Paulo tenía trece años cuando notó que definitivamente nadie iba a volver por ellos. La última vez Norma le había dejado dinero que envió su madre y le dijo que el siguiente mes probablemente volvería ella.
Él no quería admitir que estaba feliz de verla, aunque supiera que el abrazo que le daría sería tan frío e incómodo como siempre, pero por algún motivo su olor le entregaba un poco de paz para continuar los siguientes meses.
Dedicaba todo el día a cuidar a Lucas, sólo salía para buscar un poco de agua, pero siempre tenía miedo de dejarlo solo; que la cocinilla se hubiese apagado mal, que el cableado de donde sacaban luz tirara una chispa que quemara la madera de la casa, entre cientos de posibilidades que daba vuelta en su imaginación. Estaba constantemente estresado pensando lo peor cada vez que se alejaba, su vida giraba en torno a Lucas.
Él creció en una vida promedio de La Madriguera, su abuela era una mujer apática que se limitaba a darle de comer y zurrarlo cuando no tuviese nada mejor que hacer. Cuando se fueron de su casa fue el respiro más grande que tuvo en su corta vida, no quería que Lucas pasara por lo mismo.
Sabía lo que hacía su madre, en realidad se enteró a los ocho años cuando sus amigos comenzaron a decirle que se parecía al pelirrojo que desarmaba autos y que probablemente era un cliente de su madre.
Para ser precisos si tenía un aire a ese tipo de alguna forma, su cabello café rojizo y pecas eran bastante distintivos en el sector. Era un tipo corpulento, con cara de pocos amigos y con tantas cicatrices como le permitía sostener su cara. Tenía muy mala fama, un par de veces lo había visto cerca de su madre quien a pesar de llegarle con suerte al pecho nunca se dejó intimidar y lo empujaba hasta alejarlo de la puerta de su casa.
Paulo nunca tuvo interés en saber quien era su padre, de hecho nunca se cuestionó si quiera de donde venía. Un día sin pensarlo mucho le preguntó a su abuela a qué se dedicaba María, quería entender por qué hablaban de clientes y por qué cada vez que llegaba de trabajar le gritaban cosas como "sidosa".
— ¿Quieres saber?— bufó y comenzó a reírse tosiendo mientras botaba el humo del cigarro— Bueno, tú me preguntaste, ella sólo me dijo que no te lo dijera — Se acercó a él y mostró sus dientes podridos antes de continuar — Es puta y tu saliste de ahí bastardo.
Paulo sólo logró contenerse lo suficiente para salir de la casa y correr, un grito ahogado le quemaba la garganta y las lágrimas ya no tenían espacio donde sostenerse antes de caer, apoyó su espalda en un muro de ladrillos en un callejón lejos de su casa y comenzó a llorar con profundos sollozos. Él sabía perfectamente que era una puta, sus amigos siempre hablaban de ello y ahora entendía por qué cuando hablaban de eso lo miraban burlescamente.
A pesar que se podría pensar que Paulo lloraba de vergüenza, impacto o miedo, sus sentimientos no podían estar más alejado de eso.
Sentía culpa, tanto como podía desarrollar un niño de ocho años. Entre cada sollozo golpeaba su mano izquierda con una piedra, no entendía por qué lo hacia, pero el dolor lo hacía sentir un mejor. María, la que trabajaba todo el día para mantenerlos a todos, de la que se burlaron infinitas veces era su madre y no sentía nada más que amor a ella, no le daba ni le daría alguna vez en su vida vergüenza tenerla de madre.
Si él era bastardo o no, no era el problema, su existencia detenía a su madre. Muchas veces la escuchó decir que le hubiese gustado ir al colegio, o que le hubiese gustado ser profesora.
De hecho, ella con su limitada educación consiguió un libro de materias básicas y le enseñó a leer y sumar. No muchos niños de su edad en su entorno sabían hacer eso, solo unos pocos que asistían a las clases de los religiosos que se metían cada cierto tiempo a La Madriguera, pero todos sabían que eventualmente llegaba una asistente social y desde ahí todo se volvía complicado.
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LA METÁFORA DE LA ESCALERA
RomanceLucas parecía estar logrando salir del (literal) abismo que nació, por fin estaba dispuesto a ser feliz. Luna se aferra al espiral por el que evita seguir cayendo. En algún punto se encontraron, solo se requirió un pequeño desbalance y una lata de c...