«Caminando en línea recta, no se puede ir muy lejos.»
Buenos Aires, Capital Federal, Argentina.
Un poco antes de aquel entonces.
Julio miró al hombre frente a él y trato, realmente trato, de no mirarlo fijamente. Pero, verganción, el hombre era hermoso. Julio, durante los últimos minutos, se estaba debatiendo internamente entre las ganas de huir por la derecha u ofrecerle una mamada en la parte de atrás de la construcción.
Julio conocía un sitio, con un árbol, que haría el trabajo de darles privacidad. Si se atrevió a hacer tal proposición, claro está, pero, una vez más, llevó sus ojos, que habían hecho el trabajo de desvestir al hombre mentalmente, a los ojos del hombre, y la proposición de una mamada se marchitó en su lengua.
Ojos azules lo miraban con atención pero sin sentimientos. Como si solo estuviera viendo una mosca y no a la persona que sería su encargado. Aunque, Julio no llegaría tan lejos para decirle a un hombre que fácilmente le sacaba dos cabezas y tenía los hombros y brazos como los troncos de un árbol que él, un maracucho bisexual con tres trabajos, una exmujer abusiva —la muy mardita— y casi en la indigencia, sería su encargado, que tenía que responderle a él.
A veces, Julio no sabía escoger la falda del color adecuado cuando se travestía, o la peluca, pero no era estúpido.
—Entonces, ¿te llamas Jonh, papito? —le preguntó Julio y el hombre solo asintió.
No era estúpido, pero era coqueto. Gracias a la Chinita siempre lo veían como si fuera inofensivo. Julio solo podía atribuirlo a que constantemente, no por falta de interés, se veía curtido en los bordes, y a dos segundos de quedarse dormido sobre cualquier superficie.
Solo estaba cansando, todo el tiempo. Y no era para menos, cuando miro a su alrededor y hacia arriba. La construcción tenía un poco más de seis meses, de los cuales solo los últimos tres Julio se había incorporado y su cuerpo ya se había acostumbrado al dolor en sus manos, en toda su espalda y a veces en sus piernas
¿Pero a las largas horas de pie, en la noche cuando estaba ciego como un topo de día?
No, aún no se había acostumbrado porque estuvo a punto de valer verga en dos ocasiones.
La primera vez fue cuando estaba llevando la carretilla, llena de bolsas de cemento del lado norte al sur de la construcción. Había estado mirando las bolsas, cuidando que ninguna se cayera, cuando, y Julio reconocía que había ido muy rápido, la rueda delantera de la carretilla quedó atascada en un desnivel.
Que no debía estar ahí porque él estaba ya en la parte terminaba, cabe destacar, pero por inercia, su cuerpo salió disparado hacia delante, cayendo encima de la carretilla, haciendo que esta se tambaleará y todo, él y los sacos cayeran al suelo.
Por milagros no se había torcido las manos, que había usado para protegerse de la caída, pero su tobillo derecho se había magullado, no roto, gracias a la Chinita, tampoco torcido, pero magullado, y todo dolía mucho, porque su cuerpo había recibido varios golpes en el proceso. Al final, su cara, sus brazos junto a sus piernas eran entre negras y negras profundas, si era posible, con varios tonos de violeta.
La segunda vez hizo que pensara que sin querer, se metió con una entidad rara que lo quería muerto o convertirlo en su perra, algo como Destino Final. Porque no era posible que unos andamios, que él mismo había revisado, se hubieran casi, solo casi, caído con el peso de Julio y el de un compañero.
ESTÁS LEYENDO
Casada con Él © |HDH#1|
ChickLit«Amaba a su hombre de hielo, a él y a su corazón irreparable.» Ya habían pasado dos años desde la última vez que la vio, 730 días desde que acordaron por mutuo acuerdo ir por caminos separados. Él sabía que tenía dejarla ir. Era un hecho, porque for...