Capítulo 8: Sin palabras.

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No tuve otra opción que ponerme varias batas encima. Quizás creía que me iba a dar miedo salir a la calle sin un calzón puesto, pero no, soy Miabella Dubois, tengo unas maravillosas piernas que lucir y un cuerpo delicado que puede congelarse, pero no le iba a dar el gusto de verme afectada.

¡Es que hasta se llevó mi teléfono!

Salí al pasillo y miré a la doctora, o mejor dicho, ella me observó de arriba abajo sin entender mi atuendo.

—Me han jugado una broma —expliqué serena.

—Al menos no vas cubierta de fresas —comentó la doctora sonriendo—. Esto es lo que debes tomar y cuídate mucho.

—Lo haré —aseguré tomando el récipe.

Ignoré todas las miradas que me lanzaron, yo iba en mi pasarela mental, vestida con uno de mis diseñadores favoritos, jamás había usado uno de sus vestidos, pero ahora lucía un diseño exclusivo.

Salí del hospital y claramente, lo primero que sentí fue el despiadado frío. Tomé un par de respiraciones y caminé por las calles.

Enseguida noté que un auto me seguía de cerca, pero o el chofer era un idiota o era ciego, porque no tenía nada que me pudieran robar.

—No pensé que las princesas caminaran descalzas —murmuró Ibai desde el auto.

¡Claro que debía ser él!

Sin embargo, lo ignoré y seguí caminando.

—Ven, sube al auto, te vas a enfermar.

—Bien, así quedará en tu consciencia el mal que me has hecho —refunfuñé.

—No sea malcriada, sube —pidió Ibai.

—No lo haré, no subiré a tu estúpido auto, ahora vete —exigí echando chispas.

—¿A dónde quieres que me vaya?

—A la mierda, por ejemplo.

—¿En una invitación? —Me detuve y lo miré sin entender a qué se refería.

Luego de un par de segundos, me sonrojé al entender.

—Eres patético —expresé retomando la marcha.

—¿Entonces, no me dejarás follarte el culo? —indagó arrogante.

—¿Me dejarás follarte el tuyo? —contraataqué divertida.

—Puede ser, contigo no me cierro a ninguna idea —confesó logrando desconcertarme un poco.

—De acuerdo, compraré un consolador de 25 cm, digo para hacer las cosas bien.

—Pensaba comenzar con un dedo, pero veo que tú solo me quieres matar —se burló él haciéndome reír—. ¿Subirás?

—Solo si prometes no robarme la ropa nunca más.

—Las promesas de los mafiosos no valen nada.

—No se lo estoy pidiendo a cualquier mafioso, te lo pido a ti.

—De acuerdo, princesa. —El auto se detuvo e Ibai bajó y arropó mi cuerpo con una cobija. Abrió la puerta de atrás del vehículo y se metió a esa parte conmigo—. ¿Qué esperas? Vístete.

—El chofer me va a ver.

—Si él aprecia su vida, no lo hará.

Me fui vistiendo por debajo de la manta, una vez que estuve con mi ropa puesta, Ibai le hizo una seña al conductor y este comenzó a andar de nuevo. No fuimos a la academia directamente.

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