Capítulo 5.

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Cuando me despierto estoy empapada en sudor. He tenido una mala noche desde la partida de mamá. Ayer me salté el desayuno, falté en la hora de comer y en la cena también. No tenía fuerzas para poner buena cara delante de todos, y no estaba de humor tampoco.

Después de mi sesión de música, me aseo, me arreglo el cabello y observo en el espejo que estoy con ojeras, aplico un poco de maquillaje para que no se note. Mi piel es blanca y tengo un lunar en una oreja que nadie lo suele percibir.

Con un suspiro bajo con mis criadas que tienen que ir a las cocinas y yo al comedor.

—¡Lady Appleton! —exclama,
entornando los ojos sorprendida
y eufórica, avalanzándose sobre
mí para rodearme con sus brazos
—. ¿Te encuentras mejor? He estado preocupada por ti —cuestiona rigurosa, apretando la mandíbula y levantando
las cejas.

—Sí... —murmuro, con el corazón encogido al acordarme de que mi madre ya no está a mi lado.

—¡Estupendo! ¿Qué tal un paseo por la tarde todas juntas? —propone repentinamente.

Evangeline refunfuña y resopla al mismo tiempo, sin embargo, Rose aplaude entusiasmada y da saltos de alegría, aunque cuando siente que su amiga la castiga en silencio, por arrastrarla a algo que evidentemente ella no quería, se detiene y se muerde el labio inferior, llevándose la mano a la boca con timidez.

—Ups... —la oigo decir.

Presiento que Evangeline tiene mucho poder sobre ella, ¿por qué la retiene tanto y por qué Rose no se niega? Desde que la conozco tiende ha tener que manejar el control siempre, ¿tanta confianza tiene con Rose como para eso? Sacudo la cabeza frustrada y me acerco a Rose.

—¿Te gustaría sentarte conmigo en el desayuno? —pregunto desafiante —. Podemos conocernos más, como dijiste vamos ha ser como hermanas —recuerdo sonriente, cogiéndole del brazo sin rodeos y tirando de ella con suavidad, que comienza ha caminar a mi lado cohibida.

Michael observa todo apartado y de brazos cruzados, con la espalda apoyada en la pared totalmente relajado. Me vuelvo hacia Evangeline como si no me hubiera dado cuenta de que está aquí.

—¡Oh, cielos! ¿Te importa Lady
Harrington? —añado esperanzadora —.
Te la robaré de vez en cuando —insisto testaruda, provocando que las mejillas de Evangeline se tiñan de rojo y resople con tanto ruido, que se la escucha respirar entrecortadamente.

—Siempre me ahorras trabajo, lady Appleton —interviene el duque frío
como el hielo —. Tendré una cita con Lady Harrington a la tarde —anuncia airoso, con una sonrisa maliciosa.

Evangeline lo mira atónita y boquiabierta, apenas empieza a hablar cuando Lord Dankworth la interrumpe, alzando la mano y ordenando silencio. Aún así, respiro hondo y sonrío satisfecha pues era mi propósito porque quería apartar un poco a lady Harwood de lady Harrington.

—Gracias, excelencia —contesto honestamente dichosa —. ¡Entonces
todos contentos!

Cuando vuelvo ha mirar a mi al rededor, lady Dankworth nos estudia intrigada y conmovida, sólo le falta aplaudir y animar ha que el duque y yo sigamos rebatiendo. Por otro lado, lord Michael tiembla molesto y con ira, y lady Rose se contiene pálida como un fantasma, temblando de miedo y refugiándose detrás de mí.

Los únicos contentos aparentemente somos el duque, lady Evangeline y yo. El duque fija sus ojos azules en los míos contrariado y alicaído, gruñe por lo bajo y acepta el final de este pequeño debate, pero intenso para todos.

—Lady Evangeline —la llama ha regañadientes —. Te espero en la biblioteca a las cuatro —informa decidido y con brusquedad.

Hace una reverencia y se marcha de aquí, dando zancadas grandes y regañando por el camino a algún criado que encuentra a su paso, y que acaba siendo preso de su malhumor. Me muerdo el labio inferior confusa, ¿Qué ha pasado aquí? ¿Hemos discutido? Pero... ¿por qué? Yo solamente intentaba salvar a lady Rose de esa arpía de lady Evangeline, pero... ¿Y el duque? ¿por qué estaba enfadado?

—¡Tengo una cita! —grita Evangeline vehemente.

—Ehnorabuena, querida —apremia lady Dankworth, con una sonrisa tensa dejando que todos pasen, para luego detenerse a mi lado y esperar ha estar solas —. Nunca ha peleado con nadie, ¿sabes? —me comenta impávida.

—¿Cómo?

—Puede que Evangeline haya conseguido una cita con él —explica impaciente, vigilando nuestras espaldas a toda costa —. Pero tú has conseguido lo que muchas no, has conseguido que hable y se enfade.

—¿Y eso es bueno? —pregunto aturdida.

—Créeme, he criado a mi sobrino —me asegura, con los ojos llorosos y conmovida —. Desde que pasó lo de sus padres, es la primera vez que lo veo reaccionar como un humano.

Se me rompe el corazón escuchar esas palabras, sé cómo murieron sus padres
y no quiero ni pensarlo, debe de estar sumido en una profunda tristeza.

Es cierto, el alma del duque no se ha visto en años. No me he equivocado al describir lo poco que he conocido de él. Los rumores que están esparcidos por todo Londres no son falsos, el duque es popular por su tía, pero es obvio que no es bueno en cuanto a relacionarse con las personas.

Angustiada y con un nudo en la garganta, miro por el pasillo en busca de él, pero no lo encuentro por ninguna parte, no ha vuelto para estar presente en el desayuno. Tengo que salvarlo, no quiero que acabe como sus padres. Debe saber lo que es vivir por un motivo, con ganas y ser feliz, quiero que experimente eso aunque solo sea por una vez.

[...]

Puntual como un reloj, aparezco en el umbral de la puerta a las diez. Michael
llega unos cuantos minutos después, y me observa anonadado cuando me ve de pie esperándolo. Sacude la cabeza ruborizado
y con un gruñido se acerca a mí, sin apenas mirarme a los ojos.

Me ofrece el brazo a regañadientes y yo acepto dubitativa. Al salir fuera un aire agradable nos da la bienvenida, un lacayo se acerca a nosotros acompañado por un hermoso caballo, de pelaje negro como la noche y con una crin larga y bien peinada.

Amablemente el hombre le cede las riendas que retienen al animalito, y este relincha cuando cambia de dueño, mueve la cabeza y da un par de patadas al suelo con una de sus patitas.

Michael sube a lomos del caballo de una forma resuelta, me vuelvo hacia el palacio y luego hacia él confundida. Michael ahora me observa burlón y ensancha más su sonrisa. Ruedo los ojos nerviosa y me muerdo inferior, todavía nosé ni porqué este hombre me arrastra a sus locuras.

—¿A dónde vamos? —pregunto inquieta.

—Déjate llevar —ordena, tendiéndome una mano.

—Pero...

—Olvida las normas —aconseja, cogiendo mi mano con fuerza.

Tira de mi, monto detrás de él y deslizo los brazos por su cintura, me agarro fuerte y respiro hondo reiteradas veces con dificultad. Trago saliva con el corazón latiendo alocadamente, en mi estómago se produce un ligero hormigueo y me muerdo el labio inferior ruborizada.

Entre risas Michael tira de las riendas, hace un pequeño sonido gutural y el animalito sale disparado de allí, corriendo entre árboles y saltando por encima de los troncos.

 

LA PRIMERA (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora