22. Pérdida

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Aitor

Lo que más temía se había hecho realidad. Lo peor era que no pude proteger a Alexa de las garras de Kiefer, de aquellas personas en las que un día me aparté de ellos en cuanto no me gustaba la manera en la que decían ayudar a todos los afectados. Había intentado convencer a kiefer de que dejara esa idea, pero estaba totalmente convencido, en parte le entendía porque quería ayudar a su padre a que no terminara volviéndose loco y que un día lo encontrara muerto en el karaoke. Sin embargo, no estaba de acuerdo en que Alexa tenía que padecer para que todas las familias de este pueblo escaparan del pacto. Tal vez era un pensamiento egoísta, pero había prometido estar con ella pase lo que pase. No podía quitarme la idea de que todo esto era culpa mía porque no le había dicho toda la verdad, pero quería protegerla, no obstante, la había perdido para siempre.

La respiración me faltaba con las palabras que había dicho Rosa, no podía creer que mi querida Alexa hubiera desaparecido dejando salir a aquel demonio. Al verla pasar nuevamente por mi lado me atreví a levantarme hasta acercarme a ella, quitándome a todos los que se interponían en medio. Logré sujetarla por sus hombros.

—Alexa, escúchame, no pienso rendirme, no aceptaré que te sumas a la oscuridad formando uno. Tienes que luchar Alexa —susurré pensando en que ella estuviera escuchándome, porque no podía perder la esperanza, no podía perderla.

Me apartaron de ella mientras que intentaba soltarme, pero Alexa o mejor, el cuerpo de mi querida amada no se inmutaba, más bien empezó a reírse burlándose de mis palabras.

—Pierdes tu tiempo —canturreó y siguió su camino.

Su burla me hundieron más. Busqué con la mirada a Kiefer.

—¡Lo vas a pagar! Me oyes, lo vas a pagar —bramé lleno de furia.

Mi hermana estaba llorando viendo cada escena, mi corazón no paraba de romperse en pedazos cada vez más pequeños. Me odié por no poder impedir que Kiefer continuara experimentando con Alexa, a pesar de haber roto con ella eso solo abrió una brecha de desconfianza tanto para ella como para mi querida amiga Samantha, la cual ya no se encontraba con nosotros. Daba igual por donde mirabas porque ibas a ver cadáveres. Tenía que ser fuerte por mi hermana que me quedaba y por supuesto para poder destrozar a Kiefer quien nos había engañado.

Nos encerraron nuevamente en las celdas que tenían en el sótano, por suerte estaba junto a mi hermana. Cuando se había llevado a Alexa tras desmayarse nos encerraron, pero buscamos la forma de poder salir cuando engañamos a unos de los guardias para que nos abriera, aunque no escapamos todos, ya que Rocío fue la única, pero había ido a por ayuda, esperaba que pronto estuviera aquí con refuerzos.

Abracé a mi hermana para que se sintiera segura como para que pudiera desahogarse. Ese abrazo también me ayudó bastante para poder sobrellevar todo lo que pasaba. Solo le susurraba que saldríamos de esto y quería creerlo, pero no podía derrumbarme ahora. Además, saber que la persona que estaba enamorada iba a ser el culpable de nuestra muerte no era nada fácil. Por mucho que quería protegerla tampoco pude. Era un desastre como hermano y como novio. El dolor me estaba consumiendo.

Cuando nos trajeron algo de comer para nuestra sorpresa fue Kiefer. Valeria se acercó hasta los barrotes para suplicarle que nos sacará.

—Por favor, Kiefer. Ya es demasiado que estemos atrapados con el pacto y que nuestros padres no estén como para estar encerrados como si fuéramos animales. Aitor me comentó el motivo por el cual haces esto, sé que es por tu padre, por tu única familia y si tuviera la oportunidad hubiera hecho lo que fuera para salvarlos, pero no a costa de la vida de mis amigos.

Kiefer se mantenía callado mirándonos a ambos y casi me mataba con la mirada al desvelar su motivo, pero ya no podía callar y mucho menos que anteriormente estaba de acuerdo con este grupo de locos.

—Déjalo. ¿No ves que es uno de ellos? Solo quería engañarte al igual que ha hecho con Alexa y ahora... —me aclaré la garganta y en grandes zancadas me acerqué hasta los barrotes para sujetarlo del cuello de su camisa y golpearle contra los hierros al recordar lo que le había hecho a Alexa. Había hecho lo que él me había pedido e incluso así siguió con sus planes, estaba claro que no era un hombre de palabra y mucho menos la amaba como yo lo hacía.

No tenía que haberle dado tanto espacio, tenía que haber estado más cerca de ella.

Valeria, por el sonido de los barrotes, se sobresaltó e intentó tranquilizarme. Nuestros rostros estaban cercas. El de él mostraba dolor como rabia, pero el mío reflejaba lo cabreado que estaba que si no estuvieran los hierros de la cárcel en la que me encontraba atrapado le golpearía hasta dejarlo inconsciente e incluso mandarlo al otro mundo.

—Suéltame Aitor, como bien le has dicho a tu hermana, quería ayudar a mi padre —pidió.

Resoplé con disgusto.

—Sé que la familia es importante, pero condenar a una para salvar a otra, cuando esta no tiene la culpa de los errores cometidos por tu padre, no justifica nada de lo que has hecho. Ni siquiera que le mintieras de que te gustaba cuando solo querías usar su cuerpo para servirla a un demonio.

Él intentó soltarse, pero lo que provocó es que le propinara un puñetazo en su rostro en cuanto tuve la oportunidad. Fue ahí cuando lo solté. Se quejó, intentó parar la sangre con sus manos y luego se fue como el cobarde y manipulador que era.

En el fondo se escuchaba unos lloriqueos que captó mi atención. Se trataba de la madre de Alexa quien lloraba tras escuchar la discusión, seguramente lloraba porque lo sucedido con su hija. No sentía pena por ella, bueno, tal vez un poco de lástima, pero por quien más lo sentía era por mi querida Alexa, la cual todos estos años había sufrido no tener una familia. Los recuerdos inundaron mi cabeza.

Recordé el día que la conocí cuando estábamos en primaria y no conocía a nadie, había sido la primera persona que la llamó para jugar y de esa forma conoció a más amigos. La amistad creció a pasar el tiempo y en el instituto empezamos a salir. La había visto llorar, reír y como se volvía a levantar a pesar de las situaciones que atravesaba, del cómo pasó a otra familia adoptiva. Cada recuerdo provocó gran tristeza en mi corazón al pensar que ya no la iba a tener a mi lado.

La voz de alguien muy conocido me sacó de mis pensamientos. Era el padre de Kiefer, Gabriel, quien daba voces y su hijo intentando detener que baje. Al final, Kiefer no tuvo más remedio que dejarlo. Gabriel se había acercado hasta la celda de la madre de Alexa.

—¿Beatriz? —susurró su nombre sorprendido de verla. Miró a su hijo—. Tienes que sacarla.

Él se negó. Me sorprendí mucho al escuchar como la había llamado. Al parecer se había cambiado de nombre. Hablaron por un rato y ver como ambos se miraban me daba la sensación de que entre ellos dos había algún romance que había salido mal. Solo esperaba que Gabriel no fuera el padre de Alexa.

La Voz De Un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora