Capítulo 21: Compensación

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Observé a Dmitry.

—No fui yo —alegó levantando las manos—. Cuando iba a tu habitación para irnos, me encontré a Gregor, él me preguntó qué te había pasado, pero le dije que debía preguntarte a ti.

Pasé una de mis manos por la cara.

—Lo siento, por un segundo creí que habías sido tú —admití.

—Debemos ir al hotel, alguien organizó una fiesta para nosotros —me informó él.

—Yo no tengo ánimos de fiesta —confesé.

—Eres la estrella del espectáculo, no puedo llegar sin ti —declaró mi compañero.

—De acuerdo, me cambio y nos vamos al hotel.

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Algo que siempre me había gustado del ballet era que no todo el mundo podía bailarlo, tampoco le gustaba a todo el mundo y un muy bajo porcentaje de los presentes en el público lograban entenderlo. Sin embargo, por alguna razón el ballet era etiquetado como lujoso.

No, elegante, sino lujoso.

Por ende, en todas sus celebraciones, las cosas ostentosas era un factor clave para determinar si la fiesta fue un éxito.

Estaba bañada, maquillada, vestida y peinada, pero mi reflejo en el espejo se veía triste y opaco. Amaba bailar, pero odiaba todo lo que conllevaba hacerlo.

Los saludos falsos, las conversaciones estratégicas, los halagos innecesarios; en fin, toda la hipocresía social.

Estaba por irme cuando la puerta de mi habitación se abrió. Por instinto retrocedí un par de pasos, pero me relajé al ver a Gregor.

—¡Wow! ¡Qué hermosa estás! —exclamó maravillado.

—Es que cualquiera se ve bien cuando no es lanzado de un avión —comenté mirándolo fijamente.

—Aparte de malvada es chismosa la condenada —manifestó Ibai entrando detrás de Gregor.

—El dúo maravilla —me burlé—. No me digan que en el vuelo se dieron cuenta de que son almas gemelas.

—No, lo sigo odiando desde el primer día que lo vi —alegó Ibai acercándose a mí—. Sin embargo, como siempre, tú fuiste nuestro punto en común.

—Que enorme responsabilidad —expresé con ironía.

—La chica merecía que le dieran una lección —convino Gregor cerrando la puerta del cuarto.

—5 minutos de lección, 10 años de terapia —escupí con sarcasmo. Me crucé de brazos y les pregunté—. ¿Quién les dijo que ella me empujó?

—Otra chica —respondió Gregor.

—¿Quién les pidió intervenir? Sé cuidarme sola, no necesito que un par de idiotas vayan a arreglar mis problemas —les reclamé molesta, me crucé de brazos y caminé por la habitación, pero otra pregunta se formó en mi cabeza—. ¿Qué hacen aquí?

—Quería verte —dijo el detective.

—Casualmente, vengo por lo mismo —comentó Ibai.

—Voy saliendo a una celebración —murmuré, estaba con los dos hombres que me volvían loca, juntos, en la misma habitación. Sonreí y agregué una invitación—. Me sentiré halagada si me acompañan.

—Yo no iré —respondió el mafioso.

—¿Por? —pregunté un poco ofendida.

—No me gusta salir en público —alegó él.

Romance IndecenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora