Capítulo 2.

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Alcanzo a los demás que hace unos minutos se detuvieron para esperarme, me disculpo con una reverencia y me dispongo ha seguirlos. Llegamos a la última planta y entramos en una estancia.

Es una habitación acogedora con una chimenea que desprende un calor agradable, un piano cerca de la ventana y una pequeña biblioteca junto a un escritorio. El servicio es enorme y tiene una bañera que me llama insistente, necesito un relajante baño de inmediato.

—¿Te gusta? —me pregunta ilusionada.

—Sí, es preciosa —agradezco halagada.

—Este cuarto va ha ser tu refugio por un largo tiempo, tienes que sentirte cómoda —puntualiza lady Dankworth.

—Gracias, sois muy amables.

—Sabemos que tu color favorito es el amarillo y que tocas el piano —suelta mirando con sorna.

—Sí, ¿cómo lo sabes? —pregunto atónita.

—Le pregunté a tu madre por tus gustos.

Me giro hacia mi madre haciendo un mohín desconcertada, y ella se encoge de hombros como la perfecta cómplice que ha sido. Posa varios dedos sobre su boca y sella su silencio con esa señal, ¿habrá visto con antelación a mi posible y futuro esposo? Está claro que sí. No me casaría con nadie sin que antes lo vieran y aprobaran mis padres, ellos no me entregarían a cualquiera.

Nerviosa y desorientada, doy unos pasos hacia delante para ir adaptándome a mi nuevo hogar.

—Te dejamos sola por un rato, puedes descansar y darte un baño si quieres, aún queda hasta la hora de comer—me informa comprensiva —. ¿Necesitas alguna doncella a tu disposición?

—No, gracias.

—De todas formas, te enviaré a tus doncellas en media hora por si las moscas —insiste, sin estar convencida de la idea de dejarme sola.

—De acuerdo —digo abrumada.

Ella se apiada de mí y me observa con ternura.

—¡Perfecto!

Da un chasquido con los dedos y agita la mano, ordenando que todos salgan de allí, para darme un poquito de privacidad. En ese instante me siento en la cama, sintiéndome de repente muy pequeña, como en un mundo nuevo que no sé a dónde me llevará, y sin el refugio de mi madre constantemente.

Ahora entiendo a mamá, ella también pasó por lo mismo que yo cuando conoció a papá.

La admiro por ello.

Mamá, te quiero.

[...]

Cuando abro los ojos soñolienta siento mi cuerpo pesado. Escucho susurros y me levanto de golpe. Estoy rodeada de varias mujeres que van de un lado a otro, con toallas y mantas. Una de ellas se acerca a mí y me ofrece una taza de café.

¿Café? Suelo beber manzanilla.

Acepto la taza y la cojo, impidiendo así que mis manos dejen de estar heladas, aprovechando al máximo el calor que desprende. Ella me vigila ceñuda y hasta que no doy un pequeño sorbo, no se aparta de mí.

—¿Mejor? —me pregunta afable, y apoya una mano en mi frente —. Fiebre no tienes —descarta aliviada.

—Sí, gracias —contesto ruborizada.

—Nosotras lo tomamos, es bueno beberlo de vez en cuando y ha cantidades pequeñas —aconseja con una sonrisa secuaz —. Es lo que nos mantiene despiertas, cuando llevamos muchas horas de trabajo.

LA PRIMERA (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora