Percy es el siguiente heredero a la corona, el primogénito y único hijo de la reina con el destino del pueblo en sus manos. Para poder asumir el trono después de la muerte de su madre, se ve obligado a buscar una esposa.
Su primo está comprometido...
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—¡Más fuerte, Percy! ¡Dale más rienda! —grita Erik desde su lugar.
Moon salta la barrera y nos elevamos en el aire. La caída es perfecta.
Es increíble la manera en la que Moon y yo nos conectamos. Estamos hechos para cabalgar juntos, siempre lo digo. Es mi caballo y yo soy su humano. Somos uno cuando estamos juntos.
—¡Eso! —aplaude mi entrenador.
Le doy una palmadita a mi caballo y me acerco a Erik con una gran sonrisa. Fue un buen entrenamiento el de hoy.
Mi cara de felicidad se borra al instante cuando veo a mi padre parado al lado de mi entrenador con los dos guardias detrás de él que no se mueven de su lado ni para ir al baño.
—¿Qué pasó? ¿Por qué esa cara larga? —le pregunto al rey.
—Tenemos que hablar.
Me bajo del caballo y me saco los guantes. Acaricio su melena color blanca mientras miro a mi padre.
—¿Ahora que hice?
—Nada malo, por fortuna —aclara—. Es otra cosa que me está preocupando un poco bastante.
—... Bien —dejo un beso en el cuello de Moon y le entrego las riendas a Erik—. ¿Lo guardas?
—No iba a dejarlo afuera —bromea. Yo dejo escapar una risita—. Buen entrenamiento, Percy.
—Gracias, bro.
—Percy —advierte papá con la voz. No le gusta que use esos términos «groseros».
—¿Qué? —extiendo los brazos en el aire—. Nos vemos, Erik.
—Te veo el viernes.
Sigo a mi padre a través de los grandes jardines del castillo. Los guardias nos siguen desde atrás sin decir nada.
—¿Qué es lo que tenemos que hablar? —pregunto.
—Mañana es el cumpleaños de tu madre —recuerda—. El regalo de mi parte ya está aquí. ¿Quieres dárselo conmigo o vas a...?
—Tengo el mío —le aseguro.
Papá le quiere regalar algo tan simple como joyas y esas porquerías. Yo pensé en algo más significativo, algo que mamá quiere desde hace tiempo.
—Está bien... —dice—. ¿Recuerdas de lo que te hable el otro día?
—Hablaste de tantas cosas y no me acuerdo de ninguna, papá —digo riendo.
Pasamos por los establos y los trabajadores nos saludan. Sé que conozco a la mayoría desde que tengo uso de conciencia pero nunca recuerdo sus nombres.