Capítulo 5

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Ambos permanecieron disfrutando de la tranquilidad del momento, mirándose mutuamente, expresando con sus ojos mil palabras, pero manteniendo sus labios sellados. Ambos jóvenes se mantenían aún tomados de las manos, el rey acariciando con su pulgar las falanges de la joven, y ella disfrutando del suave tacto que él le proporcionaba, era sedante y casi provoca en ella un efecto somnífero.

Él se dedicó a apreciarla, valorando su pequeño rostro y distinguiendo sus ojos color esmeralda, por alguna razón ajena a él, no podía dejar de mirar con fascinación aquellos ojos enmarcados de largas pestañas, entregaba una vista fascinante y tentadora de ella.

Adara era una mujer muy atractiva, y más aún, era inteligente.

Fascinante, pensó él.

— Sus manos son pequeñas. - dijo él mientras observaba las manos de la joven abrazando las suyas.

— Y las suyas son muy grandes, su majestad. - respondió ella, mientras acariciaba con la yema de sus dedos el dorso de las manos enguantadas del rey.

Aquello produjo un leve escalofrío en el hombre.

— Bueno, soy un hombre, después de todo.

— Eso puedo apreciarlo con mucha claridad, su majestad. - expresó ella mientras batía sus pestañas hacia él.

Aquello tuvo efecto en él, pues el rey se puso algo nervioso.

— Me alegra saber qué hace cuenta de ese hecho. - respondió mientras se inclinaba levemente sobre la mesa, acortando la distancia con la joven.

Aún con sus manos unidas.

Adara ya no se sentía tan nerviosa como en un principio, desde que el rey había comenzado sus halagos hacia ella fue que comenzó a bajar aquella barrera que había presentado cuando entró al palacio de Jerusalén. Se sintió tranquila y a veces relajada, pero sobre todo sintió que no estaba hablando con un rey, sintió que estaba charlando con un joven de su edad, con una conversación bordeando en la coquetería y también con tintes de profundidad en ciertos temas.

Era profundamente gratificante hablar con Baldwin.

— He querido preguntarle acerca de algo, mi dama. - expresó él luego de un silencio.

— Usted dirá, su majestad.

— Es usted de Francia, ¿No es así?

— Así es. - afirmó la joven.

— Si me permite preguntar, ¿Qué hace una dama como usted tan lejos de casa?

— ¿Una dama como yo? - preguntó con diversión ella.

— Una dama como usted. - repitió él. - Europea, su piel no bañada por el sol, sus manos sin trabajar, y de entrañable inteligencia y belleza. Una dama como usted en tierras como estas me supone algunas teorías.

— ¿Y cuáles serían esas teorías, su majestad?

— Bueno, la primera correspondería en que usted ha venido junto con eruditos o escribanos a Tierra Santa, la segunda es que quizá haya venido de viaje junto con su familia para conocer la tierra de cristo, lo cual no es frecuente, pero es posible, lo tercero es que quizá haya parado aquí para estudiar la medicina, puesto que es bien sabido que Jerusalén es un lugar muy rico en diversidad cultural. - esperó unos segundos antes de continuar. - O quizá ha venido junto con su marido a Jerusalén.

Aquello le sentó amargo al rey, pues plantear la posibilidad de que la joven a su lado ya tuviese marido no le gustaba, no después de toda la coquetería que habían tenido ambos anteriormente.

Agápi mouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora