Capítulo 14

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La gasolinera Expront tenía un gran cartel con su nombre. A tan sólo unos metros de él, un enorme techo cubría el asfalto y los polvorientos expendedores de gasolina con la misma marca. Llevaba siglos abandonada, más o menos desde que ocurrió el Apagón.

Así comenzó a llamar la gente al terrible suceso que puso el mundo patas arriba, cuando los principales recursos de la humanidad, como el petróleo o el silicio, comenzaron a agotarse. Ello provocó un estrés de recursos que, poco después, acabaría afectando a los más básicos, incluyendo el agua, la comida y la luz.

Ante la subida de precios por parte de las grandes empresas de energía renovable, sin ninguna restricción por parte de los gobiernos, las noches comenzaron a iluminarse cada vez más a base de fuego, y el término «Apagón» se extendió entre aquellos que debían vivir en la oscuridad.

El pueblo, por supuesto, no tardó en revolucionarse, pero aquellos que participaron en la contienda fueron rápidamente «callados». Poco después, los que guardaron silencio fueron los poderosos, que desaparecieron de un día para otro sin ningún tipo de explicación, dejando un infame mundo en el que la costumbre de robar y matar para sobrevivir ya se estaba propagando.

Durante todo ese tiempo, nadie se había encargado de las gasolineras, que quedaron repartidas por el mundo como las tumbas de aquella estabilidad de la que la civilización gozó una vez.

Siglos después de que ocurriera el Apagón, de la misma manera en que uno puede pasear por un cementerio y observar las lápidas ajenas sin el dolor de quien las conoce, tres figuras se acercaron a la gasolinera, y una de ellas leyó el cartel en voz alta: Expront.

Otra se apresuró en rodear la estructura para volver con sus compañeros y anunciar:

—Parece que no hay nadie.

Haber encontrado aquel sitio había sido un golpe de suerte. Elena, Hugo y Ricky habían tomado rumbo hacia el oeste, por una de las desoladas vías que conectaban Curmia con el exterior, y llevaban ya unas horas caminando cuando divisaron la gasolinera y decidieron acampar allí.

Las pequeñas ventanas de la caseta estaban rotas, de forma que los rayos del sol hacían que destellaran las aristas cortantes del cristal. La puerta tampoco es que pudiera presumir de lustrosa; con un suave golpe y un crujido de la doblada chapa de metal se metieron dentro.

Ya habían notado cierto tufo desde afuera, pero ahora era mucho más intenso y hacía que Elena tuviera que cubrirse la nariz y la boca con su pañuelo para resistirlo.

Inspeccionaron la estancia, que era bastante amplia. Una serie de estanterías cubiertas de poco más que polvo y telarañas la ocupaban casi por completo, pegadas a las paredes, junto con varios refrigeradores y carteles de ofertas de los productos que debieron de estar en venta en su día. A la izquierda, tras el mostrador, aún quedaban en exposición algunas revistas de cotilleos con unas páginas terriblemente amarillas y otras de contenido para adultos de las que Ricky apartó la vista enseguida para no ponerse rojo.

Al fondo, había dos puertas cerradas. Hugo las señaló, sin atreverse a abrir la boca para que el hedor no entrara de ninguna manera a sus pulmones.

Abrieron la primera puerta y el olor a podredumbre salió como un tornado dispuesto a invadir el resto de la caseta. Dentro de la habitación, el cadáver de una anciana descansaba en el suelo, abrazada a una botella de cristal.

—Jo, tío —soltó el Ratón con una mueca de angustia— Vaya manera de palmar.

Sacar el cuerpo de allí no fue nada fácil. Tuvieron que quitarle la botella a base de romperle los dedos, porque el rigor mortis ya había surtido efecto, lo que no era de ayuda.

Metrópoli (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora