VIII

19 5 1
                                    

        La silla se sentía tan fría que un escalofrío bajó por su espalda. Ahí estaba, sentado mirando como una mujer que apenas conoció y aparentemente secuestró estaba de espaldas a él hirviendo pasta.

Por fin podía respirar, pensar detenidamente y darse cuenta de lo extraño de la situación. Quien los viese, exceptuando las lágrimas secas en la cara de Lucas y el cuchillo de mango azul plantado en la puerta de entrada, diría que esto es una reunión entre amigos o incluso una pareja.

Y aunque Lucas no sabía mucho de amigos y menos de parejas que se cocinen, tenía claro de lo bizarro de la situación.

"¿A qué se refiere con que está lleno de ellos afuera y que acá estaré seguro?" Pensó en las palabras que lanzaba como si hablara sola mientras le daba la espalda. De todas maneras no se atrevía a hablar.

Sumando y restando Lucas empezó a notar ciertas conductas que antes no le dió importancia, todo el camino hasta su casa había estado con un bucle de estados de ánimo, a ratos era una persona brillante, amigable y sonriente. Bastaba un auto para apagar sus ojos, como si sus párpados cedieran y se activara una especie de modo alerta. Estas dos formas se intercalaban cada tanto y de golpe, con pequeños gestos.

Era una mujer alta para el promedio, no demasiado, pero si te detenías frente a ella lo notabas. Usaba su pelo café largo y con ondas en las puntas, no parece cuidarlo demasiado. De hecho notó que no sólo su cara tenía algunas manchas de colores, también sus manos, ropa e incluso la mesa donde él esperaba incrédulo un plato de comida.

De no ser porque Lucas no es muy hábil al relacionarse con otras personas, su poca capacidad para mantener la mirada e incluso reconocer caras (capacidades que adquirió a medias por el trabajo y que a día de hoy necesita las fichas con fotos incluidas), ahora que tenía el tiempo se daba cuenta de la totalidad de Luna.

Quizá no era el tipo de mujer que daría a todo el mundo darse vuelta, pero cuando ponías los ojos en ella era inevitable pensar que era una persona interesante, parecía una persona atlética y cariñosa, como si se notase que creció rodeada de amor, expelía esa sensación. Es difícil definir el por qué de esto último, Lucas lo asoció a cuando marcaba el hoyuelo en su mejilla cuando sonreía y entrecerraba los ojos, un gesto que repetía cada cierto tiempo a veces sin decir nada, pero en el fondo sentía que expresaba mucho. Como si lo ofreciera siempre, como si estuviese pendiente y que con eso te lo demostrara. Una mirada casi maternal aprendida de alguna parte y que le ofrecía cada tanto mientras estaba ahí parada.

Aunque ya siendo un poco más calculador, Lucas llegó a la conclusión que lo estaba vigilando con esta máscara.

Eso basado solo en inspeccionar sus posturas, físico y expresiones, lo cual contrarrestaba totalmente con su estado de alerta que le recordaba a un gato crispado. Sus ojos que jugaban entre el verde y el café se apagaban y entrecerraban al punto que parecían negros. Su sonrisa y margarita desaparecían, los músculos de su cara caían mientras los de su cuerpo parecían tensarse, prácticamente como si estuviese cazando un felino.

Desde que Lucas se sentó y los minutos que pasaron cambió todo su miedo a concentración. Sentía que tenía un rompecabezas sobre las manos y necesitaba resolverlo. La atmósfera no se sentía peligrosa, pero ¿por qué?, ¿por qué entonces Lucas no se paraba y usaba sus varios centímetros de ventaja para defenderse?

"Tiene demasiados cuchillos" Pensó, y era cierto. Quizás demasiados para alguien que vive sola.

"Quizá le gusta cocinar, o estudia eso" intentó convencerse.

Eran casi decorativos, de todo tipo de filó y colores, en estantes y ordenadores de distintas formas posados sobre el mesón a la izquierda de Luna. Se preguntó si sabía tirarlos.
Mejor no averiguarlo.

LA METÁFORA DE LA ESCALERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora