Capítulo 3

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En un mundo en el que robar es el principal medio para sobrevivir, encontrar una buena forma de mantener tus pertenencias podía convertirse en una auténtica odisea.

Algunos, como Elena, decidían tener lo justo para pasar el día y cargarlo a sus espaldas. Otros trataban de esconder sus pertenencias en los rincones más escondidos de sus hogares, lo que a veces no era muy efectivo, sobre todo teniendo en cuenta el nivel de abandono de los edificios y la relativa facilidad con la que se podía acceder a ellos. Finalmente, estaban aquellos que preferían acumular todos sus tesoros en cualquier sitio y montar guardia, turnándose con el resto de miembros de su banda.

Sin esperarlo, Elena se topó con este último caso.

—¡Deja de quejarte y haz algo útil por una vez!

La voz procedía del callejón al que daba una de las fachadas del edificio en el que Elena había pasado la noche, a la altura del suelo, a unos cuantos metros más abajo de donde ella se encontraba. Allí, frente a una montaña de objetos apilados entre las tres paredes blanquecinas que formaban el final de la callejuela, una pareja —un hombre y una mujer— discutían con avidez.

—¡No tendría que quejarme si me dejaras dormir cuando me toca! —respondía el hombre, malhumorado.

—Es que no te toca a ti, sino a mí. ¡Llevo montando guardia toda la noche!

Si ni la luz de la mañana ni los graznidos de los pájaros habían bastado para despertar a Elena, los escandalosos gritos de la pareja sí lo habían hecho.

Se levantó con pesadez y se asomó por el muro que rodeaba la azotea para ver la escena. No alcanzaba a ver sus caras, pero sí sus cabezas y los airados movimientos que hacían con los brazos para acompañar sus réplicas.

Elena gruñó, molesta ella también de que le hubieran interrumpido el sueño, y a punto estaba de dejarse llevar por la irritación y escupir a ambos desde allí arriba cuando un brillo metálico la obligó a cambiar de objetivo. Hasta entonces no se había percatado de que, tras el hombre y la mujer, estaba el montón de trastos cuya vigilancia había causado su discusión, y en cuya cima destacaba, por encima de los demás objetos, una bicicleta prácticamente intacta.

Tuvo que aguzar un poco la vista para verla bien. Los hierros estaban un tanto oxidados, pero seguían seguramente tan rectos como el día en que se hizo. A las ruedas les faltaba algún que otro radio y parecían desinfladas pero, por lo demás, la bicicleta estaba en buen estado. A Elena se le escapó un silbido, consciente del precio que debía tener ese cachivache en el mercado de truequeros.

El enfado que sentía minutos antes se esfumó con la misma rapidez con la que su mente dibujó un plan para robarla. Recogió su mochila y, ya completamente despierta, se puso manos a la obra.



Tardó más de lo esperado en reunir lo necesario. Sólo necesitaba una cuerda, pero todas las que encontró entre la basura eran demasiado cortas. Tal vez hubiera encontrado una decente en el mercado, pero en ese momento no tenía nada que no le importara intercambiar, así que tuvo que conformarse con atar bien fuerte los fragmentos de cuerda que iba recogiendo.

Pasado un buen rato, cuando por fin consiguió una longitud adecuada, se dirigió de nuevo al callejón, dispuesta a buscar el lugar más idóneo para efectuar su plan. Esta vez no escaló a la azotea, que se encontraba demasiado alta y cuyo acceso era demasiado complicado, pero tampoco rechazó la idea de hallarse en una zona elevada.

Tras intentar entrar en varios apartamentos y ser echada a patadas por los curmianos que vivían en su interior, logró encontrar un piso vacío cuyo balcón diera directamente al callejón.

Metrópoli (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora