Rita despertaba cada mañana cuando la luz golpeaba su cara desde la ventana, sus ojos viajaban por la cama, veía la imagen que adoraba y deseaba tener guardada toda la vida en sus retinas: Luna de cuatro años, víctima de una pesadilla pidiendo asilo en su cama la noche anterior, aferrada al brazo de Alejandro quién con la otra mano tomaba la de Rita.

Ella amaba tanto a Alejandro como el primer día, sus pecas bajando su entrecejo, su nariz alargada, labios suaves y pestañas tan gruesas como era posible, casi le daba envidia, era aún con los años pasando el hombre que sólo de mirarlo sonreía. Como si cuando lo vió en la estación ella supiera toda esta felicidad que tendría frente a ella.

Vivían tranquilamente en la ciudad donde ella creció y se conocieron, aún conocía muchas personas de ahí y pudo continuar con sus emprendimientos, su casa era cercana a Isidora y sus hijas solían jugar juntas como ellas cuando pequeñas, otro sueño que jamás pensó ocurriría.

No era una niña especialmente estudiosa o dedicada a estar quieta, más bien parecía que necesitaba correr tanto como fuera posible y al quitarle la vista de encima fácilmente podría estar en la copa de un árbol.

Los padres de Alejandro sólo vieron a Luna una vez, Fabiola había hablado por teléfono con Rita cuando ella tenía unos meses de vida, le dijo que Antonio había progresado mucho, que asistía a terapia y que todo estaba muchísimo más tranquilo.

Rita jamás creyó nada de eso, pensaba que él solo se había vuelto viejo y que ya no le era tan fácil engañar mujeres de su gusto, al verse demacrado y viejo solo pensó en aferrar a Fabiola apenas ella demostraba la más mínima intención de irse. Claro, sólo era su suposición, ellos hacía tiempo que dejaron de saber lo que ocurría en esa casa.

La única vez que vieron a luna fue porque Fabiola le pidió que le permitieran ir a visitarlos a ambos.

Ninguno de los dos estaba convencido, pero Rita accedió cuando Fabiola le dijo cuánto deseaba ver a Luna prácticamente llorando al teléfono, la condición de que él no podía acercarse o tocar a su hija. Los ponía en una situación horrible tener que enfrentar a Antonio nuevamente, ahora con la vida que habían construido, pero por lo mismo decidieron que su fantasma no los iba a atormentar. Sin embargo, al mínimo error si hacía falta que no vieran más a Fabiola era lo razonable para cuidar su familia. Ahora tenían una hija que proteger y no podrían aceptar el apego irrazonable que tiene ella a Antonio.

Asistieron cuando Luna cumplió su primer año, solo estaban ellos e Isidora con su hija Magdalena. El aire era denso, Antonio estuvo mayormente callado pero su sola presencia hacía la situación incómoda. Isidora sabía la historia y no podía quitarle el ojo de encima, algo la incomodaba de él, incluso en su mirada y se mantuvo callada desde su asiento casi todo el tiempo.

Fabiola apenas llegó se derritió de ver a la pequeña Luna, enérgica y sonriente, todo lo contrario a Alejandro de bebé. La tuvo siempre en sus brazos y la única vez que se acercó a Antonio fue para mostrarle el lunar del cuello que (según ella) heredó de el.

En un momento Fabiola dejó a Luna durmiendo en la cuna que acomodaron en la sala luego de pasearla para ayudar a Rita y Alejandro cuando fueron a dejar la vajilla a la cocina. Isidora estaba del otro lado de la habitación, Antonio parecía no haberse movido desde que había llegado. Entonces se paró y se dirigió a la cuna.

Isidora era consciente que si Rita se había ido tan tranquilamente es que confiaba lo suficiente en ella para echar un ojo a Luna, su piel se erizó y se preparó como si fuese a saltar. La mano de Antonio se estiró y tocó el abdomen de luna, cuando parecía que iba a moverla pasó un segundo hasta que Isidora tomó tan fuerte su muñeca que él pensó que se la había fracturado, pero no emitió ningún sonido. Al parecer su cara evidenció más de lo que quería.

LA METÁFORA DE LA ESCALERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora