-Leí tu libro –dice.
Me sonrojo. Oh cierto-. Eso sólo era un personaje...
-No –dice, siguiendo con los ojos el patrón de mi pieza-. Esa eras tú.
Lo miro por debajo de mis pestañas. No tengo la energía para discutir, y no estoy segura de poder hacer un argumento convincente de todas formas. Culpable, pienso, de decir demasiadas verdades. Pienso en la última vez que bebí y mi estómago se revuelve. Si me da resaca podré dormir todo el día siguiente y saltarme las comidas. Eso salva la comida y mata al menos doce horas aburridas.
-De acuerdo –digo-. Hagámoslo.
Tomo la pieza debajo de mi dedo. Puedo ver un borde rojo y un diminuto perro con una correa roja. La dejo, tomo otra, la ruedo entre mis dedos. Me molesta lo que dijo, pero acabo de encontrar a Wally. Lo dejo debajo de mi taza para salvaguardarlo.
-Soy un artista, Senna. Sé lo que es meterte en lo que creas.
-¿A qué te refieres? – Finjo confusión.
Isaac ya ha formado una pequeña esquina. Veo su mano viajar sobre las piezas hasta que toma otra. Está ganando ventaja. Lleva al menos veinte piezas. Yo esperaré.
-Basta –dice-. Estamos siendo abiertos y divertidos hoy.
Suspiro.
-No es divertido abrirme –y entonces-: Fui más honesta en ese libro que en cualquier otro.
Isaac pone otra pieza en su cuadro creciente-. Lo sé.
Dejo que la saliva se junte en mi lengua, y cuando tengo suficiente, la trago toda junta. Ha leído mis libros. Debería haberlo sabido. Ya van treinta piezas, Golpeteo la mesa con mis dedos.
-No conozco ese lado tuyo –digo-. El artista. –Junto más saliva. La muevo entre mis dientes. Trago.
Ríe.
-El doctor Asterholer. Ese es el que conoces.
Esta conversación está tocando los lugares que duelen. Recuerdo cosas; la noche que se quitó la camisa y me mostró lo que había pintado en su piel. La forma extraña en que sus ojos quemaban. Esa vez que pude espiar por la madriguera del conejo. El otro Isaac, como la otra madre en Coraline. Ya va treinta y tres. Es bueno.
-Quizás por eso estás aquí –dice-. Porque fuiste honesta.
Espero un momento antes de responder:
-¿Qué quieres decir?
Cincuenta.
-Vi toda la emoción de tu libro. Recuerdo entrar en el hospital y ver a la gente leyendo en la sala de espera. Incluso vi a alguien leyéndolo en el supermercado. Empujando su carrito y leyendo como si no pudiera dejarlo. Me enorgulleciste.
No sé cómo me siento con que él esté orgulloso de mí. Apenas me conoce. Se siente condescendiente, pero al mismo tiempo no. Isaac no es del tipo condescendiente. Es tanto humilde como levemente incómodo cuando se trata de recibir cumplidos. Lo vi en el hospital. Tan pronto alguien empezaba a decir cosas buenas sobre él, sus ojos se pondrían brillosos, y empezaría a buscar una ruta de escape. Él era todo su negocio sin mirar atrás.
Sesenta y dos piezas.
-¿Y cómo fue que eso me trajo aquí?
-Treinta minutos –dice.
-¿Qué?
-Han pasado treinta minutos. Es momento de beber.
Se pone de pie y abre el gabinete donde tenemos el licor. Seguimos encontrando botellas ocultas. El ron estaba en una bolsa Ziploc en el saco de arroz.
-¿Whiskey o Ron?
-Ron –digo-. Estoy harta del Whiskey.

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Mud Vein
RomansaCuando la solitaria novelista Senna Richards se despierta en su trigésimo tercer cumpleaños, todo ha cambiado. Enjaulada detrás de un cerco eléctrico, encerrada en una casa en medio de la nieve, Senna es dejada para descifrar las pistas para descubr...