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—¿No es el chico con el que salías hace unos meses? —cuestionó Emma con seriedad.

—Sí, es él. Hace un buen tiempo que no nos vemos, perdimos contacto. No sé por qué de repente me manda flores. —Admitió mirando la tarjeta con el ceño fruncido—. No lo vi ayer en el evento, bueno es que, no lo invitamos.

—Sí, no fue. Tal vez te vio en las noticias, en el periódico o algo así —quiso tranquilizarla al notarla tensa.

—Puede ser —musitó—. Las pondré en agua —indicó, encaminándose a la cocina con el ramo de rosas.

No le gustó el detalle que tuvo Axel al enviarle algo a su departamento de repente, pero no se desquitaría con las rosas tirándolas a la basura, ellas no tienen la culpa de nada.

—¿No piensas festejar por el buen trabajo y resultado de anoche? —le reclamó divertida.

—¡Por supuesto que sí! ¿Qué tienes pensado hacer? —preguntó desde la cocina ya con un gesto relajado.

—¿Qué más podría ser a esta hora? Ir al antro, claro —respondió con un tono de obviedad al tiempo en que se sentaba en el sofá frente al televisor.

Alexa soltó una risita—, ¿Tú no te cansas? Creí que dirías que beber champán o vino aquí o en tu departamento —le reclamó divertida.

—A veces puedes ser muy aburrida, ¿sabes? —se cruzó de brazos—. Vamos a ir al antro tú y yo, solas. Vamos a festejar, bailar y divertirnos, ¿ok? —demandó.

—Está bien, está bien. Si mi jefa me lo pide así, no puedo decir que no —accedió entre risas.

—¡Esooo! Vamos a arreglarnos —se levantó del sofá en un segundo dando aplausos.

Alexa se colocó un pequeño pero no tan revelador vestido negro con brillos, zapatillas color plata y dejó su cabello suelto. Se maquilló un poco logrando verse natural pero resaltando su boca con un tono carmesí, pero de alguna forma parecía que ese era el color natural de sus labios. Tomó su bolso y salió de su departamento para encontrarse con su amiga en el estacionamiento.

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Nickolas estaba en su oficina. No tenía el saco puesto y su corbata ya estaba desajustada. Estaba tan concentrado leyendo unos documentos que se olvidó del mundo exterior, hasta que el sonido de su teléfono anunciando una llamada entrante de David lo hizo salir de su trance provocándole un pequeño sobresalto, deslizó su mirada al celular y respondió la llamada.

—¿Qué pasó David? —preguntó con un tono neutral.

—¿En dónde estás?

—En la empresa —respondió al tiempo que se recargaba en el respaldo de la silla aun con los papeles en mano.

—¿Qué? ¡¿Qué haces trabajando un sábado por la noche?! ¡Hay que salir a divertirnos! A veces, me molesta que seas un adicto al trabajo —le reclamó.

—Y yo a veces no entiendo cómo diriges una empresa si a cada rato sales de fiesta —se defendió.

—Estamos en nuestros mejores años y por el trabajo no voy a desaprovechar eso y dejar de divertirme, corrijo, no vamos a dejar de divertirnos. Así que tú y yo vamos a ir a Phonox, ahora —le exigió.

—David... —quiso negarse.

—No acepto un «no» por respuesta. Como tu buen mejor amigo que soy, no voy a dejar que desperdicies tus mejores años encerrado todo el tiempo en tu oficina trabajando. —Lo interrumpió—. Así que te vas a tu casa ahora a cambiarte esa elegante ropa ejecutiva que estoy seguro que traes puesta y te vistes con algo casual en lo que voy a buscarte —añadió a su exigencia.

SIN BESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora