—Ahora entiendo lo de «el Ratón» —dijo Elena, mientras el Ratón hacía palanca para levantar la tapa de la alcantarilla— ¿En serio vamos a meternos ahí dentro?
—Sí —contestó él, algo molesto—. ¿Tienes que quejarte por todo?
Elena prefirió no contestar. Sabía que se estaba pasando, pero era desconfiada por naturaleza, y lo suficientemente orgullosa como para no darle al muchacho la razón. Además, después de llevar todo el día bajo tierra, la idea de meterse en una alcantarilla no ayudaba a mejorar su mal humor.
Resignada, se sentó a esperar mientras el chico seguía haciendo fuerza con el trozo de hierro que había sacado de debajo de un enorme contenedor del callejón. En cuanto la tapa cedió a la presión y saltó con un chasquido metálico, el Ratón se levantó y volvió a dejar el hierro en su escondite habitual.
—Bueno, las damas primero —dijo, apartando la tapa del todo y ofreciéndole la mano a Elena para ayudarla a bajar.
La chica se acercó gateando hasta sentarse en el borde, tomó la mano del Ratón para apoyarse y empezó a descender por la escalera.
Le costó más de lo que le hubiera gustado. Su tobillo rabiaba de dolor, y cada vez que tenía que dejar el peso sobre la pierna derecha para bajar un peldaño, tenía que apretar los dientes para contener un quejido.
—No me has dicho tu nombre —comentó Elena después de un rato para distraerse—. El real, quiero decir.
—Me llamo Hugo —contestó el chico, ya encaramado en la escalera, después de colocar de nuevo la tapa y dejarlos a ambos a oscuras—. ¿Y tú?
—Elena. Elena Bilanca.
—¿Bilanca? Vaya apellido más raro.
—El tuyo es mejor, ¿a que sí? —repuso ella, llegando a los últimos peldaños.
—Seguramente, sí, pero mis padres me abandonaron antes de que pudiera aprendérmelo, así que nunca lo sabremos.
El Ratón había hablado con el mismo tono desenfadado de siempre, pero sus palabras hicieron que Elena se arrepintiera instantáneamente de haber sido dura con él. Ella había aprendido lo que era sobrevivir prácticamente sola los últimos años de su vida y no era algo que le deseara a nadie. Si ese chico llevaba así desde que era un niño, no podía ni imaginarse por lo que habría tenido que pasar.
Por un momento, sólo se escucharon los pies de Hugo golpeando en los barrotes de hierro a medida que bajaba.
—Lo siento, yo...
Elena escuchó la risa del muchacho a su lado, al final de la escalera.
—No te preocupes, Bilanca. ¿Dónde estás?
—Justo aquí.
Las manos del Ratón, que se movían a tientas en la oscuridad, no tardaron mucho en encontrarla.
—Espera, apóyate en mí.
El muchacho se agachó un poco para rodear con un brazo la cintura de Elena, que dejó caer su peso sobre él, y empezaron a caminar.
Elena odiaba estar encerrada y ciega, pero por lo menos la alcantarilla no olía mal, consecuencia propia de la falta de agua corriente en la ciudad. El dolor de su tobillo había empeorado bastante después del esfuerzo de bajar la escalera, pero se consolaba pensando que el daño podría haber sido mucho peor si hubiera caído en otra postura. O si Hugo no hubiera aparecido para quitarle a Gaby de encima, claro.
—Oye, ¿quienes son los que te perseguían ayer?
—La banda del tío que hemos dejado arriba.
—Pero, ¿sabes algo más de ellos?
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Metrópoli (BORRADOR)
AdventureUna sociedad desgarrada por completo. Una muchedumbre cuya supervivencia depende únicamente de arrebatarse entre sí los pocos recursos que quedan en la Tierra. Una élite que permanece oculta, olvidada y convertida en mito. Una guerra a punto de esta...