Capítulo 19

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Hugo y Elena fueron arrojados, junto a su ropa, a una de las oscuras celdas de las que se componía el piso superior del claustro. La puerta se cerró con un estruendo y quedaron oficialmente apresados.

—¡Ay! —exclamó Elena, acariciándose el hombro sobre el que había caído.

—¿Estás bien?

—Sí, no es nada. ¿Y tú?

—No he estado mejor en mi vida —resopló con ironía, haciendo que Elena agachara la cabeza.

—Lo siento, lo siento muchísimo. Esto es mi culpa.

El Ratón suspiró con resignación.

—No, el criajo tiene razón, nosotros aceptamos tu decisión y quisimos venir aquí. Pero me da rabia que ninguno se haya dado cuenta de que íbamos a acabar así.

—Manu nos advirtió —se percató Elena—. No quería que viniéramos.

—Sí. Lástima que se desmayara antes de decirlo claramente, ¿eh? —comentó con cinismo—. En fin, espero que no se muera, me cae bien.

Elena estaba de acuerdo, aunque no respondió.

—Deberíamos vestirnos. ¿Han tirado mi chaqueta?

—Sí, está aquí —contestó ella, palpando el trozo de tela vaquera—. ¿Pero qué...?

Elena levantó las cejas al notar algo más duro bajo su mano.

—¡Sh! Lo sé. No lo digas, podrían estar escuchándonos.

—Pero Hugo... ¡Eres un genio! —susurró Elena, y cualquier rastro de enfado que aún pudiera quedar en el muchacho se esfumó por completo.

Cuando Hugo había sugerido desvestirse ellos mismos en el claustro, Elena había creído que lo hacía para quitarle a esos babosos de encima, pero en verdad el chico lo había hecho para cubrirse a sí mismo. Y gracias a ello, aún tenían el cuchillo de Ricky metido en uno de los bolsillos de su chaqueta.

—Pásame mis cosas, anda, ahora vemos qué podemos hacer con él.

—¿Por qué no me has dicho antes que lo llevabas ahí?

—Se me habrá pasado —se encogió de hombros, sin más.

No necesitaron separarse para vestirse de nuevo, ya que, con la ventana sellada a cal y canto, apenas se distinguían el uno al otro. Poco después, ambos intentaban agujerear el marco de madera con el cuchillo, haciendo palanca para levantar la tapa.

—No funciona, Bilanca —se rindió Hugo tras un buen rato intentándolo—. Era buena idea, pero no hay nada que hacer, asúmelo.

—No, tiene que haber algún punto débil en esta habitación, estoy segura —repuso Elena, empezando a dar golpecitos en el suelo y las paredes con desesperación— Tal vez en alguna de estas losetas...

El Ratón se dejó caer en el suelo con un amplio suspiro y Elena cerró los ojos con frustración, apoyando una de sus manos contra la pared. El cuchillo le había dado ciertas esperanzas, pero, como su amigo, no le quedaba otra que asumir la realidad.

Aunque estaba haciendo todo el esfuerzo posible por seguir en silencio, el chico acabó escuchándola después de un par de sollozos.

—¿Elena?

—No tendría que haber salido de Secelia —sentenció, llorando ya sin contenerse—. Ni siquiera sé qué hago aquí.

Hugo, con la vista ya acostumbrada a la penumbra, no tardó en encontrarla. Elena se aferró a él con todas sus fuerzas y, mientras sentía cómo sus brazos la rodeaban, se preguntó cuánto tiempo llevaba sin abrazar a alguien así.

—¿Por qué te fuiste?

Elena permaneció en silencio, no sabía cómo contestar a aquella pregunta. Había tantas cosas que estaban mal...

—Oye, sé que no te gusta hablar de tus cosas, pero igual te ayuda, ¿no crees? —Hugo la apartó con suavidad— Te prometo que no le diré nada al que quiera esclavizarme cuando salga de aquí.

Como siempre, la broma cargada de ácida realidad le hizo reír, aunque las palabras se le seguían atragantando en la garganta.

—¿Es por lo que le pasó a tu padre?

Elena tragó saliva e hizo acopio de todo su valor.

—Es por mi madre... No me llevo muy bien con ella desde entonces —la chica empezó a juguetear con sus dedos para distraer su atención—. Pensaba que me iría mejor sola, pero está claro que no. Esto es un desastre...

Elena arrancó de nuevo a llorar.

—Oye, no te ha ido tan mal, te has librado de más problemas de los que crees —intentó consolarla Hugo—. Además, has podido conocer a «El Gran Ratón» —exclamó, anunciando su nombre con la teatralidad que se merecía.

Ella volvió a sonreír y se enjugó las lágrimas.

—Bueno, mejor eso que una rata mordiéndote los zapatos... Aunque de eso también había en tu alcantarilla —bromeó.

—Vaya manera de sacarme fallos, señorita, ¡eres insaciable!

Elena asintió y cogió aire, temblorosa.

—Todo va a ir bien, ¿vale? —Hugo volvió a abrazarla y ella deseó que el tiempo dejara de avanzar—. Todo va a ir bien.

Metrópoli (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora