Capítulo 4: Reinas del disimulo

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Al día siguiente comenzamos los ensayos para el gran evento, resulta que actuaremos durante los descansos de la gala de los Goya así que estamos todos entusiasmados y con muchas ganas. Dándole vueltas a cuál debería ser mi actitud con María, opto por dejar que siga pensando que me cae mal, para mi es una posición muy cómoda: me mantendré neutral, simplemente profesional y nada cercana con ella.

La teoría es mucho más fácil que la práctica porque ya había olvidado que seré una de las bailarinas protagonistas por lo que María permanece a mi lado prácticamente toda la clase. Hay un momento, ya hacia el final de la clase, que la profesora grita mi nombre para hacer que me acerque a ellas. "Chanel, ven a ver qué te parece este cambio de paso que propone María" Finjo indiferencia y acudo tranquila pero por dentro todo mi metabolismo está en guardia, paralizado; esperando algún tipo de estímulo o respuesta. La profesora ha dicho mi nombre en voz alta delante de María. Si ella recibe la misma sacudida que yo he sentido, tampoco lo demuestra. Simplemente me sigue con la mirada y cuando estoy a escasos metros comienza a explicar su nueva propuesta.

La clase finaliza con normalidad y pienso que así será a partir de ahora: ambas ignoraremos el pasado. Me llama la atención la rapidez con la que abandona el aula. No creo que tenga nada que ver conmigo, ¿No?

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Los días se suceden con normalidad. María ha conseguido hacerse hueco y ganarse a la gran mayoría de bailarines y bailarinas, incluso la he visto hablando y riendo con mi amigo un par de veces. Acto seguido él me ha pedido disculpas por dicha interacción y ha añadido "Es que la jodida es graciosísima". Le quito hierro al asunto diciéndole que puede hablar y hacer lo que él quiera que no se preocupe. Obviamente María se lleva bien con todo el mundo menos conmigo. Las dos somos extremadamente profesionales y cuando coincidimos, que es siempre, nos ceñimos a la coreografía y poco más: ninguna broma, ningún comentario personal, nada. De hecho, me empiezo a preocupar por lo evidente que es nuestra nula relación.

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Como cada viernes, nos dirigimos al bar del final de la calle para tomar algo y desconectar un poco. La gran diferencia respecto a los demás viernes es que esta es la primera vez que María también viene. Han insistido para que se apuntara y después de pensárselo un poco finalmente ha accedido. Nos hemos colocado estratégicamente cada una en una punta para no tener que hablar. Lo malo de esta decisión, es que quedamos frente a frente, una a la cabeza de la mesa y la otra a los pies.

Múltiples conversaciones invaden la mesa, al parecer María debe ser graciosísima porque tiene a la mitad de los comensales embelesados y riéndose de todo lo que dice. Yo por mi parte, permanezco callada y observando; reconozco que me pone de mal humor que ella sea el centro de atención.

A lo largo de la noche, nuestras miradas se encuentran más de lo que me gustaría. Cuando eso sucede, intento apartar la mirada; pero acabo recayendo. A ella parece sucederle lo mismo.

Son ya cerca de las 22h cuando una moto se detiene al lado de nuestra terraza y toca el claxon. María se incorpora y se despide con un adiós general que agradezco, ¿Me hubiera dado dos besos de despedida?, se acerca a la moto y su acompañante le tiende un casco. Desaparecen en la noche. Todos comentan que debe ser su novio, que ha venido a buscarla. La conversación rápidamente salta a otro tema, pero yo sigo pensando en el extraño motorista que ha venido.

Vuelvo a casa en bicing para que me dé el aire fresco. El viaje me despeja. 

El booty hypnotic del que me enamoréDonde viven las historias. Descúbrelo ahora