-¿Una pista? –Digo incrédula-. ¿Para qué? ¿Nuestra libertad? ¿Cómo si esto fuera un juego?
Isaac asiente. Estudio su cara, buscando su broma. Pero, no hay bromas en esta casa. Hay solo dos personas robadas, apretando cuchillos en su sueño.
-Y me llaman escritora de ficción a mí –digo para enojarlo, porque sé que tiene razón.
Me muevo para levantarme, pero él toma mi muleca y me empuja debajo de nuevo gentilmente. Sus ojos viajan por el puente de mi nariz y mis mejillas. Está mirando mis pecas. Siempre hacia eso, como si fueran obras de arte en lugar de asquerosas manchas de pigmento. Isaac no tiene pecas. Tiene ojos suaves que se inclinan hacia abajo en la esquina y dos dientes frontales con una pequeña superposición. Tiene una apariencia promedio y es hermoso a la vez, Si vez con cuidado, puedes ver lo fuertes que son sus rasgos. Cada uno te habla de una manera distinta. O quizás solo soy una escritora.
-No estamos aquí de casualidad –insiste-. Quieren algo de nosotros.
-¿Cómo qué? –sueno como un niño petulante. Levanto mi mano a mi boca y me muerdo mis nudillos-. Nadie quiere nada de mí, excepto historias, quizás.
Isaac levanta sus cejas. Pienso en Annie Wilkes y su psicosis. No hay forma.
-No me dejaron una máquina de escribir –señalo-. O incluso papel y lapicera. Esto no es sobre mi escritura.
No se ve convencido. Preferiría llevarlo al carrusel, especialmente si significara que deje de mirarme como si tuviera la llave mágica para salir de allí.
-El carrusel es extraño –digo. Eso es todo lo que toma para que suelte su teoría sobre el combustible. Escucho a medias su discurso, no, no escucho en absoluto. Finjo escuchar y cuento los nudos en la madera de la pared. Eventualmente oigo mi nombre.
-Dime como lo recuerdas –me urge.
Sacudo mi cabeza-. No. ¿Qué bien hará eso?
No estoy de humor para recordar esas instancias de mi vida. Se mezclan con las otras cosas. Las cosas que me empujaron al acolchonado sillón de un terapeuta.
-Bien. –Él se para esta vez-. Iré a hacer la cena. Si te quedaras aquí arriba, cierra con llave la puerta.
Esta vez no se queda para comprobarlo. Está por todos lados. Lo odio.
Comemos en silencio. Descongelo hamburguesas y abrió una lata de frijoles verdes. Esta racionando la comida. Puedo verlo. Empujo los frijoles alrededor y como la hamburguesa usando el lado de mi tenedor para cortarla en pedazos. Isaac come con cuchillo y tenedor, cortando con uno, separando con el otro. Le pegunte por eso una vez, y dijo-: Hay herramientas para todo. Soy un doctor. Uso la herramienta adecuada para el propósito adecuado.
Está molesto conmigo. Le disparo una mirada cada uno que da otro bocado, pero sus ojos están en su comida. Cuando termino, me paro para llevar mi plato al fregadero. Lo lavo y seco. Lo pongo de nuevo en la alacena. Me paro detrás de él mientras termina su comida, y miro la parte trasera de su cabeza. Puedo ver gris en su cabello, más que nada en sus sienes. Solo un poco. La última vez que lo había visto no había habido gris. Quizás el in vitro lo puso ahí. Quizás su esposa. O la cirugía. Yo nací con el mío, así que ¿Quién sabe? Cuando se aleja de la mesa me giro rápidamente y me ocupo limpiando la mesada. Tres pasadas y la tarea parece tonta. Estoy limpiando la casa de mi captor. Se siente como una tradición, vive en mugre o limpia tu prisión. Debería quemarla a sus cimientos. Termino de limpiar, levanto el trapo, lo doblo prolijamente y lo cuelgo sobre el fregadero. Antes de volver a subir, tomo madera del armario. Ambos casi chocamos al pie de la escalera.
-Déjame llevarla por ti.
Me abrazo a mi madera.
-¿No tienes que quedarte a cuidar la puerta?
-Nadie vendrá, Senna. –Se ve casi triste. Trata de quitarme la madera, Empujo mis brazos fuera de alcance.
-No sabes eso –replico. Él mira mis pecas.
-Calla –dice suavemente-. Ya hubieran venido. Han pasado catorce días.
Sacudo mi cabeza.
-No ha pasado tanto tiempo... -mentalmente hago las cuentas. Hemos estado aquí por... catorce días. Tiene razón. Catorce. Mi Dios. ¿Dónde están los escuadrones de búsqueda? ¿La policía?
¿Dónde estamos? Pero, más que nada. ¿Dónde está la persona que nos trajo aquí? Suelto mi madera. Isaac me sonríe a medias. Lo sigo por las escaleras y trepo al ático para que me pase los leños.
-Buenas noches, Senna.
Miro el sol brillante en la ventana detrás de mí.
-Buen día, Isaac.
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Mud Vein
RomanceCuando la solitaria novelista Senna Richards se despierta en su trigésimo tercer cumpleaños, todo ha cambiado. Enjaulada detrás de un cerco eléctrico, encerrada en una casa en medio de la nieve, Senna es dejada para descifrar las pistas para descubr...