El Horror de la Nieve

21 0 0
                                    

(Este cuento pertenece al ciclo de La Luna de Nieve).

Julio y Vicente salieron del vehículo armados, preparados después de todo lo que habían visto. Escuchaban algo en el ambiente que les perturbaba, y les carcomía por dentro, era malicioso y depravado.

Algo les extrañó, nadie les contestaba en la estación de policía ¿Qué había ocurrido? Entraron entonces y lo que allí vieron los sorprendió. El pasillo largo estaba marcado con raguños en las paredes que se extendían.

En silencio ambos avanzaron, cubriéndose mutuamente. Sus pasos seguían al otro de forma cuidadosa, con sus pistolas levantadas. Escucharon un ruido que venía de arriba, subieron por la escalera del hotel poco a poco notando las marcas en la alfombra, las paredes y el techo, la tensión estaba marcándolos en la psiquis.

Cuando llegaron hasta arriba, vieron una de las puertas derribadas, el marco de la puerta estaba hecho pedazos, completamente destruido. Vicente miró a Julio, señalándole con los ojos y moviendo la cabeza en silencio. Julio siguió poniéndose adelante, marcando el paso, aunque fue cauteloso y con cuidado avanzó. Al mirar el interior vio todo destrozado, hecho trizas. Tragó saliva unos momentos, sin quitar la vista de encima a su objetivo, descubrir que había ocurrido.

Al entrar vio una mujer mirando lo que parecía un cuerpo en el suelo. -Arriba las manos. Gritó Julio observando a la mujer quien luego notó la presencia de Vicente entrando detrás. -Tranquilo, yo no la maté. No he tocado nada, solo estaba buscando pistas del objeto robado que estoy buscando. Vicente observándola le habló. -Identificación. Ella entonces les mencionó. -Está en el bolsillo de mi pantalón, sáquenla de ahí. Julio se acercó para revisarla mientras ella tenía las manos en alto, Vicente la mantenía en la mira con su arma.

Él sacó la identificación, una Exoreth de nombre Francisca Salas, la policía ya había reportado que se habían topado con ella y había mencionado algo sobre un robo. Julio tenía buena memoria, recordó a uno de sus compañeros mencionándolo. -Está bien Vicente, Gabriel la mencionó hoy en el almuerzo. Vicente bajó su arma, aunque aún en guardia.

Julio miró la escena, no tocó absolutamente nada. -Dime ¿Qué estás haciendo aquí Francisca? -Me dieron la información de que aquí podía estar el objeto que buscaba, pero cuando llegué resultó que me encontré con esta escena, no llegué hace mucho, escuché unos perros ladrar antes de llegar y se me revolvió el estómago, me dio un mal presentimiento. Julio sacó su botella con agua, Francisca lo observó beber de allí.

Vicente observó el lugar, todo era horrible, habían degollado a alguien desde el estómago. Solo quedó la piel desprendida en el piso, y las manchas con sangre. Pese a todo ese ambiente vomitivo, algo llamó la atención de los tres, la piel estaba machucada, y parecía que llegaba tiempo desprendida del cuerpo, como si se hubiera sometido a algún ritual, pero la sangre no se había secado aún.

Tal parecía que los órganos habían sido arrancados desde abajo de la caja toráxica. Encontraron materiales que parecían ser ceniza, arcilla y plumas. Había una inscripción escrita que decía "Hieracompos, lobo del desierto, el que se ríe, el que muestra sus colmillos de oro, le llora a la luna blanca cuando la nieve se derrite, su señor trae el Cáliz Dorado, su señor ofrece tratos por almas y sangre. Profana la bestia que canta bajo el árbol, y les enseña las virtudes de la música, atrayendo la locura después de la muerte, espéralo bajo el árbol a la media noche y lo conocerás, entre ojos inyectados de fuego y sangre lo desvelarás."

Lo que quedaba era un pellejo sin cuero cabelludo y sin cara, habían sido arrancados de alguna forma haciendo un rito funerario.

La Exoreth reconoció parte de esa frase. -Algunas culturas de estos sectores creían que existía un antiguo dios pagano del mal que devoraba almas, embaucando mortales con riquezas para que se las entregaran por voluntad propia. Es solo una vieja leyenda, el viejo mal tenía perros de caza que atraían las almas de los condenados. Vicente escuchó un ruido. -Alguien viene.

SideraloníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora