Capítulo 13

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Un frondoso bosque podría haber sido un buen escondite, pero tuvieron que conformarse con las estériles y sinuosas figuras montañosas que rodeaban Curmia. Una de las paredes rocosas formaba un pequeño abrigo que les ofrecía algo de sombra y cubierta, y decidieron detenerse allí para coger aire.

La ciudad, que se divisaba a lo lejos, desprendía una nube de humo por encima de su silueta, como una gigantesca chimenea. A pesar de la calma y el silencio en el que se encontraban allí, aún siguieron escuchándose, de fondo, las sacudidas de las últimas bombas.

Elena se dobló, agotada, aspirando todo el oxígeno que podía por su boca. El tobillo supuestamente curado se encontraba ahora resentido tras la correndilla, aunque prefirió omitir ese detalle. Tenían problemas más graves.

-¿Quién eres tú? -dijo Hugo en la misma posición que ella, cuando observó mejor al niño que les había acompañado. Pero antes de que nadie contestara, frunció el ceño y le agarró el brazo con violencia, haciendo que Elena se alarmara-. ¡Lo sabía, sabía que me sonabas de algo!

-Hugo, ¿qué haces?

-Mira su brazo.

Elena se acercó al chaval, que no hacía más que dedicarle miradas vacías al Ratón y a los dedos que seguían clavándose en su piel con fuerza. En el interior de su antebrazo, que tenía ahora visible y vuelto hacia arriba, unas líneas grabadas a fuego conformaban la figura de un diamante, otra distinción de la banda de Jovanka para hacerse notar. Hugo levantó su brazo libre, preparado para propinarle un puñetazo.

-¡Hugo, por Dios! ¡Sólo es un crío!

-No lo subestimes, sigue siendo de El Diamante. ¿Qué hace aquí?

Elena le contó rápidamente lo que había sucedido después de que Bribón dejara su pañuelo.

-Si tiene un cuchillo, mejor me las pones -comentó, mientras lo registraba habilidosamente sin soltarlo y le arrebataba el arma- Deberíamos deshacernos de él antes de que vengan a buscarlo.

El chico tal vez debería haberse asustado ante aquella amenaza, pero a pesar de la actitud agresiva con la que el Ratón lo había asido, seguía mirando a un punto fijo, impasible y taciturno.

Elena apartó suavemente la mano del Ratón, que soltó al niño, y lo llevó aparte.

-No le hagas daño, anda -él levantó las cejas, indignado por que la víctima defendiera a su agresor-. Hugo, vamos, míralo, sus amigos acaban de morir, y ni si quiera sabe dónde está el resto de su familia. O si siguen vivos siquiera. Está hecho polvo...¿Y cuántos años puede tener? ¿Once? ¿Doce, como mucho? Lo siento, pero no creo que pegarle una paliza sea justo.

Tenía razón, el chico estaba totalmente consternado. Hacía unos minutos, en el callejón, se había dirigido a ella con una expresión fiera y segura. Si no hubiera sido por su corta edad, hubiera intimidado a Elena sin necesidad de sacar ningún arma, pero ahora, lejos de su familia, parecía un cachorrito abandonado.

-Además -continuó hablando Elena- todo esto es muy raro. Sabía mi nombre...

-Bah, me lo habrá escuchado decir mientras volvíamos.

-Imposible, tú me llamas por mi apellido casi siempre. Además... -bajó aún más el volumen-. Aquel día, cuando nos conocimos, Jovanka me miró de una manera muy extraña, y luego escuché a sus hijos hablar de mí. Fue antes de que Gaby me descubriera, estaban metidos en unos túneles de tierra, torturando a una mujer...

-Espera, espera, ¿qué? ¿Por qué no me habías contado eso antes?

-Da igual, el caso es que aquí pasa algo raro. Y si le haces daño, no querrá contarnos nada.

Metrópoli (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora