-¿El libro? —Su voz se vuelve brusca-. No había nada allí sobre el carrusel, ¿no es así?
-No —le digo-. No estaba.
No hacía falta hacerlo.
-¿Crees que esto podría haberlo hecho una de tus fans? ¿Alguien obsesionado?
No quiero pensar en eso, pero se me había pasado por la cabeza. No quería se la culpable de esto.
-Es posible —le digo con cautela-. Pero eso no explica que estés aquí.
-¿Has estado recibiendo amenazas, cartas extrañas?
-No, Isaac.
Él mira hacia arriba cuando digo su nombre.
-Senna, tienes que pensar cuidadosamente. Esto puede hacer la diferencia.
-¡Lo he hecho! —rompo-. No ha habido cartas fuera de lo normal, no hay mensajes de correo electrónico. ¡Nada!
Él asiente con la cabeza, se acerca a la nevera.
-¿Qué estás haciendo? —le pregunto, girando en mi asiento para mirarlo.
-Haciéndonos algo de comer.
-No tengo hambre —le digo rápidamente.
-No sabemos cuánto tiempo hemos estado afuera. Tienes que comer y beber algo o te vas a deshidratar.
Empieza a tomar las cosas de la nevera y las pone en el mostrador. Encuentra un vaso, lo llena con agua del grifo, y me lo acerca. Es de un color muy extraño.
Lo tomo. ¿Cómo puedo comer o beber en un momento como este? Fuerzo al agua bajar porque él está de pie delante de mí, esperando.
Miro fijamente en la nieve de afuera mientras él se coloca en la estufa. La estufa es de gas; a estrenar por el aspecto de esta.
Cuando vuelve a la mesa él lleva dos platos, cada una con montones de huevos revueltos. El olor me pone enferma. Él lo deja en frente de mí y cojo el tenedor.
Armas, tenemos muchas: tenedores, cuchillos... uno pensaría si alguien fuera a volver, no nos proporcionarían esta cosas para atacarlos. Pongo voz a mis pensamientos, e Isaac asiente.
-Lo sé.
Por supuesto que ya había pensado en esto, Siempre dos pasos por delante...
-Tu pelo es diferente —dice-. Me tomó un minuto para reconocerte... arriba.
Parpadeo hacia él. ¿Realmente estamos hablando de mi cabello? Me siento acomplejada por mi raya blanca. Me aseguro de que este metido detrás de mí oreja.
-Lo dejé crecer.
Poner la comida en la boca, masticar, tragar, poner comida en la boca, masticar, tragar.
No hablamos de mi pelo ya. Cuando estoy terminando de comer, anuncio que tengo que usar el baño. Le pido que venga conmigo. El único baño de la casa es en el dormitorio donde encontré a Isaac. Él espera fuera de la puerta, con un cuchillo en la mano. Antes de dejar la cocina coge uno más grande. Es casi gracioso, pero no lo es. Cuchillo grande, gran herida. Me había conformado con un cuchillo de cocina. Son fáciles de manejar y fuerte como el infierno.
Hago mis necesidades y lavo mis manos en el lavamanos. Hay un espejo que cuelga sobre él. Me miro y me estremezco. Mi cabello es lacio y grasiento, el mechón gris de un centímetro de ancho que se presentó cuando tenía doce años es alarmante contra mi cara pálida. He hecho de todo para librarme de él: teñirlo, cortarlo, tirando de él mechón por mechón. El color no quita el gris. Me he sentado en docenas de sillas a lo largo de los años y cada estilista a dicho lo mismo. —No tiene sentido... no va a tomar el color-. No importa lo que haga, siempre regresa como una mala hierba persistente. Con el tiempo, lo deje estar. La antigua yo prevaleció.
Abro el agua, chisporrotea como escupitajos durante varios segundos antes de que comenzara a gotear un flujo marrón débil. Salpico sobre mi cara y bebo un poco. Su sabor es raro como a oxido y suciedad.
Cuando salgo del baño, Isaac me entrega su cuchillo de carnicero. Suelto el mío para poder cogerlo, ya que mi muñeca está dañada.
-Yo también —dice él-. No dejes que los malos nos agarren.
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Mud Vein
RomansaCuando la solitaria novelista Senna Richards se despierta en su trigésimo tercer cumpleaños, todo ha cambiado. Enjaulada detrás de un cerco eléctrico, encerrada en una casa en medio de la nieve, Senna es dejada para descifrar las pistas para descubr...