Capítulo 10

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Coger la pieza, buscar su sitio, colocarla mal, volver a colocarla bien, entrelazar los dientes de los engranajes, hacerlos girar, comprobar el resultado, seguir.

Elena no paraba de repetir el proceso. Sobre su regazo sostenía una caja metálica llena de piezas de todos los tamaños. Por el lado contrario, la caja, además de tener piernas, brazos y cabeza, mostraba las antenas y la cara impasible de un robot de cuerda.

Sentada en el final de la alcantarilla, se arriesgaba a perder las piezas o a caerse ella misma por el barranco, pero le gustaba el cosquilleo que sentía cada vez que se desconcentraba y levantaba la vista. Entonces pestañeaba para descansar los ojos, tan fijados en pequeños detalles durante horas, y los paseaba por la corriente de agua, siempre alegre. Dejaba su cabeza fluir con el río y, cuando ya se había despejado lo suficiente, seguía con su tarea.

Elena cogió otro engranaje con la intención de ensartarlo en un pequeño barrote de hierro. «No, demasiado grande. Tal vez el de al lado... Sí, encaja».

Los días se le habían pasado volando. Hugo se había preocupado mucho por su salud, le preguntaba cuánto le dolía el tobillo y le apretaba la venda cuando lo creía necesario. Elena había insistido en cocinar para ambos, de forma que podía quitarse la sensación de inutilidad cada vez que cogía la olla, aunque tener que pasar el resto del día sentada seguía sacándola de quicio.

El Ratón la entretenía bastante, por suerte, pero a veces subía a la calle para traer comida o lo que fuera necesario, y entonces Elena tenía que ingeniárselas para no morirse del aburrimiento.

Aquella tarde había decidido juguetear con aquel robot que Hugo había encontrado apenas unos días antes y que había dejado en su estantería con mucha ceremonia, como si fuera un auténtico tesoro que, por su singularidad, mereciera un lugar especial.

Pronto se dispuso a girar el trozo de metal que sobresalía al costado de la figura, dándole cuerda, pero en cuanto se dio cuenta de que el mecanismo no funcionaba, se le ocurrió una tarea mejor en la que emplear su tiempo: poner la figura en marcha. Así pues, cogió lo que creyó necesario y se sentó al borde del barranco, dispuesta a estudiar el funcionamiento de engranajes y demás piezas. Después de un buen rato, ya casi había terminado.

Elena se volvió al escuchar los pasos de Hugo, que no tardó en aparecer por el recodo de la alcantarilla con un saco al hombro.

—¿Cómo vas, señorita?

—Bien, he estado reparando esto, mira.

Elena se levantó y se acercó al chico con el robot en las manos. Cuando le dio cuerda y lo dejó a sus pies, el juguete comenzó a caminar moviendo brazos y piernas con rigidez militar.

La chica no pudo evitar reír de la alegría.

—¡Sí! ¡Funciona!

—¡Hala!

Hugo parecía realmente sorprendido, aunque no sólo por aquel objeto. Miró a Elena con cierta determinación.

—No has cojeado nada.

Ella se volvió hacia el final de la alcantarilla, como si pudiera verse a sí misma dando los pasos que, efectivamente, la habían llevado al lado del Ratón con total normalidad.

—Bueno, han pasado ya dos semanas, lo suyo es que ya esté curada del todo, ¿no?

—Sí, supongo que sí. ¿Estás lista para volver a salir ahí fuera?

Elena sintió un cosquilleo en el estómago. Llevaba queriendo salir a la calle desde que se había metido en aquel agujero, pero ahora, acostumbrada a vivir allí con el Ratón, aquella propuesta le pilló desprevenida.

—Pero, ¿no será peligroso que la banda de Jovanka nos pueda ver por ahí?

—Iremos con cuidado.

—Bueno, en ese caso...

Elena se agachó para recoger su mochila, que había dejado apoyada en la pared, junto a uno de los montones de trastos de Hugo. Al colgársela al hombro, tiró sin querer parte de la montaña, y algunos objetos cayeron con estruendo al suelo.

—Agh, perdona —dijo mientras empezaba a recoger lo que se había caído—. No entiendo cómo puedo ser tan patosa.

—No te preocupes —la ayudó Hugo, riéndose—, yo tampoco lo entiendo.

De entre todas las cosas que se habían caído, la vista de Elena se dirigió hacia la única que no esperaba encontrarse allí: un libro. Lo cogió y leyó el título: Hamlet. Conocía la historia, por supuesto, su padre se la había contado millones de veces, pero tener un ejemplar ante sus ojos le sacó una sonrisa.

—No... —dijo Hugo, más nervioso de lo normal, cuando vio que Elena iba a abrirlo.

Ella esperaba encontrar lo habitual: letras, palabras, un número en la parte inferior que indicara cuánto se había avanzado en la historia. Pero el libro, página por página, estaba cubierto por unos dibujos que alguien había hecho a carbón, de forma que en un lado estaba el boceto original y, en el otro, una especie de copia emborronada que se había estampado al cerrar el tomo. Los dibujos, que aún estando algo difuminados, dejaron a Elena sin aliento, plasmaban la silueta de Curmia, sus edificios, su ajetreo, sus objetos cotidianos.

—Hugo, ¿los has hecho tú? ¡Son increíbles!

La cara del chico era un auténtico cuadro, pero teniendo en cuenta la seguridad y la arrogancia con la que hablaba siempre, a Elena la situación le parecía bastante divertida.

—Esto, yo... sí... —balbuceó el muchacho mientras Elena seguía pasando las páginas— Oye, creo que sería mejor que...

Ella siguió viendo aquellos bocetos, uno a uno, con la misma rapidez y atención con que leería la historia que se escondía bajo ellos. El último se encontraba en la página 152, más o menos en la mitad, y era sin duda el mejor de todos. Pese a ser también el más desmejorado, aún se podía ver el retrato de una chica jovencísima, con una media melena ondulada que le daba un aspecto alegre. Era guapa y sonreía con complicidad. Parecía llevar una camisa demasiado ancha para su talla, pero, ya fuera por la modelo o por la habilidad del artista, la prenda conseguía darle un toque divertido y resuelto.

Antes de que pudiera hacer algún comentario, Hugo le arrebató el libro de las manos con una violencia que no transmitió al hablar:

—Vamos, anda, que a este ritmo vamos a quedarnos aquí todo el día —se levantó y lo dejó en su sitio. Antes de ponerse en marcha y desaparecer por la esquina, se dirigió de nuevo a Elena—. Además, quiero enseñarte una cosa.

Metrópoli (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora