La Madre del Caos

17 0 0
                                    

(Este cuento pertenece al Ciclo de la Diosa Cabría, la Madre del Caos).

El investigador revisó la información que tenían guardada bajo el más estricto rigor en el edificio, haberse colado hasta allí había sido una proeza de la cual no se podría jactar, porque si no su vida correría riesgo. Buscaba información sobre el objeto que había descubierto a las afueras del Bosque Celestial, donde más allá habita sellado el Dragón Maldito, lanzado desde la gran luna por un horror satelital. Abrió entonces las páginas de un libro que tenía anotaciones, sobre las investigaciones que habían hecho en ruinas antiguas, se sabía que el Dragón Maldito fue alguna vez una entidad poderosa, y se reconocía de modo público que alguna vez se negó su existencia, pero hoy se le creía muerto. A medida que leía las páginas, su curiosidad solo se incrementaba a cada segundo, en los libros había sellos transcritos con información de un ser de origen desconocido. En ruinas antiguas, se descubrió que hubo dos entidades que sellaron a esta criatura ancestral, estas entidades podían ser evocada con las palabras y los símbolos correctos. La mitología contaba que, una de estas entidades cósmicas empuñaba la Gran Lanza Eoriak, que fue capaz de herir al gigantesco titán, fue gracias a él y la intervención de la Bestia Celestial que sellaron al Dragón Maldito en la Torre de Igga'Tia, lamentablemente la Gran Lanza se partió en dos partes durante el combate, antes de esta proeza, y uno de los pedazos cayó a la tierra, aunque se desconoce donde quedó este fragmento del arma divina, pero se cree que es en extremo peligroso.

Los pasos resonaron, fue entonces que el hombre aterrado soltó el libro sin cerrarlo, y de inmediato comenzó a correr, sujetos con lámparas parecían moverse entre las estanterías prohibidas, custodiando la zona, armados con pistolas. El tipo de inquieto salió, sintiendo una sensación pesada en su espalda, un frío que recorría sus piernas, y hacía temblar sus rodillas. Aquello era el pedazo de la mítica arma de Blastrag, el Emperador de la Guerra, una entidad cósmica antiquísima, de poderes inusitados, muchos de ellos apenas conocidos por la raza humana. Su nombre rara vez aparecía nombrado en las antiguas ruinas, de lo poco que se sabe es que no tiene piedad contra sus enemigos, y que también enfrentó a la Diosa Cabría Lail, la Madre del Caos. A medida que leyó antes de huir, encontró información sobre Lail y un conjuro que de forma inevitable terminó susurrando. Aquel conjuro quedó plasmado de manera lenta en su mente distorsionándola a blanco, dando pie a las palabras recitadas en el idioma extraterrestre Honihen que hablaban sobre un fragmento de este horror estelar, ahora con el libro abierto a merced del mundo que lo rodea.

El hombre corrió hasta su casa, siempre revisando que no estaba siendo perseguido. Su respiración era de agitado y preocupado, rápido tomando el pedazo de la lanza lo guardó en un baúl. Sentía que algo se estaba moviendo detrás de las paredes de su casa, veloz encendió las luces, revisando sus habitaciones, pero no había absolutamente nada. Perseguido, fue que miró por la ventana hacia el exterior, pero no se veía nada hacia afuera, la oscuridad era profunda, parecía que hasta la luna había sido devorada por la noche. Al ver esto, se sobresaltó, y de inmediato corrió hacia la puerta, y tocó la perilla. El picaporte estaba helado, el frío subió a través de su mano, por su antebrazo, hasta llegar a su hombro. Tragó saliva armándose de valor, para entonces girar la manilla. El crujido que hizo fue profundo, las luces de la habitación se apagaron, para preceder a un silencio tormentoso, así como devorador.

Sus brazos temblaban, estaba sudando frío, pero no por el hielo en realidad. Sintió esta vez como algo se arrastraba detrás del umbral de la puerta, inquieto entonces, musitó un rezo a la luna, pidiendo su auxilio. <<La lanza>> pensó el hombre, quien de inmediato corrió hasta el baúl para buscarla, aunque de forma lamentable, tras dar la espalda a la puerta, esta se abrió. El golpe rompió el silencio, y el hombre aterrado se sobresaltó, incapaz de mirar hacia atrás, sintió su cuerpo paralizado. Parecía que brazos se arrastraban por la zona, los sentía, los escuchaba haciendo crujir la madera del suelo, las uñas rasguñaban el piso ¿Cuántas eran? ¿Veinte? ¿Treinta? ¿Cuarenta? No podía decirlo con seguridad. Finalmente agarraron su tobillo, él se dio cuenta en ese momento, que su voz se había ido, ya no había nada más que la pausa, y, por consiguiente, el olvido.

Al día siguiente una página del libro, en la biblioteca, se había prendido en fuego, aunque no se quemó nada más. El suceso inexplicable fue archivado, además de catalogado con el máximo secretismo dentro del gobierno. La policía se encontró en la ciudad, con una casa que tenía las puertas abiertas, y desde la entrada hacia el interior había manos marcadas, estas se fundían por el suelo de la calle, las paredes, además de que se marcaron en la madera. El propietario de la vivienda se le dio por desaparecido, sin embargo, adentro fue halló una sustancia verdosa de origen orgánico en las marcas. Aquella sustancia, parecía que poseía partículas que aparentemente experimentaron presiones extremas, el caso se archivó tras cerrar las investigaciones, pues no se llegó a ninguna respuesta concluyente respecto a este extraño fenómeno.

SideraloníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora