Se había olvidado de lo agradable que podía ser dar un paseo. Especialmente, cuando tienes a alguien que te acompañe y dejas de preocuparte por los peligros que puedan surgir cada cien metros.
Curmia seguía siendo nueva para Elena, que sólo había podido ver de ella unos pocos barrios antes de conocer al Ratón y refugiarse en su hogar. Menos mal que el chico, con gran teatralidad, le iba enseñando cada rincón de la ciudad junto con las leyendas y anécdotas que mejor recordaba.
Pronto llegaron de nuevo al río del que ella había bebido en su primer día allí, aunque en el punto en que se encontraban, un ancho puente de piedra cruzaba el barranco de lado a lado.
Hugo pareció darse cuenta de que estaba intentando calcular la altura a la que debía estar la plataforma antes incluso de llegar a ella.
—¿Qué pasa, señorita? ¿Le tienes miedo a las alturas?
—¿Yo, miedo? —contestó Elena, tomándoselo como un desafío— Creo que te equivocas de «señorita».
Y, dicho esto, echó a correr hacia el puente, adelantándose al muchacho, que no tardó en seguir su ejemplo.
A mitad de camino, Elena paró para asomarse por la baranda del puente y ver el hilo de agua que, decenas de metros más abajo, discurría con normalidad. Enseguida sintió cómo la adrenalina recorría su cuerpo y le erizaba la piel, pero trató de disimular su vértigo antes de que llegara Hugo.
—¿Cómo se llama el río?
—Pues la verdad es que eso no lo sé. Mientras tenga agua...
—A lo mejor lo pone en mi mapa —comentó Elena, que ya estaba rebuscando en su mochila.
—Espera —dijo Hugo, con una excesiva expresión de sorpresa—, ¿me estás diciendo que sabes leer?
—Sí, bueno... ¿No te lo había dicho?
Hizo una mueca casi imperceptible al darse cuenta de que se le había escapado un dato de sí misma que solía ocultar a los demás. Era extraño, ¿pero qué más daba? Echaba de menos poder hablarle a alguien con franquedad, y el Ratón había demostrado ser de fiar.
—Aquí está —dijo, sacando por fin el mapa.
Pero antes de poder comprobar si, efectivamente, el nombre del arroyo se encontraba en el papel, una brisa cálida decidió quitárselo a Elena de las manos y llevárselo.
—¡No! —gritó.
Por un momento, se olvidó de su vértigo y se inclinó por encima de la barandilla, estirándose para intentar cogerlo al vuelo, pero no hubo suerte. El pequeño folleto continuó balanceándose en el aire hasta que llegó al fondo del cauce y se perdió de sus vistas, para decepción de Elena.
—No te preocupes, señorita, Curmia no es tan grande, te la aprenderás en seguida —la reconfortó el chico.
Terminaron de cruzar el puente, entrando en la parte sur de la ciudad, completamente inexplorada por ella. Hugo parecía conocerla casi mejor que la zona norte pero, por alguna razón, estaba más tenso que antes.
A pesar de lo alto que era, andaba continuamente estirado, como si quisiera abarcar más visibilidad. Elena le sacaba conversación fácilmente, aunque las respuestas eran cada vez más tardías y distraídas. Pese a que se esforzaba por seguir gastando alguna broma, lo hacía con una media sonrisa que apenas dejaba enseñar sus dientes.
Al final, Elena optó por callar e intentar averiguar qué le estaba pasando, pero antes de descubrirlo, el Ratón la metió de un tirón en un callejón.
—¿Qué haces? ¿Estás... ? —iba a decir «loco», pero el muchacho le tapó la boca con la mano antes de que pudiera acabar.
Después de un rato en el que Hugo no apartó la vista de la calle por la que deberían haber seguido andando, se llevó un dedo a los labios para indicarle a Elena que siguiera en silencio y le destapó la boca. Con otro gesto, la apremió a adentrarse aún más en el callejón, de poco menos de un metro de anchura. El final estaba inundado por un montón de basura, de un hedor rancio, en el que el Ratón empezó a rebuscar con ímpetu.
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Metrópoli (BORRADOR)
AdventureUna sociedad desgarrada por completo. Una muchedumbre cuya supervivencia depende únicamente de arrebatarse entre sí los pocos recursos que quedan en la Tierra. Una élite que permanece oculta, olvidada y convertida en mito. Una guerra a punto de esta...