(Este cuento pertenece al Ciclo Narrativo de La Muerte Predestinada).
Detrás se escuchaba la lluvia, larga y sostenida. El caer de la noche aguardaba en el silencio y Gabriel contuvo su respiración mientras se adentraba por los largos pasillos fríos donde las luces parecía iban a apagarse en cualquier momento.
Levantó su amuleto, con la vana esperanza de que el libro tuviera razón, de que podía traer a los muertos de vuelta con el conjuro. Sus pasos por alguna razón eran sigilosos, y su pisar calmado no producía ningún tipo de ruido.
La extraña estrella deformada que sostenía entre sus dedos estaba tenuemente bañada en su sudor frío, pero emanaba un tenue calor desgarrador. Mientras más la impregnaba con su pasión frenética y desesperación predestinada, más podía escuchar a las criaturas moviéndose detrás de las paredes.
Él avanzaba, mientras oía sus patas arrastrándose por las baldosas ensombrecidas de la noche. Se sentía nervioso, y de fondo todavía escuchaba la voz del doctor susurrando, aunque demasiado distante como para entender sus palabras que se perdían en la lluvia.
¿Sentía algo más allá del terror? Pero el calor de la parte baja de su espalda lo empujaba a buscar de nuevo a Erika. Creyó entonces verlos por el rabillo del ojo, las caras mirándolo detrás de los cristales en las habitaciones oscuras.
Pero no podía detenerse, sostuvo entonces la pistola puesta en su pantalón con su mano derecha.
Pronto, se vio frente a la puerta, escuchaba de forma más sólida la voz del doctor.
"Una mujer tan linda como tú no debería estar aquí, es una lástima, un despilfarro de juventud y belleza. Lo bueno es que puedo deleitarme la vista antes de que los gusanos se alimenten de ti."
Gabriel tocó la perilla y la rotó lentamente, en silencio. Lo vio allí, de espaldas viendo sus instrumentos quirúrgicos en los cajones del fondo de la habitación, al lado de la ventana. Había una cara allí, observándolo, igual que las criaturas de las habitaciones anteriores.
Erika estaba sobre el mesón, su piel había perdido todo el radiante color que alguna vez tuvo. Su cuerpo desnudo se posaba recto y alargado, su expresión fría y despojada de su alma había abandonado todo lo que fue.
Gabriel entonces sacó la pistola y apuntó al doctor por la espalda. Antes de jalar el gatillo miró el rostro de Erika, recordó la primera vez que se besaron. Quizá ha sido la única vez en su vida que realmente sintió algo, que su pecho vibró, y su cuerpo se acaloró. Ella era única, e irrepetible, y no podía permitir que nadie más mancillara su cuerpo ni su alma.
El fogonazo de la pistola hizo eco por la habitación, y el doctor cayó sobre una de sus piernas, herido. Se volteó adolorido, sintiendo el disparo en la pierna y gritó viendo a Gabriel acercarse.
"Aléjate ¿Qué quieres?"
"Solo necesito un poco de su ayuda doctor para que Erika vuelva, y viendo que se comportó tan amablemente con mi amor, es el indicado para dar su vida por ella ¿No le gustaban las bellezas?"
Gabriel lo golpeó en la cabeza, aturdiéndolo y lo arrastró cerca del mesón donde yacía el cuerpo de Erika después de tomar un bisturí y guardar su pistola. Mientras mantenía el amuleto en su mano izquierda, con el bisturí en su mano derecha apuñaló el pecho del doctor, susurrando palabras dudosamente entendibles.
La sangre brotó, y manchó el amuleto. El doctor se retorció, parecía que una bruma escapaba de su cuerpo, alojándose en la estrella, donde se depositaba su sangre.
"Vesilium, otórgame de nuevo a mi amada, dame la luz de mis sueños una vez más."
El amuleto se pegó al pecho de Erika, y empezó a hundirse rápidamente en su carne, absorbiéndolo hasta dejar una cicatriz entre sus pechos desnudos.
