Capitulo 9 Parte 1

129 5 0
                                        


Nada sucede por varias semanas. Desarrollamos una rutina, si se le puede llamar así a lo que hacíamos. Era más una cosa de sobrevivir y mantenerse cuerdo día a día. Yo lo llamo Circulación de la Sanidad. Cuando estás encerrado necesitas algún lugar para dedicarle tus horas, o comienzas a sentirte incómodo, como cuando llevas sentado demasiado tiempo en la misma posición y parece que hay agujas clavándose en tus piernas dormidas. Excepto que esas agujas están en tu cabeza, estás básicamente con un pie en el loquero. Así que intentamos circular. O al menos yo lo hago. Isaac parece estar a dos parpadeos de una dosis de antipsicóticos y una camisa de fuerza. Hace café en la mañana, eso es consistente. Hay una enorme bolsa de granos de café en la despensa y varios paquetes tamaño industrial del instantáneo. Él prefiere los granos, diciendo que cuando nos quedemos sin jugo en el generador podemos calentar el agua para el instantáneo con fuego. Cuando...no en caso de.

Bebemos el café en la mesa. Usualmente en silencio, pero a veces Isaac habla para llenar el espacio. Me gustan esos días. Me cuenta de casos que ha tenido... cirugías difíciles, los pacientes que sobrevivieron y los que no. Después de eso desayunamos: avena o huevos deshidratados. A veces galletas con algo de jamón encima. Luego nos separamos por unas horas. Yo subo, él se queda abajo. Normalmente uso ese tiempo para ducharme y sentarme en el cuarto del carrusel. No sé por qué me quedo aquí, excepto para enfocarme en lo bizarro. Después cambiamos. Sube para ducharse y yo bajo un rato a la sala de estar. En ese momento finjo leer los libros. Nos reencontramos en la cocina para almorzar. Sabemos que es la hora de almorzar por nuestra hambre, no por la posición del sol, ni por un reloj. Tic tac, tic tac.

El almuerzo es una sopa enlatada o frijoles horneados hechos con perros calientes. A veces el descongela un trozo de pan y lo comemos con mantequilla. Yo lavo los platos. Él observa la nieve. Bebemos más café, después yo subo al ático para dormir, No sé qué hará él en ese tiempo, pero cuando bajo de nuevo está incansable. Quiere hablar. Subo y bajo las escaleras para ejercitarme. Algunos días troto alrededor de la casa y hago sentadillas y abdominales hasta que siento que no puedo moverme. Hay muchas horas entre el almuerzo y la cena. La mayor parte de ellas las dedicamos a vagar de un cuarto a otro. La cena es el gran evento. Isaac hace tres comidas: carne, vegetales, y almidón. Yo ansío sus cenas, no sólo por la comida, si no por el entretenimiento. Bajo temprano y me acomodo en la mesa para verlo cocinar. Una vez le pedí que verbalizara todo lo que iba haciendo para que pudiera fingir estar viendo un programa de cocina. Lo hizo, sólo que cambió su tono de voz y su acento y habló en tercera persona.

Isaaaac va a salarrr essssta carrrne indeterrrminadaa ssobre la esssstufaa con mantequiiiilla y...

Cada varios días cuando el humor es más ligero le pido que un Isaac diferente me cocine la cena. Mi preferido es Rocky Balboa, cuando Isaac me llama Adrian e imita el pésimo intento de Sylvester Stallone de tener un acento de Philadelfia. Esas son las mejores noches, pequeños rayos de luz entre toda la oscuridad. En los malos ni siquiera hablamos. En esos días la nieve es más ruidosa que los invitados secuestrados.

A veces lo odio. Cuando lava los platos, sacude cada uno antes de ponerlos a secar. El agua vuela por todas partes. Siempre me llegan gotas a la cara. Tengo que irme para no romperle el plato contra la cabeza. Canta en la ducha. Lo puedo oír desde abajo, especialmente cuando es AC/DC y Journey. Usa calcetines distintos. Entrecierra los ojos cuando lee y luego insiste que su visión es perfecta. Cierra la tapa del inodoro. Me mira de forma chistosa. Muy, muy chistosa. A veces lo atrapo viéndome de esa forma y no se molesta en desviar la mirada. Hace que sienta este cosquilleo cálido en mi cuello y rostro. Apenas hace ruido al moverse. Me sorprende por eso todo el tiempo. Cuando has sido secuestrado no es buena idea ser silencioso al entrar a un cuarto. Ha recibido incontables codazos en las costillas y bofetadas sorprendidas como resultado.

-¿Hay algo que te irrite? –le pregunto un día. Ambos estamos irritables. Él ha estado silencioso; yo lo he estado acosando. Nos chocamos mientras yo salgo de la cocina y él viene de la pequeña sala de estar. Nos quedamos en el limbo entre dos cuartos.

-Odio cuando te pones comatosa.

-No lo he hecho en un tiempo –señalo-. Al menos cuatro días. Dame algo más tangible.

Mira el techo.

-Odio que me mires comiendo.

-¡Gah! –Levanto las manos al aire, lo que no es nada típico de mí. Isaac bufa.

-Comes con demasiadas reglas –le digo. Hay humor en mi voz. Incluso yo lo oigo. Él entrecierra los ojos como si algo le molestara, pero parece ignorarlo.

-Cuando te conocí, no escuchabas música con letra –dice, cruzándose de brazos.

-¿Y eso qué tiene que ver?

-Por qué mejor no discutirlo con una merienda –señala la cocina. Asiento pero no me muevo.



Mud VeinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora