Nadie viene. Pasan dos días, luego tres. Isaac y yo apenas hablamos. Comemos, nos duchamos, nos movemos de un cuarto a otro como sombras constantes. Tan pronto entramos a una habitación nuestros ojos se dirigen al lugar donde hemos ocultado los cuchillos. ¿Necesitaremos usarlos? ¿Qué tan pronto? ¿Quién vivirá y quien morirá? Es la peor forma de tortura que alguien pueda imaginar, la espera a la muerte. Sin intención, veo los círculos oscuros que hay debajo de los ojos de Isaac. Duerme menos que yo. Sé que no debo verme muy distinto; nos está devorando.
Miedo.
Miedo.
Miedo.
Disimulamos nuestras preocupaciones con intentos inútiles: intentar romper las ventanas, intentar abrir la puerta principal, intentar no perder la cordura. Estamos tan agotados por intentar que nos quedamos mirando cosas... a veces por horas: un cuadro de dos gorriones que está colgado en la sala de estar, la tostadora rojo brillante, el tapete ante la puerta de entrada que es nuestro boleto de libertad. Isaac se la pasa mirando la nieve más que nada. Se apoya contra la ventana y mira cómo cae lentamente.
El cuarto día estoy cansada de mirar cosas que le pregunto a Isaac sobre su esposa. Noto que no lleva el anillo de casamiento, y me pregunto si él se lo quitó, o fueron ellos. Instintivamente, sus dedos se dirigen al lugar donde debería estar. "Se lo quitaron" pienso.
Estamos sentados en la mesa de la cocina, poco después de comer nuestro desayuno de avena. Mis uñas, que he mordido hasta arrancarlas, duelen. Él acaba de comentar lo larga e incómoda que es la mesa: una gran tabla de madera sostenida en una base circular más ancha que tres troncos de árbol.
Al principio parece alarmado por mi pregunta. Luego algo se rompe en su mirada. No tiene tiempo de ocultarlo. Veo cada detalle de sus emociones, y me duele.
-Es oncóloga –dice. Asiento con la boca seca. Es algo apropiado para él.
-¿Cómo se llama?
Ya sé su nombre.
-Daphne –dice. Daphne Akela-. Llevamos casados dos años. La conociste una vez.
Sí, lo recuerdo.
Se rasca la cabeza, justo sobre la oreja, luego se alisa el cabello con el dorso de la mano.
-¿Qué estará haciendo Daphne ahora... que estás desaparecido? –le pregunto, cruzándome de piernas.
Se aclara la garganta-. Ella es un desastre, Senna.
Es una declaración afirmativa con una respuesta obvia. No sé para qué pregunté, excepto para ser cruel. Nadie me está buscando, salvo quizás los medios. La autora bestseller desaparece. Isaac tiene personas. Personas que lo aman.
-¿Qué hay de ti? –pregunta, volviéndolo contra mí-. ¿Estás casada?
Me enrollo un mechón de cabello en el dedo, y lo acomodo detrás de mí oreja.
-¿Realmente tienes que preguntar eso?
Ríe fríamente.
-No, supongo que no. ¿Estabas viendo a alguien?
-Nop.
Frunce los labios. Él me conoce... o algo así.
-¿Qué ocurrió con...?
Lo paro en seco-. No he hablado con él en mucho tiempo.
-¿Incluso después de haber escrito el libro?
Me llevo una cuchara de avena a la boca.
-Incluso después del libro. –respondo, sin mirarlo a los ojos. Quiero preguntar si lo ha leído, pero soy demasiado cobarde.

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Mud Vein
RomanceCuando la solitaria novelista Senna Richards se despierta en su trigésimo tercer cumpleaños, todo ha cambiado. Enjaulada detrás de un cerco eléctrico, encerrada en una casa en medio de la nieve, Senna es dejada para descifrar las pistas para descubr...