Lo primero que sintió Elena fue la tensa quietud, similar a la de un cementerio. Comparado con el ajetreo del mercado, aquel sitio se encontraba en la característica calma de un lugar abandonado. Si Elena no hubiera estado huyendo, puede que incluso hubiera disfrutado de estar allí.
El vestíbulo de la parada estaba iluminado únicamente por el recuadro de luz que entraba desde el exterior, al inicio de las escaleras, y que dejaba intuir las sombras de lo que un día debió ser un concurrido lugar, de esos en los que las personas caminan con la cabeza agachada, acompañadas y aisladas a un mismo tiempo, sin prestar atención al resto de vidas que, en ese preciso momento, confluyen con las suyas.
Los pocos haces que rebotaban en el suelo porfiaban por iluminar las máquinas expendedoras que reposaban vacías en las paredes, los carteles que colgaban del techo y la fila de tornos que cruzaban la estancia de una pared a otra.
El suelo era liso y resbaladizo, y debería haber contribuido a que los pasos de Elena resonaran por las paredes siguiendo el eco, pero la chica se había acostumbrado a reducir al máximo el sonido de sus zapatos. Al fin y al cabo, si había un método para robar que se adaptase a la personalidad de Elena, ese era el sigilo.
Saltó por encima de los tornos y se escondió detrás de ellos antes de que su perseguidor consiguiera verla desde la entrada.
—Sé que estás aquí, ¡sal ya! —dijo el hombre después, mientras bajaba hasta el final de las escaleras.
Elena tenía todos los nervios a punto para reaccionar cuando fuera necesario, pero no quería correr riesgos y desvelar su posición tontamente, así que se quedó agachada cuanto consideró oportuno.
Esconderse detrás de los tornos había sido un acierto, puesto que, con la luz que entraba del exterior, el hombre aún no podía ver más que unos pocos metros por delante de él. No obstante, sus ojos apenas tardarían unos minutos en acostumbrarse a la oscuridad, y entonces las cosas se complicarían. Además, su perseguidor por fin se había dado cuenta de que, en su caso, la mejor estrategia también era no hacer ruido, y no había vuelto a hablar. Eso no era bueno.
Elena contó los segundos que pasaban. Cuando llevaba más de cien, se levantó con lentitud, dispuesta a aprovechar su tiempo y alejarse de allí en cuanto pudiera, pero cuando se asomó por encima del torno, notó una presencia al otro lado.
No sabía en qué momento había llegado el hombre a su posición, pero estaba justo delante de ella, a menos de un metro de distancia. Del susto, el corazón empezó a golpearle tan fuerte contra el pecho que temió que se escucharan sus propios latidos más que sus pasos. Hizo un esfuerzo por inhalar y exhalar el aire de la forma más delicada posible y volvió a agacharse, reprimiendo el deseo de cerrar los ojos, a pesar de no ver nada.
Aguardó allí encogida hasta que volvió a agotarse su paciencia, pero cuando volvió a asomarse, preparada para salir corriendo o propinar un puñetazo si fuera necesario, no había nadie. El hombre seguía dando vueltas por la estancia, guiñando los ojos para fijarse mejor en las sombras de cada rincón, pero tenía peor vista que Elena y, como estaba oculta, no la había visto.
La muchacha no pudo contener un suspiro de alivio. Aprovechó la ventaja y siguió deslizándose hacia delante, donde otras escaleras mecánicas llevaban a los carriles del metro, a la parada propiamente dicha. La oscuridad se volvió aún más densa y Elena se dejó engullir por ella.
Pudieron pasar minutos, tal vez horas, mientras Elena esperaba sentada en uno de los recodos que formaba la pared.
Después de gatear para llegar allí, temerosa de caerse a las vías del metro, y de encogerse abrazando sus rodillas, intentó calmar sus nervios y seguir escuchando los sonidos que pudieran llegar a sus oídos.
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Metrópoli (BORRADOR)
AventureUna sociedad desgarrada por completo. Una muchedumbre cuya supervivencia depende únicamente de arrebatarse entre sí los pocos recursos que quedan en la Tierra. Una élite que permanece oculta, olvidada y convertida en mito. Una guerra a punto de esta...