4. Viento y Césped

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El tiempo pasaba bastante rápido para Seulgi últimamente.

El reloj parecía haber retomado su antiguo ritmo olvidado y los días en el hospital dejaron de sentirse como un doloroso arrastre.

Aunque, al igual que hace un mes, Irene seguía poseyendo esa capacidad de dar dolor de cabeza a Seulgi -siendo totalmente despistada con todo o aferrándose al brazo de Seulgi libremente como si fuera su propiedad-, Seulgi se sorprendió de que cuidar de Irene no fuera exactamente un mal trabajo. 

Más bien, lo contrario.  

Seulgi se encontró a sí misma hablando más con Irene que con sus compañeros en esos días. El tiempo de descanso lo pasaba sentada en el jardín y burlándose de la chica mayor por cualquier tontería que dijera, en lugar de reunirse con el resto de los internos. 

A decir verdad, fue inesperado que Irene resultara ser una compañía bastante agradable. Era interesante, pensaba y actuaba en su propia burbuja.  Al final del mes, Seulgi había aprendido más sobre ella de lo que había pretendido inicialmente. 

Como el hecho de que guardaba un odio absurdo por el pollo.  Que había adquirido un gusto anormal por el suavizante de telas, -lo que explicaba por qué olía tan bien todo el tiempo y por qué a Seulgi le costaba respirar cuando Irene se acercaba demasiado a ella. Que le gustaban las criaturas pequeñas, como los gatitos y los conejos, y que le gustaba dormirse con el sonido de la lluvia porque sepultaba las voces de sus oídos.

Seulgi estaba atónita por la forma en que resultaron las cosas, pero tal vez no debía dar crédito a Irene antes de tiempo porque, justo ahora, dicha chica se encontraba presionada contra su costado irritantemente.

—Seulgi, ¿cómo se usa esto?—. Preguntó Irene, de nuevo sobre el brazo de Seulgi y con la cabeza apoyada en el hombro de esta. 

Seulgi cerró el libro que estaba leyendo y le dirigió a la chica de pelo negro una mirada especialmente seria. —Irene, hay cabeceras por una razón—, hizo una pausa, empujando la cabeza de Irene lentamente desde su hombro hasta la cabecera del banco, —para que puedas descansar tu cabeza allí y no en mi hombro todo el bendito tiempo.

—Pero es más cómodo aquí—, una especie de puchero tierno e indignado, apareció en los labios de Irene y esta volvió a apoyar la cabeza en el hombro de Seulgi. Incluso acurrucándose con más profundidad en él. —Y más cálido también. 

Seulgi suspiró y, por enésima vez desde que se habían conocido, dejó que la mayor se saliera con la suya y con su actitud pegajosa.

Además, había empezado a hacer frío porque el invierno estaba comenzando, así que al estar acurrucada contra ella de esta manera, Irene se sentía bastante cálida y bastante... bien. Seulgi cedió. 

—¿Para qué necesitas que te enseñe a usar mi teléfono?— Preguntó. 

—Oh, solo quiero ver cómo funciona—. Irene inclinó el teléfono al revés y lo miró como si fuera el espécimen de una galaxia exterior, con la cabeza aún apoyada en el hombro de Seulgi. —Aquí ni siquiera hay botones, ¿cómo es que lo usas?

Seulgi resopló de risa. —Dios, ¿cuál fue exactamente el último teléfono que existía antes de que dejaras la civilización hace diez años? ¿Teléfonos plegables? ¿Ese Nokia en blanco y negro con el juego de la serpiente?

Irene le pellizcó el muslo y Seulgi soltó un largo chillido. 

—Solo enséñame a usarlo—. El puchero se formó de nuevo en los labios de Irene y Seulgi pensó que se veía verdaderamente linda toda angustiada de esa manera.

Whisper In Her Ear / Susurro en su oído (Seulrene - Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora