Capítulo IX

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Amabamos New York. Puedes emerger del Inframundo en Central Park, llamar un taxi, recorrer calle abajo la quinta avenida con un perro del infierno gigante dando vueltas a tu alrededor y nadie te mira siquiera. Por supuesto, la Niebla ayuda. La gente probablemente no podía ver a la señorita O'Leary, o tal vez pensaban que era un grande, ruidoso y amigable camión de basura.

Percy corrió el riesgo de usar el celular de mi mama para llamar a Annabeth por segunda vez. La llamo una vez desde el túnel pero solo le mandaron a su buzón de voz. Sorpresivamente tenía buena recepción, siendo que estaba en el mitológico centro del mundo y todo, pero no quería ver los cargos de roaming que iba a tener mi mama.

Esta vez, Annabeth contestó.

-Hey- dijo mi hermano- ¿Recibiste el mensaje?-

-¿Percy, donde han estado? ¡Su mensaje no decía casi nada! ¡He estado enferma de preocupación!¿Donde esta Andy?-

-Te daré detalles luego.- dijo, cómo iba a hacer eso no tenía idea. -Ella está bien, está aquí conmigo. ¿Donde estas?-

-Vamos en camino como pediste, casi llegando al túnel Queens-Midtown. Pero Percy,
¿Que estan planeando? Dejamos el campamento virtualmente indefenso, y no hay modo de que los dioses...-

-Confía en mí- dijo -Te veré ahí.-

Colgó. Pude ver que sus manos temblaban. No sabía si sería una reacción a su zambullida en el Estigio, o una anticipación de lo que estabamos por hacer. Le tomé su mano y le sonreí

-Todo saldrá bien.

Ya estaba avanzada la tarde cuando el taxi nos dejó en el edificio Empire State. La señorita O´Leary rondaba de arriba a abajo por la Quinta Avenida, lamiendo taxis y olfateando carros de hot dogs. Nadie parecía notarla, aunque la gente se apartaba y lucia confusa cuando ella se les acercaba. Le silbé para que viniera cuando tres camionetas blancas se enfrenaron en la acera. Decían
"Servicio de fresas Delphi", que era el nombre para encubrir el campamento mestizo. Nunca había visto las tres camionetas juntas en el mismo lugar, a pesar
de que sabía que llevaban nuestra producción fresca a la ciudad.

La primera camioneta estaba conducida por Argos, nuestro jefe de seguridad con muchos ojos. Las otras dos las conducían Arpías, que básicamente eran demoniacos híbridos entre humano y pollo con malas actitudes. Usábamos a las
arpías para limpiar el campamento más que nada, pero lo también hacían bastante bien a través del trafico de la ciudad.
Las puertas se deslizaron. Un montón de campistas descendieron, algunos
viéndose algo verdes por el largo viaje. Me alegraba que hubieran venido tantos: Pólux, Silena Beauregard, los hermanos Stoll, Michael Yew, Jake Mason, Katie Gardner, Will Solace y Annabeth con varios de sus hermanos. Quirón salió de la última camioneta, Su mitad de caballo estaba compactada en su silla de ruedas mágica, así que uso el ascensor para discapacitados. La cabaña de Ares no estaba ahí, pero trate de no molestarme demasiado por eso. Clarisse era una idiota testaruda. Fin de la historia.

Hicimos un conteo: cuarenta campistas en total. No eran suficientes para pelear una
guerra, pero era el más grande grupo de mestizos que yo hubiera visto reunido en un sitio fuera del campamento. Todos se veían nerviosos, y entendía por qué. Probablemente enviábamos tanta aura de semidiós que cada monstruo en Norteamérica sabría que estábamos aquí.

Mientras miraba sus rostros, todos esos campistas que había conocido durante varios veranos, una chocante voz murmuro en mi cabeza: uno de ellos es un espía. Pero no podía quedarme con esa idea. Eran mis amigos. Los necesitábamos.

Annabeth vino hacia nosotros. Estaba vestida de camuflaje negro con su cuchillo de bronce celestial atado a su brazo y la maleta de su laptop colgando del hombro. Frunció el ceño.

Los Hermanos Jackson y El Último Héroe del Olimpo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora