XVI

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La luna estaba en todo su esplendor en el cielo de Mantra, no había pasado ni una hora desde que se posó ante el Reino Central y la misma Ciudad Imperial, los habitantes poco a poco se regocijaban con la pequeña brisa que soplaba entre las calles de la ciudad. Las luces de las casas y de los establecimientos se comenzaban a apagar para que las personas se fueran a dormir; todas las lámparas se apagaban salvo las que se encuentran en los bares. Aquellos lugares de mala fe que daba refugio a quienes tenían como compañera la misma noche.

Una de las tantas cantinas que permanecía abierta a dichas horas era El Sol Negro, la cual es muy famosa tanto por sus cervezas como por ser el lugar preferido de los militares que estaban de servicio en el grupo de los Danes, pues eran tratados como parte de la realeza por las camareras y el cantinero que ahí laboraban; y no es para más, pues nunca está mal tener a los hombres más hábiles y con agrandes contactos de tu propio lado. Por desgracia, no eran las únicas personas que se encontraban en aquel lugar, pues también era muy sabido que varios hombres peligrosos se encontraban en aquel lugar, bandidos, asesinos y personas de las cuales nadie quisiera toparse en su camino. Nadie entendía como ellos lograban entrar en esa taberna sin provocar el actuar de los soldados; la respuesta era fácil: dinero y tráfico de influencias.

El momento era perfecto, nadie sospecharía de nada en aquel lugar pues, si no era muy habitual, si sucedía, como en cualquier otra cantina, sucedían peleas entre varias personas donde siempre terminaban interviniendo los militares para llevar a los involucrados a las celdas de la prisión (mejor dicho, calabozo) donde solo pasarían la noche los revoltosos que terminaban atrapados por los Danes.

Fue en aquella noche, después de terminar con su recorrido por los callejones de la ciudad, cuando Dimitri y Argos entraron en El Sol Negro para empezar con el alocado plan para poder entrar en el castillo. Cuando entraron en el establecimiento, sonó una pequeña campana anunciando la llegada de nuevos clientes; una camarera con vestido de mucama en color negro se posó frente a ellos para recibirlos con una gran sonrisa.

–Hola chicos –decía dulcemente la mesera–. Sean bienvenidos a El Sol Negro. Tomen asiento en una de las mesas disponibles y en un rato los atenderé. ¿Está bien? –soltó un pequeño guiño cuando termino la pregunta.

Los dos caminaron al fondo de la cantina, donde estaba desocupada una mesa con dos sillas disponibles, tomando asiento agarraron los menús con los platillos y bebidas que se sirven en el establecimiento. Mirando todo a su alrededor, Dimitri logro dar con un grupo de soldados tomando y bebiendo como si no hubiera un mañana; charlando de sus aventuras, comiendo como animales, riendo a todo pulmón y manoseando a las camareras que se acercaban a su grupo, claro que ellas buscaban la forma de no pasar por ese lugar para no ser tocadas indebidamente, pero a veces es difícil hacerlo. La forma en la cual pudo identificarlo es que portaban sus distintivos uniformes, pues los portaban con orgullo, y con la intención de imponer respeto, o miedo, en cualquier lugar al cual vayan.

Pasaron unos cuantos minutos después de haber tomado asiento cuando la misma mesera que los recibió fue a tomar sus órdenes, Argos pidió solo un vaso con aguamiel, mientras que su compañero, quien aún conservaba su mirada clavada en el grupo de soldados, solicito solo un tarro de cerveza. Cuando la camarera se retiró, Argos interrumpió la concentración de Dimitri, para conocer lo que estaba pensando, pues su expresión no era fácil de descifrar.

–Dimitri... sé que sonara raro preguntar a estas alturas, pero ¿cómo lograras que nos metan a los calabozos sin que nuestra vida esté en peligro? –la voz de Argos sonaba baja, pero clara, para no alertar a los militares.

–Yo iniciare todos, solo sígueme la corriente –se limitó a responder.

Las bebidas que pidieron llegaron bastante frías; el aguamiel raspó la garganta de Argos al primer sorbo, una sensación que después se volvió placentera. Dimitri no tomó de momento su tarro, a lo cual su compañero le sugirió tomar un sorbo de aquella cerveza para no estar bebiendo solo. Tomando el recipiente por su haza, se levantó y le dijo a su amigo.

La leyenda de MantraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora