Capítulo 4

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Baldwin solo podía apreciar la risa de la joven, quien mostraba contento ante las pláticas dichas hace un momento, observó la curva de su sonrisa, enmarcada en bellos labios teñidos de un suave rosa, aquello lo hacía tentador de ver.

Ante esos pensamientos, el rey tuvo que sacudir un poco la cabeza pues no era moralmente correcto pensar en los labios de la bella dama, no era correcto siquiera pensar en besarlos, incluso si él fuese un rey.

En cambio, centró su mirada en los ojos de la joven, los cuales estaban abiertos mostrando curiosidad.

- ¿Majestad? – preguntó con una leve confusión en su voz la joven.

El rey no había notado el momento en que la mujer a su lado le había hecho una pregunta, tal parecía ser que el rey se encontraba tan profundamente inmerso en sus pensamientos que siquiera notó la voz de Adara.

- Lo lamento, Adara, ¿Podría repetir la pregunta? – solicitó.

La joven dejó la mirada confundida para dar paso a una risa suave, dejando nuevamente al rey anonadado ante la vista.

Esa mujer podría simplemente respirar y el mundo la encontraría de lo más cautivador.

O quizá solo sea él quien se siente cautivado.

Deja de pensar en eso, Baldwin. Se reprendió internamente.

- Le preguntaba, su majestad, acerca de la salud de su madre. – la mirada de la joven nuevamente cambió a una mucho más seria y nostálgica.

Es muy expresiva, pensó él maravillado.

- Pues el día de ayer no tuve la fortuna de conocer su estado de salud, todo ocurrió muy rápido y he quedado muy preocupada. – agregó la joven.

Baldwin quedó aún más maravillado, si era posible, ya que no cabía en su cabeza que existiese una mujer tan bella y tan buena, con un corazón bondadoso que se preocupara por otros incluso si no compartieran lazos de amistad o cercanía.

Por su parte, Adara solo abordó el tema de la Condesa Inés para tener algo con lo que charlar, pues la mirada firme del rey sobre ella la colocaba nerviosa. Para ser sinceras, la joven apenas conocía a la mujer y no sentía ningún aprecio en particular, por lo que no existía una real preocupación.

Claro, aquello no necesitaba saberlo el rey.

- Precisamente de eso le quería hablar, Adara, por esa razón la he llamado con tanta prisa el día de hoy. – expresó mientras se reacomodaba en el asiento. – Pero, antes que nada, quisiera comenzar por lo más importante.

La joven esperó expectante por las palabras del rey, quien no apartó la mirada de la mujer.

- El día de ayer usted ha salvado la vida de mi madre, a quien aprecio en profundidad, por lo que quisiera agradecerle por aquel acto.

- Su majestad, no es necesario... - la joven fue interrumpida.

- Estaré eternamente agradecido por lo que ha hecho, no hallo en mi ser más palabras para agradecerle o pensar en algo para otorgarle por su valía.

- No es necesario su majestad... - trató nuevamente de disuadir.

- Por esa razón, mi dama, me encontraré en deuda con usted. - dictó con firmeza. - Ha de pedirme lo que desea, ya sean joyas u oro, o solicitar cualquier materia que pueda disponer a usted.

La mujer quedó asombrada, si bien esperaba una recompensa, no esperaba una deuda del rey.

- Su majestad, una deuda es demasiado...

Agápi mouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora