XXIII

4 0 0
                                    

                  Alejandro cerró los ojos en la oscuridad, sentía como si su cuerpo ardiera y como si lo recorriera electricidad sin dejarlo descansar. Miró sus manos y temblaban, su piel se sentía pegajosa y le picaba.

"En que desastre me convertí" Pensó abrumado.

No había dormido bien hacía días. Desde que había llegado a casa todo había sido tan caótico que no lograba digerir toda la situación: ¿En qué momento permitió que todo tomara un rumbo tan desastroso?

La habitación de invitados se le hacía tan ajena que a veces pensaba que despertaba en un hotel, e incluso que seguía de viaje. Casi como un trauma, su corazón se disparaba hasta que veía en la pared el dibujo que había dejado Luna.

No recordaba mucho del viaje o de las juntas, solo hechos puntuales que mantenía en sus apuntes y actas de reuniones. Como si fueran flash en su memoria recordaba las fiestas que solían arrastrarlo. Literalmente, arrastrarlo desde su habitación entre 3 compañeros. Intentaba reír tomándolo como una broma pero con el tiempo termino accediendo y yéndose apenas podía.

No le resultaba agradable ver como sus compañeros terminaban perdiendo muchas veces el control y cayendo sobre las mesas dormidos, o peor, causando uno que otro desasrtre. Siempre era lo mismo: una reunión exitosa o desastrosa terminaba asi, para celebrar o para pasar la pena.

Los jefes no solían unirse, hasta que los invitaron a su reunión privada. Era una especie de bar, con salones privados lo suficientemente grandes para admitir muchas personas. Esa noche Alejandro fue consciente que negar la invitación solo daría una mala imagen a sus superiores.

Mujeres vestidas con cortas faldas y escotes profundos lo hacían sentir incómodo. Sus compañeros solían molestarlo cuando mujeres se le acercaban a hablar en bares y su respuesta era un simple "no, gracias", criticándolo por dejar pasar oportunidades de esa manera y les resultaba ridículo que él sinceramente no disfrutaba ese tipo de atención.

Cuando las meseras pasaban por su espalda rozándolo sentía su cuerpo ponerse rígido, la intención era clara y eso era lo que lo hacía sentir mas incómodo. Al parecer era el único que se sentía así, sus compañeros ya estaban borrachos y sus jefes sentaban a algunas de ellas en sus piernas.

Tomó un sorbo de whisky, el único que se había propuesto tomar esa noche y tomaba tan lentamente que el hielo ya casi estaba derretido en su totalidad.

Una de las meseras toco sus hombros y reflejamente sacudió su cuerpo. Ella dio un pequeño salto, un poco ofendida. Se disculpó rápidamente diciendo que lo asustó.

De pronto se sintió observado. Entre todas las miradas vio al jefe de la empresa norte mirándolo fijamente. Sintió otro escalofrío.

—Tú—Dijo desde el otro lado de la habitación, todos quedaron en silencio—Acércate.

Apuntó una silla junto a él y dejó ir a la mesera de sus piernas. Tomó aire y puso su postura de negocios, no podía demostrar miedo o incomodidad ante él.

Se sentó y puso ambas manos sobre sus rodillas.

—He visto tu trabajo y desplante—Dijo mientras prendía un cigarro—bastante bien para ser tan joven, no me sorprendería que llegaras a nuestros puestos pronto.

—Gracias—Dijo Alejandro inseguro—Son muchos años en esta empresa, quiero dejar bien su nombre.

—Sí, si—Dijo antes se lanzar una bocanada de humo—Pero sabes, te falta un poco de ambición.

—¿Ambición?—Preguntó con una sonrisa mientras el par de jefes junto a él comenzaron a reír.

—No lo molestes Renard, es un chiquillo— Dijo uno mientras tomaba de un trago su vaso.

LA METÁFORA DE LA ESCALERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora