Capítulo treinta y siete.

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Tres capitulos para el finaaaal...
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Last Words Of a Shooting Star - Mitski

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Drogas.

Es increíble lo que una simple pastilla, o un simple polvo, o una simple inyección puede hacerle a tu cuerpo, ¿no?

Lo que inicia como un juego, o un sentimiento de curiosidad, o presión social, o incluso deseo de sentir algo además del vacío creciente en tu pecho... Puede acabar contigo necesitando la sensación.

Necesitando no ser nada y ser todo. Necesitando esa simple pastilla. Hasta puede acabar con tu cordura. O con el amor que tienes en tu vida. Y, obviamente, puede acabar con tu vida.

Ahora, Robin era muchas cosas. Era problemática, tal vez un poco alcohólica, tal vez un poco salvaje, pero no era drogadicta.

Así que, ¿por qué otra razón una persona tendría una sobredosis si no es adicta?

...Exacto. Porque fue autoinfligida.

Se escuchó el ruido de unos zapatos deslizarse en el pasillo del hospital, como si la persona hubiera corrido y de repente se hubiera detenido en seco, pero yo ni siquiera voltee a ver hasta que escuché la voz de Liam.

—Mich... —en cuanto me miró, sus ojos se llenaron de lágrimas, y supuse que los míos también, mientras me levantaba lentamente de la silla, puesto que se apresuró en abrazarme. Keith, detrás de él, no parecía saber si eso era lo mejor, parecía estar a punto de romperse.

—E-estaba p-pálida, Liam...—enterré mi cara en su hombro, llorando por primera vez desde... ¿Cuánto tiempo?—Su pulso... No p-podía sentir su p-pulso... —solté algo parecido a un berrido, y pude escuchar el sollozo de Keith, quien se cubrió la el rostro cuando levanté la vista. Aun así, le ofrecí mi mano y, cuando la tomó, lo halé y nos abrazamos los tres, dos de nosotros llorando y Liam probablemente en shock.

—Alice y Nico vienen en camino—me dijo Liam una vez nos separamos, tras lo que pareció muy poco tiempo. Keith ni siquiera podía hablar. Ni siquiera podía mirarme a los ojos—, aún no le han dicho a Mason, está en una cena con sus padres fuera de la ciudad, y no queríamos preo...

De pronto, se escuchó de nuevo el ruido de los zapatos y la respiración agitada de alguien. Los tres volteamos para encontrarnos a un Mason con traje, despeinado y tratando de recobrar el aliento.

—¿¡Porque mierda nadie me contó!? —se acercó para regañarnos. Se veía exhausto, quien sabe desde donde había estado corriendo, sin embargo, ni una sola lágrima salía de sus ojos. Me pregunté cómo lo haría, yo cada vez que sentía que me había quedado seca de tanto llorar, volvía a hacerlo cuando la imagen de Robin moribunda aparecía en mi cabeza. Y eso solo en el transcurso de estos minutos.

—¿Quién...? —comenzó a preguntar Keith con un hilo de voz, pero Mason lo interrumpió abrazándolo. No creo que ni el rubio ni ninguno de nosotros se lo haya esperado.

—A la idiota de Alice se le salió cuando la llamé porque Robin no me contestaba. —aclaró, ahora sí que parecía tener problemas para controlar su voz rota.

Keith rompió el llanto de inmediato, y yo comencé a ahogarme ahí dentro. Comencé a sentir que las paredes se me venían encima, como si de pronto hubiera una barrera en mis pulmones que me impedía respirar. Como si mis propios huesos me estuvieran aplastando.

Amores fugaces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora