Capítulo 4.

51 14 1
                                    

Me levanto con la luz del sol y abro las ventanas, para salir al balcón ha tomar un poco de aire fresco. Observo las nubes en el cielo que parecen gotitas de algodón. Las copas de los árboles se mueven de un lado a otro como si bailaran.

Respiro hondo y me voy al piano para sentarme en la silla, y pensar en la canción que quiero tocar. Arrugo la frente y la nariz acariciando mi barbilla inconscientemente. En mi mente resuena una melodía suave, así que rozo las teclas del piano con los dedos y empiezo ha tocar.

Todas las mañanas sin falta toco el piano porque me ayuda ha despejar la mente y me encanta.

—¡Buenos días! —me saluda Helena.

Me doy la vuelta sobresaltada deteniendo la música.

—¡Oh, por favor! No dejes de tocar —me pide con súplica, agitando la mano alterada por haberme interrumpido —. Es preciosa la canción.

—Hola, Helena —le respondo sonriente —. ¡Buenos días! ¿Cuándo has venido? —pregunto patidifusa, y miro la torre de reloj que hay en la sala cerca de la biblioteca.

—Ahora mismo —contesta, mientras va ha mi armario para sacarme un vestido.

Ahogo una exclamación sorprendida, porque ha pasado media hora desde que me puse con la música. Me voy al servicio para asearme y arreglarme, en mi mente estaba el duque paseando conmigo, sonriendo y riendo. Me muerdo el labio inferior sonrojada y me visto.

Me puse un vestido de color amarillo y sin relieves. Es sencillo, pero es que siempre me han gustado los trajes sin tanta decoración. Helena me hace una trenza y una vez preparada bajo al comedor. Mamá está en la puerta con unas maletas y me detengo asustada. Bajo las escaleras corriendo y llego hasta ella y lady Dankworth.

—¡Mamá! —murmuro con un hilo de voz.

Salto a sus brazos y ella me abraza fuerte.

—Tengo que irme, tienes que quedarte aquí mi niña —me dice conmocionada, torciendo los labios y a punto de llorar —. Estarás bien, ¿vale? Lady Dankworth te va ha cuidar —insiste muy melancólica.

—Puedes estar segura de que sí —promete la madre de Michael, arqueando las cejas impávida y retorciéndose las manos nerviosa.

No me quita los ojos de encima y hace algunas señales a los criados, para que ellos estén al pendiente también de la situación.

Teme que haga alguna locura.

Pero es mi madre y se marcha, eso significa que estoy abandonando oficialmente mi hogar y no quiero. Toda mi vida he pensado que viviría ahí feliz, que seguiría con mi familia pasando las noches cerca de la chimenea y leyendo novelas, acurrucada en los brazos de mi hermano mayor, a quien ni si quiera he podido ver una vez más.

Quedarme sola en una casa desconocida para mí, y con gente que no he visto en mi vida me crea ansiedad. Trago saliva con un nudo en la garganta y me aferro a ella. Niego con la cabeza, no quiero llorar porque jamás lo he hecho y no va ha ser ahora, delante de lady Dankworth.

—Abril, déjame ir cielo —avisa mamá, tirando de mí para deshacerse de mi agarre —. Vendré a verte, esto no es una despedida para siempre.

—¡Mentira! Sí que lo es...

En mi corazón tengo la sensación de que no es así.

—Mira, según lady Dankworth —empieza ha decir alicaída, intentando convencerme de que no debo tomar esto a la ligera —, pronto podremos venir a visitarte y ver cómo vas.

—Lady Appleton —me llama Michael, quien ha aparecido y me sonríe tendiéndome una mano —. Ven conmigo, ¿te apetece dar un par de tiros a unas latas? Te vendrá bien —propone alentador, entornando los ojos desasosegado.

LA PRIMERA (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora