Capítulo 5: Perversión y deseo

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Ibai seguía mirándome con lujuria, expectante a mi respuesta.

La excitación no me dejaba pensar con claridad; sentir su erección rozando mi muslo o sus manos tocando mi piel, no me ayudaba a tomar una decisión.

Sin embargo, pese a lo que dijera mi cabeza, ya mi cuerpo había tomado una decisión. Estaba lejos de sentirme mal, estaba disfrutando verlo allí esperando por mí. Alcé una ceja y abrí un poco su camisa descubriendo algunos tatuajes.

Debía admitir que sentía cierta debilidad por los chicos malos y este hombre llenaba con creces todas mis expectativas.

—Mujer di algo me vas a matar —suplicó Ibai.

—Fóllame —susurré entregándome completamente al momento.

—Lo haré, pequeña altanera —aseguró deslizándose en mi interior. Cerré mis ojos y apreté sus hombros con fuerza, arrugué un poco la cara al sentir como presionaba en mi interior. De pronto, el idiota detuvo su movimiento—. ¿Eres virgen?

Abrí los ojos y alcé una ceja.

—No, ahora continua —pedí en tono de súplica.

—Es que estás tan apretadita —murmuró moviéndose lentamente.

—Tienes una polla grande. Ahora, por favor, no me hagas perder mi tiempo —exigí frustrada.

—¿Hace cuánto no estás con un hombre?

—¡Maldita sea! ¿Me vas a follar o solo vas a preguntar pendejadas? —estallé impaciente.

Ibai me miró con deseo, apoyó los codos en la pared, las manos las colocó en mi cabeza y arremetió contra mí. Abrí la boca asombrada.

—Ahora, sí, estoy completamente dentro de ti —murmuró con sorna.

Lo miré un poco asombrada. Tenía un buen tamaño y por un segundo me pregunté si el tamaño de su paquete se podía medir por su arrogancia, de ser así entendía su longitud y su grosor.

Ibai comenzó a embestirme con fuerza, mi cuerpo chocaba con la pared, estaba disfrutando de sus arremetidas, cada una me tocaba en ese punto tan maravilloso, ese que muchos hombres ni con un mapa serían capaces de hallarlo.

No estaba segura de cómo describir este momento, pero mientras tanto le llamaría: Gloria.

Bajé mi rostro hasta ese punto en donde nuestros cuerpos se unían. Ibai observó el lugar que yo detallaba y sonrió.

—¿Te gusta lo que ves? —indagó arrogante.

—Me gusta más cómo se siente —repliqué provocativa.

El hombre se salió por completo de mí y me mostró por completo su pene. Por un segundo me debatí entre arrodillarme y adorar tan espectacular hombre, o exigirle que regresara dentro de mí.

—Todo esto es lo que te estás comiendo —susurró él rozando la punta de su virilidad en mi clítoris—. Esta es mi parte favorita.

Tomó su miembro, lo acercó a mi entrada y se deslizó lentamente dentro de mí. Gemí con fuerza al sentirlo de nuevo dentro. Apoyé mi cabeza en la pared y llené mis pulmones de aire.

Era maravilloso sentir cómo Ibai llegaba hasta lo más hondo de mi ser, haciendo que mi cuerpo se iluminara como la noctiluque al ser tocada bajo el agua.

—Se siente jodidamente bien estar dentro de ti —comentó Ibai apretando un poco mi cuello.

Agarré su camisa y se la quité por completo; me tomé un par de segundos para detallar el cuerpo de este hombre. Pasé mis manos por su pecho, las subí por su nuca y me di cuenta de que tenía una cola sujeta. Lo miré y se la saqué, su cabello cayó a ambos lados de la cara, no lo tenía muy largo, quizás le llegaba un poco por debajo de los hombros, pero seguía siendo una imagen extraordinaria.

—Quiero que me des más duro —pedí atravesándolo con la mirada.

Ibai sonrió y fue a mi boca, metió su lengua hasta mi garganta y terminó mordiendo con fuerza mi labio. Me puso en el suelo, me giró haciendo que mi mejilla tocara la pared y volvió a penetrarme.

—Así puedo llegar más hondo —susurró mordiendo mi oreja.

Sus manos se deshicieron de mi ropa, dejándome completamente desnuda. Luego agarró mis manos y las sujetó en mi espalda.

En efecto, en esta posición podía sentirlo más profundo en mi interior. Claro que sus arremetidas no se hicieron esperar, me tomó del cabello y comenzó a salir y entrar en mi cuerpo de manera abrupta.

Sin embargo, pasado unos minutos él parecía no estar todavía muy cómodo.

Me levantó del suelo y se puso en la manta del pícnic.

Como una profesional, bajé mi torso hasta que este estuvo pegado al suelo y alcé lo más que pude mi trasero. Ibai se arrodilló entre mis piernas y cerré mis ojos esperando la penetración del idiota. Sin embargo, eso no fue lo que sucedió. Sus manos abrieron mis nalgas y su boca se posó en mi vagina.

Su lengua subió y bajó por todo mi sexo, mis piernas temblaron ante la excitación. Traté de espiar un poco, pero no pude, las sensaciones que causaba la boca de Ibai me impedían moverme.

Una de sus manos mantuvo mi cadera estable, mientras dos de sus dedos abrían mis pliegues más íntimos para darle acceso a su lengua dentro de mi cavidad.

—¡Joder! —exclamé excitada.

—Sabes estupendamente, puedo pasar la noche entera devorándote —murmuró Ibai.

—La noche está llegando a su final —le recordé.

—Cierto —convino él. Casi podía imaginarlo sonriendo. Sin embargo, mi mente se nubló por completo cuando el señor tatuado acomodó su miembro en mi entrada y se deslizó con fuerza—. Debemos aprovechar el tiempo que nos queda.

Apoyó sus dos manos en mi cintura y empezó a arremeter contra mí sin piedad; lo cual, agradecí gimiendo.

—Eso pequeña altanera —expresó el idiota de manera arrogante—. Quiero que grites cuando te corras.

Mordí mi labio inferior cuando la deliciosa tensión presionó mi abdomen, me aferré a la manta y grité con fuerza cuando el orgasmo rompió en mi interior. Cerré los ojos dejándome llevar por la indescriptible espiral de sensaciones.

—Me toca pequeña, prepárate, me voy a correr —jadeó Ibai aumentando el ritmo de sus embestidas. Gruñó con vigor cuando su propio placer llegó a su cuerpo.

Por un par de segundos, solo se escuchó el ruido de nuestras respiraciones, las piernas me temblaban. Hacía un par de meses que no estaba con nadie y sin duda este encuentro había valido la pena.

Ibai se acostó a un lado de la manta, mientras yo me enderezaba y contemplaba el amanecer.

—¿Hace cuánto no estabas con un hombre? —indagó Ibai poniendo sus manos detrás de su cabeza.

—Te mentí, sí, era virgen —respondí evitando reírme. Él se levantó y me miró con los ojos muy abiertos.

—¿Es... en serio? —balbuceó poniéndose rojo.

—Sí, ahora debes ir a mi casa y hablar con mis padres —me burlé de él.

—Que bueno, quizás le podemos decir que serán abuelos —contraatacó Ibai, mi risa se cortó y miré su pene donde, efectivamente, seguía el preservativo.

Era extraño, ahora que lo pensaba nunca lo vi ponérselo, debe ser muy ágil con las manos, así como lo es con la boca.

—Debo irme —anuncié poniéndome de pie y buscando mis cosas en el suelo.

—Ya me lo esperaba, así son todas. Solo me usan y se marchan. Al menos bríndame un café —manifestó Ibai desde el suelo.

—Creí que los mafiosos bebían cianuro por las mañanas —repliqué terminando de vestirme.

—Hoy puedo hacer una excepción, por ti —aseguró él mirándome.

—Gracias, no bebo café. Adiós. —Abrí la puerta y me fui.

Subí al ascensor y rogué que Ibai no se diera cuenta todavía de que le había robado su pantalón y como bono extra su bóxer. Sonreí con malicia y tomé un taxi.

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