Capítulo 9: Dueña y señora

25K 1.5K 105
                                    

¿Cómo le explicas a un hombre que jamás en tu vida has chupado una polla?

Evidentemente, había tenido uno que otro encuentro sexual, pero tampoco era que tuviera mucha experiencia. Lo cierto, era que fingía saber mucho, pero era un fraude. Ahora me daba cuenta que no era lo mismo hablar del coco que verlo llegar.

Ibai puso su mano en mi barbilla y me hizo mirarle.

—¿Nunca lo has hecho? —dedujo inteligentemente.

—Me sé de memoria la teoría, pero no he tenido práctica —confesé cruzándome de brazos.

De pronto, el teléfono de Ibai sonó; él lo sacó, revisó y me miró de nuevo.

—Debemos irnos, pero será un honor ser el primer hombre que te folle esa linda boca.

No me dio tiempo de responder, me besó suavemente y me condujo escalera abajo.

Subimos al auto y este salió del estacionamiento quemando los neumáticos.

No me atreví a preguntar qué sucedía, solo me limité a ver por la ventana. En pocos minutos llegamos a la academia.

—Te veré pronto —prometió Ibai, me dio un beso en la frente y en pocos segundos el auto desapareció de mi vista.

Suspiré y entré al edificio.

Llegué a mi habitación, me di un buen baño y me vestí.

Estaba a punto de irme a dormir cuando recordé que no había comprado los medicamentos. Gruñí con frustración, tomé las recetas, un abrigo, guantes, gorros y salí.

Caminar por las frías calles de Moscú, sola, no era agradable. Sin embargo, daba gracias a Dios de que la farmacia quedara cerca.

—¿No deberías estar descansando? —indagó Gregor cruzando la calle a la carrera.

—Debería, pero me olvidé de comprar las medicinas —le expliqué.

—Me alegra verte —dijo dándome un beso en la mejilla—. Vamos te acompaño.

—¿No te causará problema? —pregunté mirándole.

—No, mi compañero me cubre —aseguró él.

—Pues, vamos —dije sonriéndole.

Juntos caminamos las pocas manzanas que faltaban para llegar a la farmacia. Una vez dentro, le di la receta a la muchacha que atendía y nos quedamos esperando.

—¿Y qué haces en tus guardias? —pregunté para llenar el silencio.

—En el día hago investigaciones y de noche me encargo de mantener la ciudad libre del peligro —comentó Gregor tomando mis manos—. ¿Qué harás al salir de aquí?

—Tomarme mis medicinas y acostarme a dormir —indiqué.

—¿Quieres que vayamos a tomar algo caliente? —propuso Gregor.

—De hecho, ya tengo una bebida esperando por mí en la habitación. —No era mentira, lo cierto era, que no me había tomado el dichoso chocolate porque me quedé pensando en el idiota de Ibai.

—Debe estar fría, seguro podemos encontrar algo mejor —aseguró él sonriendo.

—De acuerdo, pero tengo mucho frío, si quieres pasamos por las bebidas y nos las tomamos camino a mi habitación —sugerí.

—Me parece un plan perfecto.

La muchacha de la farmacia regresó con mis medicinas, pagué y nos fuimos.

Romance IndecenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora