3.

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Buenos Aires, Capital Federal, Argentina.

Entonces.

El nudo en su estómago se había disuelto, pero el escalofrío no había desaparecido de su cuerpo, aunque, podía fácilmente atribuirlo al fuerte aire helado que se colaba por las finas aperturas que tenían las ventanas del café, que golpeaban su cuerpo y no al recuerdo de una mirada azulada. Podía.

Pero, ¿a quién estaba engañando Dany? Realmente no, no podía.

Dany no podía terminar de olvidar el encuentro porque Carmen le seguía dando unas miradas persistentes, que podrían perforar su cara si se lo proponía, desde que bajaron del ascensor.

Pero Dany se negó a comentar algo, cualquier cosa, en voz alta, así fue hasta que ambas se encontraban en el mostrador donde estaban esperando la comida, y a Dany ya le estaba resultando incómodo pretender que el letrero con los pedidos era algo interesante que leer.

Lo hizo, una vez, cuando Dany había entrado hace meses, pero ahora solo era repetitivo, porque al final siempre elegía lo mismo.

Dany hizo de cuentas que no había pasado nada, y Carmen, para aparentar decencia, siguió su ejemplo. Pero ¿cómo podía siquiera decir en voz alta el impacto que había sentido al cruzar miradas con esa persona?

Fue algo minúsculo, casi imperceptible, que si hubiera estado rodeada de más personas nunca lo hubiera considerado. Pero esa mirada le había quitado el aliento, y Dany, siendo un poco atrevida para su edad, nunca se había sentido tan tímida como sintió en ese encuentro.

¡Y sus mejillas se habían puesto rojas!

Dany no podía recordar la última vez que se había sonrojado por algo, había cosas que nunca había aprendido a sentir y entre ellas era la vergüenza. Sus padres la habían criado con confianza, que incluso cuando no tuviera idea de lo que estaba hablando, tuviera la confianza para defenderlo, y si bien había tenido 8 años para ese momento, esa lección le había funcionado para su vida adulta, o bueno, casi adulta.

Mordisqueó su labio inferior, arrancando un poco de piel y la carne picó ante la violencia, nunca había sido buena para controlar su ansiedad, y no solo sus labios podían dar fe de ello, sino también sus dedos, quienes se encontraban protegidos del frío dentro de su campera.

Viendo la hora en el reloj de gato que se encontraba en la pared, se dio cuenta de que solo habían pasado quince minutos de su descanso, y quiso gemir, porque sí, el tiempo al parecer estaba pasando lento y era bueno porque se sentía que sus treinta minutos era unos buenos treinta minutos, y era malo, porque cuando volviera vincha, se le haría eterno.

Desvió su mirada del reloj, y observó a través de la venta del café el caminar de las personas en la calle Florida. Las tiendas ya estaban abiertas, el sol era tenue, filtrándose por las densas nubes y haciendo que la calle se vistiera de colores fríos, los carteles brillantes de las tiendas resaltaban contra el clima, mientras que las personas se camuflaban.

Había personas trabajando en la calle, caminando en círculos, o recostados de las paredes, subiendo y bajando sus piernas para que circulara la sangre y gritando cambio en varios idiomas.

La música de fondo en el Holanda la hizo balancearse un poco, mientras veía los autos frenar, aun cuando era luz verde, por más de un transeúnte atrevido que quiso cruzar rápido la calle Tucumán.

—Vamos. —Dany volteo ante la llamada de Carmen, y sacó las manos de sus bolsillos para ayudarla con las dos bolsas de empanadas, pero al tocar las bolsas, que estaban caliente, Dany soltó un suspiro y estuvo tentada a meterla en sus bolsillos. Si solo fueran más grandes, dichos bolsillos lo hubiera hecho.

Casada con Él © |HDH#1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora