Capítulo 10.

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La música deja de sonar y cuando finalizo la pieza que había elegido, me vuelvo hacia Oliver. Hace un rato que percibí las manos del duque muy cerca de las mías, al principio me asusté porque pensé en Michael, pero luego recordé lo que él me dijo y fue que ahora estaba viviendo de verdad.

Cierto arrepentimiento se asoma en mi interior, no quiero hacer daño a ninguno de los dos, pero también sé que debo de ser sincera con ellos, decirles mis dudas y que tengan en cuenta, que no sólo yo voy ha tener que esforzarme por elegir uno de esos corazones, sino que van ha tener que luchar por mi también y hacerme saber cuánto les importo.

Sin esperarlo, él se inclina hacia mí buscando mis labios y cuando los encuentra, me besa con fervor, saboreo su boca y él coge mi rostro entre sus manos, acaricia mis mejillas y muerde mi cuello. Se me escapa un gemido y me separo de él ruborizada.

—No tengas vergüenza —me alienta, volviendo ha besarme con devoción.

Asiento excitada, y esta vez soy yo quien coge las riendas del asunto y lo beso. Acaricio su nariz con la mía y apoyo mis manos en su pecho, él explora mi cuerpo con caricias y roza mi pecho con las yemas de sus dedos, intenta bajarme el corsé, pero es difícil porque antes tendría que quitarme todo el vestido.

Me gustaría seguir, pero de momento no quiero que esto vaya más allá y se quede en nada, sin embargo, mi mente me la juega porque es muy traicionera y me pide besar su piel un poquito más.

Hago un soberano esfuerzo y me echo hacia atrás, suspirando con todo mi pesar y lo aparto con suavidad. Él respira agitado y zarandea la cabeza confundido. Se rasca el cuello y se coloca la camiseta acalorado. Aun así, vuelve ha besar la comisura de mis labios muy provocativo.

—Estaría aquí toda la mañana —murmura con dulzura —. Eres hermosa, lady Appleton.

—¿Mañana te gustaría que nos viéramos otra vez? —propongo con timidez, acariciando un mechón de su cabello —. Podría tocar el piano para ti.

Él arquea las cejas conmocionado como si hubiera despertado de un sueño, intenta hablar, pero no le salen las palabras y su gesto se vuelve sombrío. Tuerce la boca tembloroso y ladea la cabeza incómodo.

Entra en pánico y tiembla compungido.

—No lo sé, tengo trabajo que hacer —responde, repentinamente distante —. Quizás otro día.

Se levanta con torpeza como aterrorizado y entorna los ojos palideciendo.

—Dijiste que...

—¡Sé lo que dije! ¿entendido? —explota alzando la voz —. ¿Ves cómo me irritas? Necesito aclararme, déjame respirar.

—Está bien —contesto, aguantando las lágrimas.

—¿Por qué narices no lloras? ¿por qué sonríes siempre? ¡Maldita sea! —me reprocha angustiado.

—Oliver...

—No me llames por mi nombre de pila —advierte enfadado —. No te he dado permiso y no te lo pienso dar nunca, aléjate de mí.

—¿Por qué estás siendo tan mal educado conmigo? —pregunto frustrada.

—Porque tú desaparecerás como todos lo han hecho en mi vida, ni puedo ni debo sentir, no quiero que mueras —explica atormentado.

—¿Por qué iba ha morir? ¿quién se ha ido de tu vida? —cuestiono apenada, buscando cómo podía hacerlo reaccionar —. Oliver... digo... Duque —lo llamo con delicadeza.

—¿Qué?

—No voy ha morir —prometo desasosegada.

—Lo harás, como mis padres hicieron —asegura dolido —. Soy yo, nadie me quiere.

LA PRIMERA (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora