pillar haciendo alguna trastada; me quedo mirando mi mano, la responsable de todo esto. María se ha girado y está boca arriba.

El booty hypnotic del que me enamoréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora