Era difícil saber de quién se trataba, puesto que la noche era cerrada y la hoguera se había apagado hacía rato. Lo único que Elena pudo discernir fueron dos sombras apostadas en la puerta, la primera baja y achaparrada, la segunda, más alta y estilizada, con los brazos extendidos hacia delante.
—Sólo queremos un lugar para dormir, nada más —sonó una voz femenina y cansada a la que Elena relacionó con la figura alta.
—Entonces baja la pistola —respondió Hugo.
—O dánosla para asegurarnos de que no nos haréis daño —añadió Ricky.
—No os la puedo dar, me la robaréis.
Elena seguía bastante confusa, aquella no era una situación que esperase encontrar nada más despertarse. Aún así, atinó a decir:
—Esto... ejem, si vamos a hacer un trato, será mejor que al menos nos veamos las caras, ¿no creéis?
Estaban considerando la idea, a juzgar por el silencio. Elena podía imaginar a la mujer que había hablado, a unos pocos pasos, apuntándola con su pistola mientras decidía si merecía más la pena escucharles o apretar el gatillo.
De repente, una débil tos rompió el silencio. Debía venir de la figura baja, porque bastó para convencer a la mujer. Poco después reavivaron la hoguera del barril, la caseta se iluminó y todos pudieron verse las caras.
La mujer pareció relajarse al ver que sólo eran unos críos, aunque siguió apuntando, por las dudas.
Elena, por el contrario, hizo un análisis un poco más profundo. La extraña tenía alguna arruga, aunque le dio la sensación de que se debía al agotamiento y no a la edad, y que debía de tener unos veinticinco años. Sus rizos rubios estaban mal recogidos en una coleta alta, despejando su cara, bastante atractiva, aunque exhausta.
A su lado, una pequeña réplica de la mujer, pero con el pelo más oscuro, volvió a toser.
El niño, de cara inocente, debía de tener la misma edad que Ricky, más o menos, pero estaba claramente enfermo. Su tez era mucho más pálida de lo que cabría esperar, sus párpados, enmarcados en unas amplias ojeras, luchaban por no cerrarse, y su cuello estaba lleno de marcas de sudor secas, seguramente causadas por la fiebre.
Por fin, la pistola se bajó.
—Mi nombre es Lara, y este es mi hermano, Manu.
—Yo me llamo Elena, y ellos, Hugo y Ricky —contestó—. Veamos... ¿qué os parece si nos dejáis vuestro cargador y os quedáis con el resto de la pistola? Así ninguno podrá usarla. Nosotros no huiremos con el cargador, nos darían poco por él, y vosotros podríais quedaros sin que tengamos miedo a que nos ataquéis.
A juzgar por su expresión, Lara debía de estar buscándole la trampa a aquella oferta. Quizá por ello puso su propia condición:
—Te lo daré sin munición.
—Perfecto.
La mujer desmontó la parte correspondiente de la pistola, vació las balas en su mano y se la tendió a Elena mientras repasaba con la vista las lejas de la tienda. Enseguida pareció decepcionada.
—¿Buscas algo? —preguntó Hugo.
Ella asintió y miró a su hermano, que estaba empeorando a cada segundo.
—Medicinas o cualquier cosa que le pudiera ayudar. Pensamos que aquí tal vez habría algo, pero el viaje le ha sentado peor.
—¿Qué le pasa?
—No lo sé... —murmuró Manu con un hilillo de voz.
—Acuéstate, anda, necesitas descansar —le dijo su hermana con suavidad—. Está todo bien, podemos pasar la noche aquí.
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Metrópoli (BORRADOR)
AdventureUna sociedad desgarrada por completo. Una muchedumbre cuya supervivencia depende únicamente de arrebatarse entre sí los pocos recursos que quedan en la Tierra. Una élite que permanece oculta, olvidada y convertida en mito. Una guerra a punto de esta...