Fue entonces que sus dedos se movieron, y sus ojos reaccionaron a la luz. Él la tomó de la mano, pero el calor no había vuelto ni un poco mientras ella recuperaba su movimiento.
La piel de sus manos era una droga para Gabriel, pero Erika estaba helada, y carecía de signos vitales.
Gabriel entre la emoción rodeó la mesa, orgulloso del éxito que había logrado, su "magia" había traído de vuelta a Erika, ahora podían seguir juntos.
Una sensación de punción se repartió a través de su espalda haciéndolo soltar el bisturí, levantando la vista vio la ventana con el rostro que lo observó desde el comienzo. Las criaturas se amontonaban detrás de las paredes, las sentía pisar y arrastrarse.
Tras de él, entró entonces una mujer con el cabello largo y negro mirando el acto aberrante que había ocurrido, vestida de enfermera. Observó la situación, Gabriel la miró, sacó su pistola y le apuntó.
"¿Quién eres tú? Nadie me quitará mi felicidad, nadie, ni esos monstruos, ni tú."
El rostro de ella se fue deformado a medida de que caminó hasta una silla y se sentó, Erika se había sentado frente a él. No, no era ella, pero se parecía, tenía a la Erika resucitada a su lado.
"Exa Y'kau vetra, Igma extrea Gabriel."
Gabriel no entendió ni una sola palabra de su lengua extraña, y disparó aterrado. Los orificios del pecho dejado por las balas no sangraron.
"Usar la tecnología del Símbolo Predestinado es un grave error Gabriel, la Muerte Predestinada existe por una razón, y he venido a ser expectadora del final de tus días."
"Usaré toda la magia que necesite para protegerme de ti y de tus cosas detrás de la ventana."
"Eso no es magia Gabriel, has jugado con la causalidad y el destino con tecnologías que no entiendes. Exa Y'kau visilent, exa Y'kau urakam Gabriel."
Los ojos de la Muerte Predestinada se transformaron en cuencas vacías que clavaba su mirar sobre él.
El rostro se apoyó con fuerza sobre la ventana hasta que casi el vidrio parecía que se iba a romper, pero el cristal se deformó como si fuera una especie de plástico, mientras las manos se agarraron a la pared usando el cristal para tomar forma física.
La criatura cayó al suelo, su cuerpo alargado poseía apéndices similares a patas de insectos que se retorcían rápidamente intentando recomponerse. La cara, con algo de suerte humanoide, se giró sonriéndole.
La criatura emitió un sonido espantoso que congeló los músculos de Gabriel, quien se quebró al ver tal horror. Erika se levantó de la camilla, pero sus huesos crujieron, como si se estuvieran rompiendo.
Ella entonces empezó a hincharse del abdomen, como si estuviera embarazada, y de pronto de su estómago salieron garras que le abrieron el vientre. Una criatura se había fusionado con el cuerpo de su amada, Gabriel no podía creerlo.
La criatura extendió sus largas patas a través del piso, y empezó a acercarse al incrédulo hombre. Musitó entonces conjuros para intentar repeler a los horrendos seres pero fue inútil.
Se dio media vuelta e intentó abrir la puerta. Al mirar hacia afuera vio un pasillo infinito con puertas de las cuales escapaban más de esos monstruos.
La Muerte Predestinada se levantó mientras empezó a reír.
"Ustedes son solo humanos jugando a ser dioses, pero los dioses ni quiera recuerdan sus nombres, o que si quiera existen. Exa Y'kau vetra, Exa Y'kau vermewa Gabriel."
Le mencionó una vez más, observando como las criaturas desmebraban a Gabriel hasta más allá de la muerte.
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Sideralonía
HorrorEl monolito estaba ahí, el material del que estaba hecho había permanecido encerrado milenios, o inclusive más. La aleación de la piedra no era natural, pero existe desde antes del hombre ¿Cómo es posible? ¿Qué clase de artefactos y seres han cread...