11.

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en elegir a una mujer y casarse con ella.»


Aviso: Hay una leve descripción de vómito y muerte en este capítulo, si eso desencadena algo o no te gusta, colocaré un aviso para que puedas saltarlo. 


Buenos Aires, Capital Federal, Argentina.

Entonces.


Danielle no pudo dormir. No había pegado ni un puto ojo en toda la noche.

Había llegado a su casa a altas horas, y pasó unos buenos minutos en la oscuridad, con Aquiles pegado a sus piernas. Había reproducido la cena una y otra vez en su mente mientras se sentaba en el piso, de espaldas a la puerta —había estado frío contra sus nalgas, por supuesto que sí— golpeó varias veces su cabeza contra la puerta, golpes cortos y sin ruido, que no dolieron.

Pero se había detenido en el momento que se acordó de ciertos ojos azules y no supo calcular la fuerza de su siguiente golpe y este sí había hecho ruido sordo contra la madera, haciendo que Aquiles ladrara y ella se sobresaltara.

Sus manos nunca se habían movido tan rápido como en ese instante para tapar el hocico de su perro.

Después de eso solo se había parado del piso, fue a su cuarto a ciegas y sentándose en su cama, se quitó los zapatos: punta y talón. Se quitó la campera, arrojándola al suelo y como un marsupial escurridizo, se metió debajo de la gran colcha que no había doblado. 

Se quitó el jeans una vez que estuvo segura debajo de la colcha, solo quedándose con su suéter verde. Bañarse con la temperatura tan baja nunca fue una opción.

Todo se había sentido húmedo y frío contra su piel, pero en el momento que se arropó y Aquiles tomó su lugar —una de tantos— predilecto a su espalda, todo se había sentido más cálido.

Pero Danielle había pasado toda la noche acariciando a Aquiles y viendo, con la ayuda de la luz que se filtraba por las cortinas, la mancha de humedad verde que había empezado a salir en el techo.

No sabía qué sentir, ni qué pensar. 

Le quiso dar un ataque de risa, que sofocó con éxito, tuvo ganas llorar, y no fue hasta que vio más luz pasar por las cortinas e iluminando más la habitación, que la idea de masturbarse y liberar endorfinas paso por su cabeza.

Pero para ese momento, que apostaba que eran bien pasadas las ocho de la mañana, sus ojos se sentían secos, porque nunca se quitó los lentes, y podía sentir un dolor queriendo florecer en su cabeza.

Danielle quería gritar de nuevo y tal vez llorar.

Matthew Reynolds era un hombre hermoso e inteligente, y con mucha astucia. Danielle se había sentido como una cucaracha en su zapato de vestir pulido, y no había entendido como estaba comiendo sushi en el restaurante de un hotel de cinco estrellas y había sido el centro de atención de un hombre que vestía un traje que era más caro que la suma total de su alquiler. Por un año.

Había sido surrealista.

Y no fue hasta que le ofreció el dinero para el taxi que había caído a tierra.

El dinero seguía arrugado en el bolsillo de su campera y era suficiente para vivir hasta cobrar. Al menos para ella, que comía dos veces al día. No iba a pagar un taxi con algo que la ayudaría a alimentarse.

Aunque sus piernas picaron y se calentaron en el camino del Puerto a su casa, de una manera bastante incómoda, eso no la hizo cambiar de opinión.

Pero sí había algo de lo que estaba segura es que debía evitar al hombre. Había tomado su teléfono para avisar a las personas que sabían que saldría -Julio y Nicole- que estaba bien y en su casa, ni siquiera había esperado una respuesta antes de meterse en lo profundo de su colcha.

Casada con Él © |HDH#1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora